Domingo, 22 de diciembre de 2024

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PENSAR MATA

PENSAR MATA

por Por mí, que no quede

“Pensar mata”: así de contundente era la pintada que me topé   situada cerca de un centro educativo. Pensé que la habría realizado algún joven adolescente, probablemente alumno del centro. ¿Qué le había empujado a ese joven a exponer de forma tan contundente su opinión?

Aunque la adolescencia es el momento adecuado para aprender a pensar, tal vez el joven, inmerso en una sociedad donde imperan los estímulos sensitivos, los sentimientos y los deseos, - que además deben ser satisfechos de modo inmediato-, sienta que ponerse a pensar le está matando.

En el lenguaje coloquial, matar significa incomodar o molestar a alguien. Tal vez lo que quiere expresar es el sufrimiento físico o moral que le causa pensar, porque pensar, para quien no está acostumbrado, es algo pesado, incluso molesto ya que puede despertar de la somnolencia o amodorramiento en que vive parte de la sociedad. No en vano Sócrates decía que el pensar era como el moscardón que nos despierta del sueño.

O quizá matar lo use en el sentido más fuerte, quitar la vida a alguien. El mismo Sócrates, como sabemos, fue condenado a muerte por atreverse a pensar, y lo que es peor, por incitar a los jóvenes a ello, a huir del relativismo y de los sofistas, a buscar más allá de la opinión mayoritaria, la verdad. Es cierto que hoy no hay muertes cruentas, pero sí muertes civiles cuando uno se atreve a pensar y a expresar lo que no es políticamente correcto.

Parodiando a Nietzsche, diríamos que la religión ha muerto, la hemos matado nosotros, los hombres del nuevo milenio, pero hemos creado otras, las ideologías que han ocupado su lugar, con sus catecismos, sus santorales, su inquisición y sus penas, ya sea de telediario o de redes. Éstas últimas, a diferencia de aquella, no concede el perdón ni la misericordia a los herejes, que salen de la ortodoxia bien pensante.

Sin embargo, a pesar de los riesgos que acarrea pensar, es urgente, necesario, incluso apasionante atreverse a ello y suscitar en otros, especialmente los jóvenes que son los más indefensos la aventura de pensar, de reflexionar.

Pensar está al alcance de cualquiera, pero cuesta, tanto por limitaciones internas como externas. Requiere al menos los siguientes ingredientes:

Silencio:  algo escaso en una sociedad cada vez más ruidosa. Diríase que además del oxígeno y el nitrógeno, el ambiente está compuesto de ruido y que éste ha producido adicción en la mayoría. ¿cuántos y durante cuánto tiempo son capaces de vivir sin ruidos, ya sean visuales o auditivos? Éste fenómeno demuestra que estamos dispuestos a oír y ver cualquier cosa con tal de no vernos o escucharnos a nosotros mismos.

En segundo lugar, es necesario cultivar la atención, una cualidad más importante hoy día que la propia inteligencia. Pero si el ruido mata al silencio la diversión, entendida como verterse hacia el exterior aniquila la atención. Es necesario aburrirse y permitir que los niños se aburran para que descubran el tesoro que supone fijar la atención en uno mismo, en lo que nos rodea, ya sean pequeños detalles, seres vivos o acontecimientos de belleza extraordinaria como es el amanecer o el atardecer.

En tercer lugar, y casi como fruto del silencio y la atención el tercer elemento que surge es la admiración, la mirada amorosa hacia aquello que tenemos delante, que, de alguno modo, nos atrapa y nos invita a descubrir el misterio que encierra. Saber mirar es saber amar, decía Canción de Cuna. Pararse a pensar es descubrir lo hermoso que nos rodea, incluso entender las razones de aquello que aparentemente no es agradable ni deseable.

En cuarto lugar, pensar exige también salir fuera de sí: no es un soliloquio, sino un diálogo, una conversación, una palabra, un pensamiento entre al menos dos personas. A veces ese diálogo es interior como el que se produce en la lectura de lo que han escrito otras personas, especialmente los clásicos, aquellos cuya actualidad no pasa con el tiempo ni está sujeta a la moda. Este diálogo para que sea fecundo debe llevar implícito el cultivo del arte de poder no tener razón. Sin esta condición, los diálogos son ficticios: diálogos de sordos, absurdos: “de besugos” o sencillamente diatribas, cuando son violentos y pretenden vencer en lugar de convencer.

En quinto lugar, pensar exige estar dispuesto asumir el compromiso que supone descubrir nuevas realidades y verdades. Ello implica prescindir de prejuicios establecidos o, incluso, a cambiar de vida. No es tarea fácil, pero merece la pena si queremos tener una existencia plena y una sociedad más humana.

Pensar mata, por eso hemos matado al pensamiento. Tal vez sea actual el lema de un partido de la transición del que cogimos prestado el título del anterior artículo: “Nosotros pensamos por usted. Vótenos”.

 Si Sócrates hubiera cedido a la tentación de acomodarse al ambiente, habría vivido algunos años más, pero tal vez hoy no sabríamos quién fue Sócrates y quizá no sabríamos el valor de la razón frente a la opinión. Cualquiera puede tener opiniones, pero lo duro, lo hermoso es encontrar verdades. Necesitamos más Sócrates.

Como decía Machado: “¿Tu verdad?, no, la verdad; y ven conmigo a buscarla. La tuya guárdatela.”

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