Domingo, 22 de diciembre de 2024

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Cuéntanos un cuento. Lo necesitamos

Cuéntanos un cuento. Lo necesitamos

por Un alma para el mundo

            Amigos lectores, les propongo que colaboren en el Blog con un tema que puede resultar bonito. Se trata de que publiquen un cuento original, breve, que nos conecte con este tiempo tan entrañable como es el de la Navidad. No hace falta hacer filigranas. Sencillamente es cuestión de dejar un poco suelta la imaginación y redactar en dos o tres páginas la historia que nace de su corazón. Me la pueden enviar a esta dirección de correo electrónico: juan.garciainza@gmail.com.
     Iremos publicando sus  creaciones literarias en la medida que vayan llegando. Me reservo la facultad de dar algún retoque, si es necesario, para que todo sea bonito y resalte valores humanos importantes. Yo empiezo publicando un cuento que me fue premiado en un concurso literario. Si os gusta me alegro. Puede servir un poco de pauta para lo que pretendo con esta iniciativa. Gracias.
 
EL VENDEDOR DE BESOS
 
            En aquella ciudad se celebra cada jueves un potente mercadillo público. Los puestos de los vendedores se alinean a los largo de una antigua calle llamada, por este motivo, la calle del mercado. Los vecinos del lugar, y también de los pueblos cercanos, se dan puntual cita semana tras semana para hacer sus compra-ventas. Es un día esperado, como si fuera de fiesta. Las amas de casa lo viven con especial alegría. Es para ellas un tiempo de esparcimiento, de romper con la monotonía de los días iguales, y despejar un poco la mente y los sentidos. Al mismo tiempo es la gran ocasión para cultivar amistades e intercambiar noticias. Es frecuente contemplar a corrillos de hombres y mujeres hablando de sus cosas, del último chisme o chascarrillo popular.
            Entre los puestos de ventas hay charcuteros, verduleros, zapateros, marroquineros… Hay de todo, como en un gran almacén, pero al aire libre, y a merced del tiempo. Desde un vestido, hasta una joya de bisutería puedes encontrar en aquel colmado. Abundan inmigrantes de todas las razas que ofrecen los objetos más exóticos y caprichosos. Todo muy barato, según dicen. Los lugareños se llevan la compra para la semana, y algunos extras para la casa y los niños, que siempre preguntan a su mamá, al volver del colegio, si le han traído algo del mercado. Tienen suerte todos los jueves.
            Entre esa marabunta de expertos comerciantes, había un humilde puesto en donde  un amable abuelo exponía su “mercancía” bajo un letrero que decía: Vendo besos. Junto a él, una pequeña banqueta plegable para ofrecer asiento a los posibles compradores. Nunca había venido al mercado este singular vendedor, y por su insólita mercancía se convirtió en la novedad del día. Todos los que pasaban miraban atónitos. Nunca nadie se había atrevido a vender algo tan personal. La mayoría  pasaba de largo tachando al hombre de excéntrico. Era un poco atrevido ponerse a comprar un beso públicamente. Pero más de uno, por curiosidad, o por necesidad, recalaron en aquel puesto del anciano de barbas blancas y amable semblante. 
            El primer cliente fue una señora, más bien mayor, que tímidamente se atrevió a dirigirle la palabra al curioso comerciante.
            -Buenos días, buen hombre. ¿Se puede?
            -Buenos días señora, no faltaba más. Pase y siéntese en este taburete –le contestó el buen hombre.
            Lo de pasar es un decir, pues aquello era la calle, y no había recinto acotado. Pero este modo de hablar le daba a la entrevista un cierto carácter privado. La persona que se acercaba entraba en los dominios espirituales del vendedor de besos.
            -Oiga –preguntó la señora-, ¿usted de verdad vende besos?
