Pensando junto al Mar
Pensando junto a mi Mar
PENSANDO JUNTO A MI MAR
Reflexiones a la orilla del Mar Menor
Juan García Inza
Nací a unos metros de su orilla. He vivido gran parte de mi vida muy cerca de sus aguas tranquilas. Este es mi Mar, y me inspira, me refresca ideas y me lleva más allá de lo cotidiano. Aprendí a caminar rozando sus tímidas olas. Podías contemplar su fondo habitado por unos seres vivos que casi llegaban a ser de la familia. Cogíamos los cangrejos con un hilo y una piedra. Eran abundantes y no tenían precio. El Mar era nuestro preferido lugar de juego. Y ya me hacía pensar su humildad y su silencio.
Con el paso del tiempo y de la vida nos fuimos distanciando. Había que vivir en diferentes lugares para ejercer mi misión. Pero mi Mar siempre ha venido con migo. Allí donde he vivido y trabajado me ha acompañado un buen mural con su paisaje. Hoy, en mi lugar de trabajo en el centro de la ciudad de Murcia, tengo colocada una foto panorámica de mi Mar Menor. Y la contemplo todos los días.
Cuando puedo me escapo para disfrutar de su compañía. Sobre todo me gustan las soleadas mañanas de invierno, o de primavera y otoño. En verano es otra cosa. El Mar entonces es invadido por los que buscan el agua con otros fines. No se puede pensar mucho en ese ambiente. El ruido te distrae, pero lo disfrutas de otra manera. El baño templa el cuerpo y el alma. Y te vienen pensamientos alegres de gratitud.
En mis silencios junto al mar brotan en mi interior muchas cosas. Tomo apuntes para modelar después la idea. Y así han ido naciendo estas reflexiones que recopilo en este trabajo. Quieren ser un homenaje a mi Mar Menor, el que me vio nacer y crecer, y el que me ha acompañado siempre con su recuerdo nostálgico por los lugares que el destino me ha ofertado.
Son reflexiones personales de temas diferentes. Si tuviéramos que buscar un hilo conductor yo lo identificaría con la preocupación por Dios y por el hombre. Quiero devolverle al mar lo que él me ha dado. Y dejar caer sobre sus olas estas mis sencillas ideas, como en otro tiempo hacía con los barquitos de papel. Haría bien el amable lector en repasar estas sugerencias frente al Mar. Es posible que así comprenda mejor lo que quiero decir. Y el Mar esparcirá los mensajes por sus playas familiares.
Si estas ideas que apunto hacen bien a alguien, ha merecido el esfuerzo. Mi única intención es aportar criterios nacidos del pensamiento humanista cristiano, con la pretensión de aportar mi granito de arena en la construcción de una sociedad mejor. Y esto solo se consigue si los hombres y mujeres de hoy defienden con pasión la dignidad que nos adorna. Tarea nada fácil, pero posible si cada uno intenta vivir la vida dignamente. Estoy convencido que la fe cristiana aporta la norma justa para lograr este ambicioso programa. Lanzo modestamente mis semillas al aire, con la esperanza de que la brisa salada de mi Mar Menor las lleve lejos.
DEFENDER NUESTRA DIGNIDAD
Me gustó un artículo sin firma publicado hace tiempo en la revista ALFA Y OMEGA. Habla de la dignidad del hombre y del deber que tenemos de defenderla en una sociedad en la que parece que el ser humano cuenta –para algunos- menos que un perro de raza o de capricho. Me acuerdo ahora que, en una publicación mía de hace años, un personaje de la narración, al ver la miseria en que vivía y lo mimados que estaban tantos animalitos que paseaban por aquel jardín donde él pasaba sus tristes y largas horas en soledad, dijo en un arranque de ilusión, o más bien de desilusión, - ¡Ojalá yo fuera perro!
Yo soy un amante de los animales pero, sin duda ninguna, muy por encima de ellos está el hombre, con una dignidad que ningún ser de la naturaleza le puede arrebatar. Esta afirmación puede parecer indiscutible, pero se ve claro que muchos no la comparten. Cerca de donde yo vivo hay un parque zoológico. Los animales cuentan con unas instalaciones envidiables para vivir sin problemas. Cerca de ese parque viven muchas familias en unas condiciones muy precarias, y el contrate es llamativo. En la capital de mi provincia, en una plaza muy céntrica, hay un ficus centenario. El Ayuntamiento le presta más atención, exigida por la ciudadanía, que a los pobres que viven en chabolas. No hace mucho se desprendió una rama. Los ecologistas protestaron, y no precisamente por el peligro que habían corrido las personas que tomaban el fresco bajo su gigantesco tronco con mil brazos plagados de hojas. Aquella plaza es importante por el ficus, y no por los niños que juegan todas las tardes al salir del colegio.
En el artículo mencionado se recogen las siguientes palabras de Juan Pablo II: La disponibilidad de anticonceptivos y abortivos, las nuevas amenazas a la vida en las legislaciones de algunos países, la difusión de las técnicas de fecundación “in vitro”, la consiguiente producción de embriones para combatir la esterilidad, pero también para ser destinados a la investigación, los proyectos de clonación parcial o total: todo eso ha cambiado radicalmente la situación.
Todo ello es fruto de una mentalidad, de una actitud ante el ser humano. Se ha dimitido de la razón y de la dignidad humana. Ya todo parece normal. Se permite cualquier barbaridad, porque el hombre, su dignidad, ya no es sagrada para muchos. ¿Qué importa que mueran más o menos? La vida que empieza es sometida a un acoso terrible cuando no interesa que se desarrolle. Todo son métodos para disfrutar del cuerpo sin consecuencias molestas. Es una nueva ola hitleriana para desechar, destruir, todo lo que me molesta, todo lo que no me conviene, lo que no se amolda a mi plan sobre la vida, sobre mi vida. Estorban los niños, los enfermos y los ancianos. Y esta actitud ante la vida se llama egoísmo salvaje.
No pretendo ser alarmista o negativo. Es una realidad palpable a diario, y que está creando un clima antihumano, donde una vida no vale nada. Importa más, para muchos, un ideal político, unos intereses económicos, una pasiones desatadas, un afán de venganza, o unas fantasías diabólicas, que la vida de mis seres queridos, de mis amigos, de mis compañeros, o del tendero de la esquina. Cuesta poco disparar, o esgrimir un arma, o atentar contra la vida de quien sea si eso me produce “placer”, me “divierte”, o satisface mi afán de venganza. Hay que SOLIDARIZARSE CON EL DERECHO QUE TENEMOS TODOS A QUE SEA RESPETADA NUESTRA DIGNIDAD. Nunca entenderé los atentados brutales, o sofisticados, contra un ser vivo, y menos aún contra un ser humano.
Hay que defender la dignidad. Nos cuenta el artículo mencionado la actitud solidaria de los polacos cuando el gobierno del país, en donde los alimentos básicos alcanzaban unos precios astronómicos, bajó el vodka para que todos pudieran beber. Y entonces un gritó corrió por Polonia: ¡No bebas, defiende tu dignidad! Hay que llenar el ambiente de este grito urgente: DEFIENDE TU DIGNIDAD. NO APARQUES EN CUALQUIER LADO TU DIGNIDAD DE HOMBRE. TÚ VALES MUCHO MÁS QUE TODO LO QUE SE DICE Y SE OFRECE EN CUALQUIER PROGRAMA POLITICO.
¿Lo intentamos?