El amor humano no puede existir sin la cruz

El amor humano no puede existir sin la cruz
                He rescatado de mi archivo un documento que considero de plena actualidad. Se trata del discurso pronunciado por el papa Benedicto XVI en la apertura del Congreso eclesial de la diócesis de Roma  sobre familia y comunidad cristiana el 6 de junio de 2005. En el papa emérito nos ofrece un síntesis de la doctrina católica sobre la familia y el amor humano.
 
                En primer lugar nos habla del compromiso misionero de la familia. La familia no solo es objetivo necesario de evangelización, sino que ella misma debe ser evangelizadora: el compromiso misionero de la Iglesia de Roma se ha centrado sobre todo en la familia, no sólo porque esta realidad humana fundamental se ve sometida hoy a múltiples dificultades y amenazas, y por eso tiene especial necesidad de ser evangelizada y sostenida concretamente, sino también porque las familias cristianas constituyen un recurso decisivo para la educación en la fe, para la edificación de la Iglesia como comunión y su capacidad de presencia misionera en las situaciones más diversas de la vida, así como para ser levadura, en sentido cristiano, en la cultura generalizada y en las estructuras sociales.
            Para comprender bien esta tarea hemos de partir del significado que el matrimonio y la familia tienen en el plan de Dios, sigue diciendo Benedicto XVI.
Y explica que el matrimonio y la familia no son una construcción sociológica y cultural, sometidos a los vaivenes de las ideologías del momento. Es el en el ser humano donde radica la raíz de la esencia de esta institución  tan vieja como el hombre. Por ello es importante –sigue diciendo el papa- que nos hagamos las siguientes preguntas esenciales: ¿quién soy yo?, ¿qué es el hombre? Y al mismo tiempo nos preguntamos: ¿existe Dios? Y ¿quién es Dios?, ¿Cuál es verdaderamente su rostro?
Somos imagen de Dios, y Dios es amor. Por esta razón la vocación al amor es lo que hace que el hombre sea auténtica imagen de Dios: es semejante a Dios en la medida que ama.
 
            Y explica magistralmente Benedicto XVI el valor que tiene el cuerpo y la misma sexualidad humana. Y nos recuerda que el hombre es alma que se expresa en el cuerpo, y el mismo cuerpo está vivificado por una espíritu inmortal. El cuerpo del hombre y de la mujer tiene un carácter teológico, no es simplemente cuerpo, y lo que es biológico en el hombre no es solamente biológico, sino expresión de nuestra humanidad. Y algo muy importante: explica que la sexualidad humana no es algo añadido a nuestro ser persona, sino que pertenece a él. Solo cuando la sexualidad se ha integrado en la persona, logra dar su sentido así misma.
            Y afirma con la agudeza que le caracteriza: de esas dos conexiones –del hombre con Dios, y en el hombre el cuerpo con el espíritu-, nace otra conexión: la de la persona y la institución. Es decir: el ser humano con el matrimonio. Y entonces el “sí” que pronuncia en el momento de contraer significa siempre, y esto implica la fidelidad, que no debe depender nunca de las tendencias y pasiones, sino de una coherencia con la palabra dada, que debe ser para siempre. Sólo así puede crecer la fe que nos abre a un futuro digno del ser humano, y permite que los hijos, fruto del amor, crean en el hombre y en su futuro en tiempos difíciles.
            Somos libres para decir “sí” como algo definitivo. Y Benedicto XVI afirma: la mayor expresión de la libertad no es la búsqueda del placer, sin llegar nunca a una verdadera decisión… la auténtica expresión de la libertad es la capacidad de optar por un don definitivo, en el que la liberad, dándose, se vuelve a encontrar plenamente así misma.
            Toda esta doctrina teológica exige un rato de reflexión. Y a eso invito al lector. Por ello dejamos para otros artículos la profundización en el tema de la familia y los hijos, las amenazas del relativismo, y la vocación a la vida consagrada.
Juan.garciainza@gmail.com