            -En realidad, buena señora, ofrezco amistad, cariño, atención, comprensión. El beso es la expresión de un corazón que ama. Cuénteme usted, -le dijo el vendedor a la señora-.
            -Mire usted, a mí hace ya mucho tiempo que nadie me besa… Desde que murió mi pobre marido, nadie me ha besado.
            -¿Cómo es posible? –le replicó él-. ¿Nadie, nadie le ha besado?
            -Nadie, nadie…
            -¿No tiene usted hijos, nietos, allegados, amigos…?
            -No tengo a nadie…No tuvimos hijos, por consiguiente no tengo nietos. Mi familia es muy lejana, y desde que murió mi marido  no los he vuelto a ver, viven lejos. Los vecinos van a lo suyo, y nadie se preocupa de mi vida…El día del entierro me comían a besos, pero después ya nada. Todo se olvida. Aquello me parece ahora un poco de comedia. Cumplimos y ya está…
            -Usted tiene santo y cumpleaños…
            -Sí, como todo el mundo…Pero nadie lo sabe. Claro, yo no voy a pregonarlo…,  me parece un poco ridículo.
            -La comprendo, pero usted necesita el afecto y la amistad. Usted tiene corazón. Y tiene que ofrecer cariño para encontrar amor…
            -Tiene usted razón, pero yo soy así. He intentado muchas veces interesarme por los demás, pero no ha sido fácil entrar en su interior, tocar su corazón.
            -Buena señora, -le contestó cariñosamente nuestro buen vendedor con voz cadenciosa-, los hombres estamos perdiendo humanidad. Hemos blindado el corazón con muros difíciles de traspasar. Hay poca sensibilidad para captar la necesidad del que está a nuestro lado. Hemos vencido muchas fronteras en nuestra historia reciente, pero hemos levantado las más crueles, las que rompen la fraternidad. El corazón de los humanos, estimada señora, se ha endurecido cruelmente… Es cierto, vamos a lo nuestro. Corremos mucho, y no tenemos tiempo para saludar, para escuchar, para dialogar, para ser sencillamente humanos… Usted es una de los millones de víctimas.  Está sola en medio de una sociedad despersonalizada. Estamos en un mercado concurrido, pero cada uno va a lo suyo, pocos se interesan por el que está a su lado…
            La señora escuchaba con gran atención las sabias palabras de aquel hombre, que más bien parecía un ángel. Tras unos segundos de silencio, preguntó:
-¿Y cuál es mi solución?
- Señora, la solución se la estoy dando. Usted necesita que alguien la escuche, que alguien se interese por usted. Tiene que seguir abriendo puertas, llamando a los corazones de la gente. Yo soy vendedor de besos, pero usted debe ser mendiga de amor y de sonrisas. Para recibir hay que dar a manos llenas. Recuerde aquellas palabras: Dad y se os dará.
-¿Qué me da usted?
-Yo, señora, le doy… un beso.
            Y acercándose a ella, la intentó besar delicadamente. Pero la señora, un tano aturdida, rehusó por vergüenza aquel gesto. El replicó amablemente:
            -Señora, no tema recibir lo que los demás le  niegan. Esta es su medicina.- Y acercándose de nuevo besó en la mejilla a la pobre mujer, que entornó los ojos para tratar de encubrir unas incipientes lágrimas de felicidad y gratitud. Tras un silencio, le preguntó al vendedor:
            -¿Qué le debo, buen hombre?
            -Nada, no me debe nada. Por ser la primera cliente de hoy, le regalo el beso. Yo también he recibido de usted la recompensa de la gratitud. Y en verdad, ¿Cuánto dinero vale un beso…?
            -Muchas gracias, pero acepte esta mi colaboración para su gran causa. No puedo pagar con nada la paz que ha sembrado en mi corazón.
            Y dejando unos euros en una caja de cartón que había junto al  vendedor, se marchó con una sonrisa en los labios. El anciano se dijo para sí:
            -Acabo de hacer una buena venta, gracias a Dios…
