Sábado, 27 de abril de 2024

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Acercarse al mundo sin adaptarse al mundo

por Estamos en Sus Manos

El mundo es una realidad contradictoria en la Biblia. Por una parte, es la creación de Dios, el espacio donde se realiza su proyecto de salvación, el campo de la misión de Jesús y de sus seguidores. Por otra parte, es el adversario de Dios, el reino del maligno, el sistema que se resiste a la verdad y al amor de Dios. Esta contradicción se refleja especialmente en los conceptos de mundo que encontramos en los escritos de san Pablo y de san Juan, dos de los principales autores del Nuevo Testamento.

 

San Pablo usa la palabra griega kosmos, que significa orden, armonía, belleza, para referirse al mundo creado por Dios, pero también al mundo corrompido por el pecado, que está bajo el poder de Satanás, el dios de este siglo (2 Co 4,4). Pablo contrapone el mundo presente, que está caducando y desapareciendo, al mundo futuro, que está por llegar con la aparición de Cristo (1 Co 7,31; Ro 8,18-25). Pablo también distingue entre la sabiduría de este mundo, que es insensatez ante Dios, y la sabiduría de Dios, que es necedad para el mundo (1 Co 1,18-25; 2,6-16). Pablo exhorta a los cristianos a no acomodarse al mundo, sino a transformarse por la renovación de la mente, para discernir la voluntad de Dios (Ro 12,2). Los cristianos son ciudadanos del cielo, que esperan la llegada de su Salvador (Flp 3,20), pero también son embajadores de Cristo en el mundo, que proclaman el evangelio de la reconciliación (2 Co 5,18-20).

 

San Juan usa la misma palabra griega kosmos, pero con un sentido más negativo. Para Juan, el mundo es el sistema que rechaza a Jesús, el Verbo hecho carne, y que lo odia a él y a sus discípulos (Jn 1,10-11; 15,18-25). El mundo está en las tinieblas y necesita la luz que viene de Dios (Jn 1,5; 3,19). El mundo está bajo el juicio de Dios, porque no cree en su Hijo, y está condenado a la muerte (Jn 3,16-21; 12,31). El mundo está gobernado por el príncipe de este mundo, que es el padre de la mentira y el homicida desde el principio (Jn 8,44; 12,31; 14,30; 16,11). Juan advierte a los cristianos que no amen al mundo ni las cosas que hay en el mundo, porque el mundo pasa con sus deseos, pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre (1 Jn 2,15-17). Los cristianos son hijos de Dios, que han nacido de Dios y han vencido al mundo por la fe (1 Jn 3,1; 5,4). Los cristianos no son del mundo, sino que han sido elegidos y enviados al mundo, para dar testimonio de la verdad y del amor de Dios (Jn 15,19; 17,15-18).

 

Estos conceptos de mundo pueden generar confusión en algunos cristianos, que pueden sentirse tentados a acercarse al mundo y adaptarse a él, buscando su aprobación, su éxito, su placer, su poder. Sin embargo, esta actitud supone una traición al evangelio, una negación de la cruz, una renuncia a la esperanza. Los cristianos no pueden servir a dos señores, a Dios y al mundo (Mt 6,24). Los cristianos no pueden amar al mundo, que es enemigo de Dios (St 4,4). Los cristianos no pueden ser amigos del mundo, que los odia y los persigue (Jn 15,18-19).

 

Pero tampoco los cristianos pueden aislarse del mundo, ignorarlo, despreciarlo o condenarlo. Esa actitud supone una falta de amor, una negación de la misión, una renuncia a la responsabilidad. Los cristianos no pueden olvidar que Dios ama al mundo y que quiere salvarlo (Jn 3,16). Los cristianos no pueden ignorar que Jesús vino al mundo y que dio su vida por el mundo (Jn 1,9; 6,51). Los cristianos no pueden rechazar que el Espíritu Santo actúa en el mundo y que lo convence de pecado, de justicia y de juicio (Jn 16,8-11).

 

Los cristianos, pues, tienen que vivir en el mundo, pero sin ser del mundo. Tienen que amar al mundo, pero sin amar las cosas del mundo. Tienen que transformar el mundo, pero sin conformarse al mundo. Tienen que anunciar el evangelio al mundo, pero sin diluir el evangelio con el mundo. Tienen que esperar el mundo nuevo, pero sin desentenderse del mundo viejo.

 

Esta es la vocación y la misión de los cristianos, que siguen a Cristo, el Señor del mundo.

 

Sin embargo, algunos cristianos pueden caer en la tentación de adaptarse a la mentalidad del mundo actual, que es relativista, secularista, hedonista y consumista. Esta mentalidad puede hacer que desvirtúen el evangelio y que sean infieles a la misión que Cristo les transmitió, que es predicar la verdad, caiga quien caiga y pase lo que pase. Al adaptarse al mundo, los cristianos pueden perder su identidad, su coherencia, su testimonio, su profecía. Al adaptarse al mundo, los cristianos pueden olvidar el mandamiento del amor, la exigencia de la justicia, la opción por los pobres, la defensa de la vida. Al adaptarse al mundo, los cristianos pueden dejar de ser sal de la tierra y luz del mundo, y convertirse en sal insípida y luz apagada (Mt 5,13-16).

 

Los cristianos, por tanto, tienen que resistir la presión del mundo y mantenerse fieles al evangelio, que es el poder de Dios para la salvación de todo el que cree (Ro 1,16). Los cristianos tienen que ser valientes y no avergonzarse de dar razón de su esperanza, con mansedumbre y respeto (1 Pe 3,15). Los cristianos tienen que ser santos y no contaminarse con el mundo, sino purificarse con la palabra de Dios y con el Espíritu Santo (2 Co 7,1; Ef 5,26). Los cristianos tienen que ser testigos y no callar lo que han visto y oído, sino anunciarlo con audacia y con alegría (Hch 4,20; 5,42). Los cristianos tienen que ser discípulos y no seguir al mundo, sino seguir a Cristo, que es el camino, la verdad y la vida (Jn 14,6).

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