Sábado, 21 de diciembre de 2024

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De cómo las Madres Benitas de Talavera han sido garantes y conservadoras de las antiguas murallas

San Benito de Talavera y su muralla (2)

por Victor in vínculis

[Anton van den Wyngaerde, paisajista flamenco, dibujó en 1567 la ciudad de Talavera de la Reina. La obra está expuesta en la Biblioteca Nacional de Austria. En amarillo el lugar que correspondería al monasterio cisterciense].

Cada monasterio normalmente conserva su libro de crónicas, donde se recogen pormenorizadamente el acontecer de los días y los años. Un monje, -en este caso- una monja recibe el encargo por parte de la abadesa de ejercer el cargo de cronista-archivera. Gracias a ellos los monasterios conservan su historia. Y normalmente tienen nombres propios, que plasman al firmar sus crónicas.

[El 29 de enero de 2006, desde la clausura en la última gran nevada en Talavera].

En las Madres Benitas en el libro que la actual abadesa nos permite consultar (para completar las notas que de la historia del convento tiene redactada ella misma), leemos, escrito a lápiz: Todo esto lo escribió una novicia mandada por la Rvda. M. Abadesa M. Concepción Martín, en 1942. Luego cambia la letra. La novicia abandonó el convento y es la propia Abadesa quien continúa escribiendo las cincuenta primeras páginas [todo esto lo escribió la Rvda. M. Concepción Martín, Abadesa, copiado de un libro que se guarda en el archivo del monasterio, escrito por un padre jerónimo del monasterio de Santa Catalina de esta ciudad (hoy, San Prudencio)].

UN VIAJERO POR LA ESPAÑA DEL SIGLO XVI QUE NOS HABLA DE LAS MONDAS Y VISITA “LAS BENITAS”

De modo que en la página 48 de la crónica se lee «este escrito nos le mandó don Antonio Paz, íntimo amigo de la Excma. Sra. Marquesa de Cartago, por Navidad, en diciembre de 1923, y se lee en los Bibliófilos Españoles en Madrid»

De qué texto se trata. En 1886, la Sociedad de Bibliófilos españoles publicó la obra de Bartolomé de Villalba y Estaña, un viajero renacentista nacido en el pueblo castellonense de Xérica. Se trata de un manuscrito que en su momento no conoció la imprenta y que lleva por título El Pelegrino curioso y grandezas de España. La obra, que se terminó de escribir en 1577 según el colofón del manuscrito, parece ser el fruto de un viaje real que emprendió Villalba por España y Portugal entre 1573 y 1576.

[A la izquierda, manuscrito del siglo XVI de El Pelegrino curioso y grandezas de España. A la derecha, edición impresa en el XIX].

En el libro tercero se narra como el pelegrino parte de Toledo; va a Talavera de la Reina y a la suntuosísima casa de Nuestra Señora de Guadalupe.

[POR LA CERCANÍA CON LA FIESTA DE LAS MONDAS, a primeros de abril, y aún alargando este artículo, recojo las líneas que Villalba escribe sobre Las Mondas. Creo que hasta la fecha nadie había publicado este descriptivo texto].

Aquella tarde llegó a Talavera de la Reina, la cual holgó de ver en todo extremo, villa de cinco a seis mil vecinos. Es del arzobispo de Toledo, muy llena, y calificada de personas de mucho tomo; es muy abundosa de aguas y frescura; riégala Tajo; hay en ella gente hidalga y comúnmente todos son libres de pecho. Hay aquí cosas mucho que notar, particularmente la excelencia de la obra que es tan nombrada en todas partes, de vidriado, de que hazen grandes invenciones de labores, como de imágenes ante altares, paredes, jardines que adornan con aquellos azulejos y jarrones, que es mucha cosa. De todo esto gustaba el Pelegrino, y paseando por el Prado que llaman, que es una alameda muy amena, fue a visitar a Nuestra Señora del Prado, que para hermita puede competir con las mejores de España, porque demás de ser grande y clara está en delicado puesto. Tiene esta ermita un tributo de cada Iglesia de Talavera, que es cosa graciosa, al cual llaman mondas. La derivación del vocablo no pudo el Pelegrino investigar. Son hechas de cera grandes como faraones [faroles] sin suelo, o como mangas de cruzes; son de muchos colores que extrañamente parecen bien, y el día que se dan es muy regocijado en Talavera con grandes fiestas de a caballo y toros y otros ejercicios.