            La gente seguía su ritmo festivo recorriendo de arriba abajo el mercado. Casi todos, sobre todo las mujeres, tiraban de su carrillo cargado de mercancía para la semana. Pasaban por delante del vendedor de besos, se volvían a parar con el mismo asombro, y continuaban su camino. El anciano no  dejaba de saludar a todos. De pronto un niño, recién salido de la escuela, se paró ante el insólito vendedor, y fijándose en él le preguntó con inocencia y picardía:
-¿Qué es lo que vende usted?
-Ya lo ves, hijo, vendo besos, -respondió el anciano.
            -¿Besos?- replicó con cara de asombro el niño.
            -Sí, hijo mío, a veces es necesario ofrecer besos.
            -¿Por qué?,-preguntó el chaval.
            -Porque falta mucho cariño en el mundo. La gente ya no se besa de verdad. Me dan lástima las personas solas, -afirmó el anciano con voz un poco queda. Y le preguntó al niño: -¿Tú tienes quien te bese?
            El niño guardó unos segundos de silencio, y respondió:
            -Sí…, bueno sí y no.
            -Qué quieres decir, amigo mío.
            -Pues…, que sí tengo quien me bese, pero nunca me besa.- Respondió un poco tristón.
            -¿Cómo es eso?-Preguntó el buen hombre-, explícame tu caso.
            -Pues…, yo no tengo mamá.
            -¿Se ha muerto? –Preguntó el anciano.
            -No, no vive con nosotros. Hace tiempo que se marchó, y nos dejó solos,-replicó el chico un poco desvergonzado.
            -¿Con quién vives entonces? –Le volvió a preguntar el vendedor de besos.
            -Vivo con mi papá y mi hermano pequeño.
            -Ya,-contestó el hombre con hondo sentimiento, y le volvió a preguntar-: Y tu papá, ¿nunca te besa?
            -No…, no tiene tiempo. Siempre está ocupado, y no se acuerda de darnos un beso nunca. Recuerdo cuando me besaba mi mamá, pero de eso hace mucho tiempo.
            -Ya…-replicó el buen hombre- ¿Comprendes ahora por qué me he decidido ofrecer besos en un mercado público? Muchos como tú necesitan un detalle de cariño. No se puede vivir sin amor. La vida se vuelve fría y dura. Un beso sincero puede obrar el milagro de resucitar la ilusión y la esperanza. El mundo anda muy necesitado de amor… ¿Lo comprendes?
            -Sí…, tiene usted razón, -respondió el niño con mucha sensatez, y preguntó, -¿Cuánto vale un beso?
            El vendedor se le quedó mirando con insinuantes lágrimas en los ojos, y le dijo con amabilísimas palabras:
            -Para ti todos los besos son gratis, chaval. Acércate.
            El niño se acercó con cierto temblor en el alma, y el anciano vendedor le regaló uno de sus mejores besos en la mejilla. Al niño se le iluminó la cara, y  su rostro quedó impregnado de una dulce sonrisa, ya mucho tiempo olvidada. El anciano vendedor no pudo contener unas lágrimas de emoción. Y pensó:
            -Hoy he vendido, he regalado mi beso más bonito. Dios ha hecho el milagro de mostrar al mundo la sonrisa de un niño inocente. –Y le dijo al niño:
            -Anda chaval, disfruta de este beso. Conviértete tú también en vendedor de besos. Se feliz, y… aquí me tienes. Me has devuelto la esperanza. Y además, toma estas monedas que me han dado y cómprate lo que te guste. Vete en paz, amigo.
            El niño se despidió saltando de alegría. Fue un verdadero espectáculo, para un mercado semanal lleno de gente abstraída en la rutina de la compraventa, ver a un niño sembrando inocentes sonrisas.
            El ambiente siguió su ritmo. Seguían pasando hombres y mujeres por delante del extraño “comerciante”. Unos miraban, para otros pasaba desapercibido lo que estaba ocurriendo en aquel minúsculo “negocio”. Había en el mercado risas, saludos, conversaciones, regateos de precios... Se contaban chascarrillos y habladurías, pero seguía faltando verdadera alegría. Las sonrisas no eran profundas. Solo risotadas o muecas de compromiso. Abundaban las caras serias y pensativas.  Personas que musitaban cálculos y obsesiones. Pasó por allí un joven que se quedó mirando el cartel. No era frecuente ver a chicos de esa edad en el mercado, debido a la hora de clases que les ocupaba toda la mañana. Pero algunos aprovechaban el recreo de las 11,30 para darse una vuelta en busca de algún capricho, o chucherías para matar el hambre de media mañana. Este muchacho, que no tendría mucho más de 15 años, titubeó un poco antes de acercarse a nuestro vendedor. Suelen ser tímidos los de esta edad, sobre todo si van solos. Pero tanto le picó la curiosidad, que se decidió preguntar a nuestro ya querido amigo.
