Sábado, 27 de abril de 2024

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Ver crecer la hierba

por Canta y camina

A la hora de escribir este artículo he utilizado reflexiones fruto de mis conversaciones con gente del campo, especialmente con mi cuñado Ángel y mi hermana Paloma, que me acogieron en su casa con los brazos abiertos, y con otras personas a las que he ido conociendo en estos meses: ganaderos, esposas de ganaderos, ancianos y jóvenes que aman su tierra y están muy orgullosos de su trabajo.  Escucharlos es siempre un placer y una fuente inagotable de conocimiento. A todos ellos les doy las gracias de corazón por compartir su sabiduría conmigo y por acogerme y hacerme sentir una más en esta tierra bellísima.

Según el diccionario de la RAE “ver crecer la hierba” es una locución verbal coloquial utilizada para ponderar la viveza de entendimiento de alguien, o sea “es tan listo que ve crecer la hierba”.

Yo no conocía este significado y siempre había creído que significaba que alguien tiene mucha paciencia porque es capaz de esperar y esperar hasta ver crecer la hierba, algo a lo que nunca nadie se para, lógicamente.

En estos meses que llevo viviendo en el campo he tocado con mis manos la paciencia de la gente de aquí, acostumbrada a trabajar al ritmo de las estaciones, de la luz solar, de los celos de las hembras de sus ganaderías, al ritmo del ciclo de lluvias, al del mecánico que tiene que arreglar el tractor, del vaquero que tiene que contestar si te puede ayudar a cambiar las vacas o las yeguas de prado, del fontanero que tiene que arreglar la caldera, etc. etc.

En el campo el ritmo de trabajo lo marca uno mismo, no el reloj. Nadie queda “a menos cuarto” sino “a lo largo del día”, “después de comer” o “vamos hablando”, no porque no valoren el tiempo del otro sino porque valoran tanto su tiempo que no hacen una tarea hasta que han terminado la anterior. Su día no lo rige el reloj sino ellos mismos.

La gente del campo es paciente y muy trabajadora, no hacen nada con prisa ni celeridad porque las chapuzas hay que deshacerlas y no tienen tiempo para perder, saben que no segarán los campos hasta que el cereal esté listo ni las vacas parirán hasta que pasen los 9 meses de preñez por mucha prisa que uno tenga. Saben esperar y punto.

Cuando yo vivía en Madrid funcionaba a golpe de reloj y me cuesta mucho tener paciencia y esperar que las cosas vayan fluyendo y sucediendo cuando tengan que suceder. Estoy aprendiendo que “no por mucho madrugar amanece más temprano”, que los acontecimientos van fluyendo a su ritmo aunque a mí me parezca que el tiempo pasa muy despacio, que todo llega y todo pasa, que contar los días que faltan es una memez porque no van a pasar más rápido porque yo lo desee.

Los días tienen 24 horas, a veces me sobran y a veces me faltan pero son 24 lo mire por donde lo mire. Estoy aprendiendo a no permitir que el reloj ni el calendario manden en mí, hago una tarea detrás de otra y aunque todos los días hago las mismas cosas, salvo cuando toca algo especial, cada día es nuevo y distinto porque si me centro no ya en el día de hoy sino en la ocupación del momento no siento ansiedad por lo que pasará inevitablemente dentro de 1 semana o dentro de 2 aunque alguna vez se me venga al pensamiento. Procuro vivir el momento presente porque el pasado no lo puedo cambiar y el futuro no está en mis manos, el presente es lo que tengo y lo que puedo manejar.

Hay un proverbio árabe un poco “bestia” para mi gusto pero muy gráfico e ilustrativo:

Yo lo interpreto como “no tengo prisa, todo llega” y mi santa preferida, que es de esta tierra en la que vivo desde hace 6 meses y a la que ya amo con todo mi ser, lo expresó de forma bellísima:  “la paciencia todo lo alcanza, quien a Dios tiene nada le falta, sólo Dios basta.”

Tú haz lo que prefieras, siéntate a la puerta de tu casa a ver pasar el cadáver de tu enemigo o deja que la paciencia todo lo alcance.

Yo me quedo con la segunda opción, me abandono con absoluta confianza en Dios y además le pongo música con el Grupo Betsaida:

 

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