Después Bartolomé de Villalba se refiere a los monasterios que hay: el de San Francisco, casa de treinta frailes; el de los trinitarios, de una docena y otro de dominicos, de veinticuatro frailes y el de los jerónimos. Para, y citamos textualmente, visitar el monasterio de las “MM. Benitas” [recordar para los lectores de fuera de la ciudad y de la provincia que las religiosas no son benedictinas, sino cistercienses, cuyo monasterio tiene por titular a San Benito, de ahí el apelativo cariñoso de Benitas, aunque el mismo es reciente]:

«Pasadas estas estaciones, como le hubiesen alabado a San Benito, monesterio de monjas, que le oyesen aquellas benditas, envió a pedir licencia a la abadesa con este billete: 

Al que va pelegrinando

le es licito importunar,

y ansí quiero demandar

locutorio, porque hablando

pueda sus manos besar.

Y aunque este atrevimiento

parezca de pelegrino,

el mucho merecimiento

que hay en ese su convento

hace llano este camino.

Con esto, aquellas señoras, que en nobleza estaban sublimadas, y santos ejercicios es su costumbre, dieron licencia al Pelegrino con intento de hacerle limosna, como se la dieron de hecho, de azúcar rosado y rosquillas, que como á aguado era buen socorro. Anduvieron departiendo sobre lo visto y lo que quedaba por ver, monesterios y devociones; y como la abadesa era en extremo noble y cristianísima, dijo: «pues tratamos de devociones, no quiero, Pelegrino, que os vayáis sin ver una de las mejores y más hermosas que en vuestra vida habéis visto.» Y ansí, le mandó bajar a la reja del coro de la misma iglesia, que suele servir de locutorio, y quitando ella misma una cortina y luego otra, descubrió una imagen de la Madre de Dios, cierto, linda á maravilla; la cual, labrándole una casa en esta villa, jamás quería morar en ella, sino que se venía miraculosamente al colegio de San Marco, que es adonde está hoy el monesterio […] y las monjas la tienen muy venerada y dentro de su coro; es algo morena. El Pelegrino besó las manos a la abadesa por la merced, la cual fue quien le contó la historia antedicha, la cual supongo no es apócrifa, por cuanto que en cosas de devoción todo se ha de creer más largamente de lo que se cuenta. Después de vista la imagen, delante de todas las monjas, mandó la abadesa al Pelegrino, que, pues por poeta se había querido valer, que le mandaba en obediencia que hiciese un soneto a aquella santa imagen en recomendación de aquella. A lo que respondió el Pelegrino: «yo quiero obedecer y sacrificar todo junto, haciendo tan áspera obediencia, pues con la Madre de Dios hablar de repente es atrevimiento, y mi verso en vuestra presencia será necedad», y sin hacerse ceremonioso dijo:

Madre de tristes, socorro de afligidos,

reparo a pecadores, puerto santo,

protectora y auxilio con tu manto

de todos cuantos van cabezcaidos.

 

Por ti, Madre de Dios, son socorridos

todos los que trabajan y han quebranto,

defensora de tus devotos cuanto

merecen sus dolores y gemidos.

 

A la comunidad que está juntada

en este monasterio por servirte,

dales el premio eterno que desean

Sea en el alto cielo congregada;

impétrales vigor en el seguirte

en la virtud, que todas bien se emplean.

Quedaron tan contentas del soneto, que el pelegrino las dejó, con decir que era tal loor darle la vaya. Y ansí, despedido, tornó a su posada» [Madrid, 1886; I, 219-222].

[Recorte de La Gaceta literaria de Madrid del 15 de diciembre de 1927 con la publicidad del libro].

En las páginas 40 a 46 de la crónica del Monasterio se describe la imagen, una talla de la Virgen sentada sosteniendo al Niño Jesús. “Esta imagen está dentro del coro, junto a la reja de la parte del Evangelio, y por esta ocasión la llaman Nuestra Señora del Coro”. Se narran en estas mismas páginas muchos milagros y gracias obtenidas por Ella.

[15 de noviembre de 2007 – La comunidad recibe las reliquias del mártir beato Saturnino Ortega Montealegre (+1936)].

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