            -¿Puedo preguntarle una cosa? – Le dijo con voz queda al vendedor de besos.
            - Hijo mío,-respondió el abuelo-, pregunta lo que quieras, estoy a tu disposición.
            - Me da un poco de corte, pero… ¿por qué vende usted besos? Es la primera vez que veo a un vendedor ofrecer ese tipo de “mercancía” tan personal.
            - Es cierto amigo,-respondió el buen hombre-, los besos, si son sinceros, son expresiones muy personales de amor y de amistad. Pero mira… ¿no crees tú que hay mucho desamor en el mundo?
            - Cierto,-repuso el joven-, pero el amor, y por tanto los besos…, si son sinceros…,  no se pueden vender y comprar.
            - Tú lo has dicho: si son sinceros…Hay muchos vendedores y compradores de besos falsos. Hay un comercio fabuloso, y triste, de amoríos. Pobres gentes vacías que por mil razones se prostituyen en el “supermercado” del sexo…Jovencitas que pierden la inocencia bien temprano. Explotadores viciosos traficantes de carne humana. Pobrecitos jóvenes y mayores que se dejan atrapar en las redes del vicio…En fin, un panorama triste, inhumano. ¿No te parece...?
            - Sí, claro… Usted también vendes besos, -respondió el joven, con cierta extrañeza-.
            - Amigo mío, yo lo que realmente hago es regalar ratos de amistad sincera. Ese letrero que ves es un simple reclamo. Yo sería incapaz de traficar con un amor falso.
            - Pero el amor que usted ofrece es…, como diría…, temporal, como prestado…, y el amor verdadero pienso que ha de ser duradero, -manifestó reflexivamente el chico.
            - Tienes razón…, veo que piensas bien. El amor ha de nacer  del corazón. Nada tiene que ver con palabras bonitas, compromisos temporales, frases vacías… La gente confunde muchas sensaciones con sentimientos. Hay un fabuloso comercio de sensaciones, pero sin sentimiento, sin entrañas, sin corazón.- Se hizo un tiempo de silencio profundo. Solo se oía el rumor del marcadillo, ya decayendo por la hora avanzada de la mañana. Intrigado, y muy motivado, pregunto el muchacho:
            - Pero… ¿quién es usted? ¿Qué pretende conseguir en este mundillo tan frívolo?
            - Tú lo has dicho, amigo…Este mundillo es muy frívolo. Yo sencillamente, humildemente, ofrezco, regalo amor sincero, amistad auténtica, atención, comprensión… Pero no juzgues mal. Es cierto que el amor no puede ser cosa de un rato. Cuando abro mi corazón es para que en él se aloje para siempre la persona que quiere entrar en su interior.
            El chico se le quedó mirando de hito en hito. Nunca nadie le había hablado como aquel extraño personaje. Sentía en el fondo de su alma una tremenda alegría, como nunca lo había sentido, a no ser en aquellos años de su pasada infancia. La revolución de la adolescencia le había alborotado su apacible mar interior. Hacía tiempo que era víctima de crueles tormentas que le privaban de la serenidad de otros tiempos. Nadie había intentado poner paz en su mente y en sus ideas. Pero de pronto parece que se había obrado el milagro. Y así se lo manifestó al singular personaje que le ofrecía lo que tanto tiempo iba buscando: unas palabras de consuelo, una oferta de amistad. Y el muchacho se fue feliz. Y más feliz se sintió el anciano vendedor de besos.
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Juan García Inza
 
 
 
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