¿El final de la Historia?
¿El final de la Historia?
¿EL FIN DE LA HISTORIA?
No faltan agoreros, profetas de calamidades, que ante los desmanes de nosotros los humanos gritan indignados: - ¡Esto es el fin de una humanidad decadente! Tienen razón al calificar de decadente a una sociedad que ha perdido el norte, que los valores se arrojan al contenedor de la basura, que parece que hemos dimitido de nuestra condición humana. Y nos da envidia contemplar a unos animalitos que se abrazan, se defienden, y nos defienden. Y nos preguntamos irritados si no será este el fin de nuestra historia, de nuestra aventura aquí en el planeta tierra.
José Luis Comellas, en su libro “Panorama del siglo XX”, cita a Francis Fukullama que publicó un libro titulado El fin de la Historia, que causó gran sensación en su momento. Considera este autor que con la caída del telón de acero ya se habían acabado las grandes fronteras ideológicas, los enfrentamientos de los mundos diferentes, y entonces ya no había argumentos para narrar más historias. Si el mundo se ha movido siempre por tensiones, al acabar estas el mundo pierde vida, pierde interés. Piensa que a partir de ese momento ya no hay progreso, todo queda en calma, y la historia pierde los motivos que la alimentaban. La globalización nos hace más iguales y, según esta teoría, todo parecerá más aburrido al desaparecer las luchas ideológicas y los intereses creados. Esta teoría vio su luz en el año 1992.
Pero en el año 1996 P. Huntington publica un libro titulado El Choque de las Civilizaciones, que es como una respuesta a la anterior teoría. Lo que provoca choques, según él, no son las ideologías, sino las civilizaciones. José Luis Comellas prefiere hablar de “culturas” más que de civilizaciones. Huntington destaca ocho civilizaciones, o culturas, en el mundo: Europa y Norteamérica; Europa oriental eslava; Islámica; Confuciana (China y otros); Budista (India y otros); Japonesa; Latinoamericana; y Africana (Comellas, o.c., pág. 287).
Pero no parece que esa polarización de culturas en torno a lugares concretos del mapamundi pueda dar lugar a un enfrentamiento. Si acaso, y esto se está dando, a una infiltración silenciosa, una colonización un tanto taimada, como el agua que se filtra por las rendijas y va dejando un rastro de humedad, que puede quedar para siempre, deteriorando lo que fue un superficie impoluta. Las culturas tienden a hacer prosélitos incondicionales. Y utilizan para ello todos los medios a su alcance: centros de enseñanza, medios de comunicación, literatura, publicidad… En un clima de cierta amabilidad, de falso respeto, la cultura se va adueñando de las mentes débiles, del pensamiento líquido, y pone en tela juicio todo lo que considere contrario a sus programas. Dice Unamuno: No proclaméis la libertad de volar, sino dad alas; no la de pensar, sino del pensamiento. La libertad que hay que dar al pueblo es la cultura. Pero cuando la cultura es tendenciosa, empapada de ideología, la libertad que se ofrece es ficticia, manipulable.
No se da entre culturas un abierto choque sangriento, afortunadamente, pero cuando las ideologías hacen acto de presencia pasa como las bacterias que invaden el organismo, pueden provocar la muerte. José Luis Comellas afirma : Pretende (Fukuyama) que conviene conceder preferencia al contraste de civilizaciones por encima del contraste de ideologías: no es simple capricho suponer que las concepciones más profundas de los pueblos, las ideas religiosas, el concepto de la familia o el papel de la mujer, la visión fundamental de la razón de der hombre en la vida, generadas por siglos o milenios de historia, pueden separarnos más que la economía o la política, sin pretender que hayan de llevarnos a una hostilidad cerrada (o.c.pág. 288).
En definitiva, la historia no se ha acabado, no se terminará mientras el hombre piense y pretenda ofrecer, o imponer, su modo de enfocar el mundo, sus ideales, sus programas de acción. Está en su derecho. Eso sí, respetando escrupulosamente la libertad. Una libertad culta, que sea capaz de dialogar más que imponer. La Historia continúa. Es la Historia interminable, como diría Michael Ende.
Juan García Inza