En unos días se estrena la película NACIMIENTO sobre san Andrés Kim, primer sacerdote coreano
Los hermanos coreanos. En Pekín (2)
Segunda parte del capítulo quinto de la obra “Los hermanos coreanos” del Padre José Spillmann de la Compañía de Jesús.
Después enseñó al joven las imágenes de la Santísima Virgen, de San Francisco Javier, de San Ignacio, de San Francisco de Asís y de San Antonio de Padua, cuya historia escribió en pocas palabras en una hoja de papel.
Así pasaron rápidamente las horas, y Kim-y tuvo que dejar a los misioneros para llegar a tiempo de ser recibidos por el Ya-men juntamente con su padre y los otros embajadores. Pero prometió volver al día siguiente, que era domingo, y asistir a los divinos oficios. La magnificencia del culto, los sonidos del órgano, que por vez primera llegaban a sus oídos, las vestiduras sacerdotales, las sublimes ceremonias que, aunque no las comprendía, le inspiraban respeto, la venerable figura del Prelado, que asistido de sus sacerdotes ofrecía el misterioso sacrificio del altar, de tal manera conmovieron al joven, que, terminada la misa, pidió con insistencia el bautismo, mediante el cual entraría en el número de los hijos de esta sublime religión.
El Prelado accedió a las súplicas, pues Kim-y estaba suficientemente preparado para recibir el primero de los sacramentos. Por otra parte, no se sabía cuándo tendría que regresar a su país, pues la embajada coreana debía emprender el viaje tan pronto como presentara sus homenajes al emperador, le entregara los regalos que traía y recibiera de su mano el calendario del siguiente año y algunos regalos para el rey y los dignatarios de Corea. El día de la recepción era fijado por los astrólogos de la corte después de consultar a los astros, a fin de que fuera próspero para ambas naciones. Todo esto era razón suficiente para que el Obispo le concediera el bautismo sin aguardar a prepararle mejor. Le administró, pues, este sacramento, poniéndole por nombre Pedro, porque era llamado por Dios para ser en cierto modo la primera piedra de la Iglesia en Corea. El joven estaba muy conmovido. Prometió ir todos los días a recibir instrucción y llevar también a su padre, el cual acaso podría facilitar la entrada de un sacerdote chino en el reino de Corea.
Hablando estaban todavía, cuando llegó un mensajero del Ya-men, para anunciarle que, según el juicio de los astrólogos, la embajada debía ir inmediatamente al palacio imperial y ser solemnemente recibida. Sólo tuvieron tiempo el Obispo y los misioneros para llenar una caja con libros de devoción, catecismos y escritos acerca de la religión cristiana, y con imágenes, piadosas medallas, crucifijos y otros objetos semejantes, y dárselas al joven neófito cuando éste volvió por la tarde a despedirse de los religiosos. El Prelado concedió de todo corazón al joven su bendición episcopal. No se le ocultaba a este varón espiritual que el joven, juntamente con cualidades muy excelentes, tenía un carácter superficial, y especialmente un vano aprecio de sí mismo. Habíase propuesto el Prelado instruirle en la oración y en la humildad cristiana, pero ya no había tiempo. Le exhortó a la práctica de la oración, para que le asistiera el espíritu de ciencia y de fortaleza, esperando poder enviar pronto algún sacerdote a Corea.
Santos Hernández en su artículo sobre el catolicismo en China de la enciclopedia GER sigue explicando que no era nada fácil para los extranjeros entrar en China. En 1368 la dinastía Ming derrotaba a la que hasta entonces era propiamente extranjera: la Manchú. Como reacción comenzó un movimiento en cierto modo xenófobo, que cerraba herméticamente las fronteras del Imperio a los extranjeros. Un símbolo de ello fue la Gran Muralla. Por otro lado, los turcos habían cerrado el camino por el interior. Si se quería penetrar nuevamente en China, era menester hacerlo por otros caminos. Los portugueses hicieron varias tentativas de penetración, sin resultado positivo, y S. Francisco Javier moriría a las puertas de China, a la vista de Cantón, en 1552. Por su parte, misioneros españoles lo habían intentado también desde Filipinas, fracasando varias expediciones de agustinos (1575), franciscanos (1579 y 1582), y dominicos (1587, 1590, 1596 y 1598).
El fundador de las nuevas misiones chinas modernas fue el jesuita italiano Matteo Ricci [sobre estas líneas]. Después de varias tentativas fracasadas consiguió adentrarse hasta ShiuHing, residencia del virrey, con el P. Michele Ruggieri. Este primer contacto con una autoridad china le sirvió para proseguir sus intentos fundacionales en la corte de Pekín (1583). Las nuevas cristiandades fueron escalonándose así: Shiu-Hing, 1583; Shiuchow, 1589; Nanchang, 1595; Nankín, 1599; y por fin Pekín, 1601.
