Lunes, 03 de junio de 2024

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El Mesías de Händel LXXIII

por Alfonso G. Nuño

Sin embargo, pese a que los mensajeros van pregonando el mensaje a cuantos encuentran "no todos han prestado oído al Evangelio" (Rm 10,16). Es extraño, el anuncio lo es de la victoria sobre el mal de la que se quiere hacer partícipes a todos. Estamos ante el misterio del mal. En la historia, tras la Resurrección de Cristo, aunque van creciendo los campos, entre los trigos, nace también la cizaña (cf. Mt 13,24-50). Por eso, el bajo se pregunta:
¿Por qué se amotinan las naciones,
y los pueblos planean un fracaso?
Se alían los reyes de la tierra,
los príncipes conspiran,
contra el Señor y contra su Mesías (Sal 2,1s).
Esto mismo se preguntaban los hebreos en la entronización de los descendientes de David. Y eso mismo podemos preguntar nosotros, no a nuestra razón, que no es capaz de alcanzar este misterio, sino a Dios.

Ciertamente los hombres se resisten al mensaje, pero no solamente lo hacen individualmente, aisladamente, sino que también en la historia, en la nuestra, en nuestro propio hoy, podemos palpar cómo las voluntades en contra se conjuntan. Sumidos en medio de la cultura de la muerte, es fácil atisbar cómo hay una trama; incluso, más allá de la acción de los hombres, una inteligencia y voluntad que conspira contra el reinado de Cristo.

Pero pedir luz no solamente para cobrar inteligencia del misterio de iniquidad fuera de mí, sino en mí mismo. Porque mi voluntad es solicitada para unirse a la coalición del mal: "Pedir conoscimiento de los engaños del mal caudillo y ayuda para dellos me guardar, y conoscimiento de la vida verdadera que muestra el sumo y verdadero capitán, y gracia para le imitar" (S. Ignacio de Loyola).

Siete reyes se resistieron a que el pueblo de Israel entrara en la tierra prometida a los patriarcas y siete reyes en nuestro interior intentan impedir que entremos en el Reino de los Cielos: soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia y pereza. El mal está vencido, Satanás sabe que no podrá triunfar, pero quiere unirnos a su derrota.

¿Por qué pese a que se me ofrece la plenitud, me resisto y conspiro, no solamente contra el Señor y su Mesías, sino también contra mí mismo?
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