Al P. Ricci se le habían agregado nuevos misioneros, y todos ellos llevaban adelante, con una metodología muy propia, la nueva misión. Ricci murió en Pekín el 11 mayo 1610, a los 57 años de edad y 28 como misionero en China. El Emperador expresó su condolencia y ordenó la construcción de un cementerio, donde reposaran sus restos y los de los otros misioneros. En él fueron enterrados desde 1610 a 1838 hasta 88 misioneros.
En 1613 había ya 5.000 cristianos, y 19.000 en 1616. Hasta 1631 habían sido los jesuitas los únicos misioneros: pero desde 1626, ya estaban algunos dominicos en Formosa, misión que se consideraba más bien como puente para pasar a China. Con semejantes perspectivas, no extraña que en 1651 pensara la Sagrada Congregación de Propaganda Fide establecer en China un Patriarcado con dos o tres arzobispados y 12 sedes sufragáneas.
En 1700 trabajaban en China 70 jesuitas. El punto culminante de la misión china puede colocarse hacia 1720. En 1726 se da el número de 300.000 cristianos, que no volvió a superarse en todo lo que resta de este periodo. La prohibición de los ritos chinos (para este tema se puede consultar en internet este mismo artículo) por Benedicto XIV es en 1742, y la extinción de la Compañía de Jesús en 1773. Los dominicos trabajaban, sobre todo, en Fukien; y los franciscanos se repartieron por diversas provincias: Kuantung, Fukien, Kiangsi, y sobre todo Shangung. En 1681 llegaban a su vez los agustinos, que se establecieron en Kiangsi, aunque, como consecuencia de la controversia de los ritos, salieron de China en 1708 y no regresaron ya hasta 1874. A fines de siglo se unieron algunos misioneros del Seminario de París, como misioneros de Propaganda Fide.
En 1701 había en China 117 misioneros en total: 59 jesuitas, 29 franciscanos, 18 dominicos, 15 parisienses y seis agustinos. La decadencia comenzó unos años después, debida primero a las persecuciones y expulsiones como consecuencia de la controversia de los ritos, y a las discordias entre los mismos misioneros; y luego, a la extinción de la Compañía de Jesús.
Al alborear el s. XIX eran cinco las misiones principales en el Imperio chino: los lazaristas, que desde 1784 habían sustituido a los jesuitas y dirigían las de Nanking y Pekín, extendiéndose a las regiones de Hubei, Kiangsi, Honan y Chekiang; los dominicos españoles, en la provincia de Fukien; los franciscanos, en las de Shangtung, Shansi, Shensi, Hubei y Hunan; los misioneros del Seminario de París, en el vastísimo territorio de Szechuan, Kueichow y Yunnán; y los portugueses, que seguían en Cantón y Macao. En total, 198 sacerdotes (de ellos 89 chinos) y unos 300.000 fieles. Hubo persecuciones en 1802 y 1811 con el martirio de algunos misioneros. En 1825 no quedaba más que el obispo de Nanking, y había desaparecido una tercera parte de los misioneros, sin que desde 1801 hasta 1829 hubiera llegado ningún otro misionero nuevo. Ya muy avanzado el siglo, entraron en escena las potencias occidentales, obligando a los chinos a una postura más amplia y tolerante. Francia se convertía de hecho en la potencia protectora de todos los misioneros, que viajaban por el territorio chino con pasaporte francés.
En 1842-44 comenzaron los tratados diplomáticos con Francia, Inglaterra y Estados Unidos, que no podían menos de ser beneficiosos a las misiones tanto católicas como protestantes. En 1842 volvían los jesuitas a sus antiguas misiones, pero el siglo XIX se cerraba con la revolución de los boxers (1899-1900), que causó mártires y numerosos estragos entre los cristianos. Había por entonces 82 vicariatos y 740.000 católicos. En 1922 se erigía la delegación apostólica de China y en 1926 eran consagrados los seis primeros obispos chinos, presagio de la futura jerarquía nativa, que iría aumentando de año en año. En 1946, vísperas de la revolución comunista, se establecía la jerarquía residencial. Según las estadísticas de 1949 China tenía unos tres millones de católicos, 200.000 catecúmenos, 2.602 sacerdotes nacionales y más de 3.000 extranjeros. En 1950 existían 138 circunscripciones eclesiásticas. Con la Revolución comunista comienza un periodo de dura persecución. Para tener una idea de lo ocurrido, he aquí algunos datos: han sido expulsados más de 80 obispos extranjeros y el internuncio del Romano Pontífice; algunos han sido encarcelados; de todos los misioneros que había en China sólo quedaban, en 1960, 58 sacerdotes (una tercera parte en la cárcel), y algunas religiosas. Por otro lado, cuatro obispos y 56 sacerdotes extranjeros y más de 150 sacerdotes chinos han sido ejecutados o muertos en prisión. Además se ha favorecido la ruptura con Roma de algunos sacerdotes y obispos y constituido con ellos una Iglesia nacional.