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Enredados por Cristo

(Programa "Testimonio", domingo 2 de junio de 2019, 10:25)

No nos podemos acostumbrar a ver, leer o escuchar a los testigos de Cristo. No es bueno eso, no nos aprovecha pensar o creer que lo que dicen no es bueno para nosotros, o está de más. Y lo digo con la plena convicción de más de una experiencia, incluso en propia carne.

Me duele que de la Palabra de Dios no saquemos diariamente una lectura, una oración y un motivo para cambiar en nuestra vida. Me duele que la palabra de la Iglesia, el Magisterio, y su necesaria reflexión no sea tenida del todo en cuenta. Incluso me intranquiliza pensar que no se lleve más a la práctica. Como si nos pudiéramos permitir el lujo hoy en día de desaprovechar la gracia de Dios que nos llega de Su Palabra y de la de la Iglesia, de cada uno de los testigos de un Dios misericordioso, que no cesa de acompañarnos en texto, audio y vídeo, en forma de tantos gestos y palabras.

Cuando alguien da un testimonio  de una experiencia cristiana, lo mínimo que podemos hacer es dejar a un lado nuestras ideas preconcebidas y pensar que algo de lo que nos dice puede resonar en nuestra experiencia.

No lo digo por mí, pero también. Me tocó tener que relatar en unos cinco minutos mi experiencia en la Red para la televisión, para el programa Testimonio, a raíz de una invitación de su director y amigo personal Isidro Catela. Se trataba de resumir un poco unos 25 años de “enredado”, años de trabajo en una tesis de Licenciatura de Ciencias Religiosas, y meses de confección de un proyecto de libro.

Tenía preparadas unas preguntas con sus respuestas, pero preferí acudir en ayuda de inspiración divina a la iglesia más cercana del Retiro, donde se me grabó, a la parroquia de san Manuel y san Benito. Y pensé entonces en abandonarme en lo que Cristo dispusiera como mejor, dejar a un lado mis pensamientos tan elaborados y responder espontáneamente a las preguntas que Isidro me dirigiera a la derecha de la cámara y mirándole solo a Él. 

Alguien que ha nacido el día de santa Clara, patrona de la televisión y es el hijo mayor (de cinco) de una madre que ha estado dedicando unos 25 años de su vida a la técnica del montaje y realización en Radio Televisión Española se veía en ese momento ante una cámara como protagonista, por primera vez, ante una audiencia potencial de unos 500.000 televidentes, temiendo un desastre o tener que repetir varias veces las tomas. 

Y, ¿que pasó? Pues que realmente me sentí que fue el Señor el que quiso que las palabras, más o menos bien dichas en un estilo más o menos suelto salieran de mí, ni de forma perfecta, ni quizá diciendo las que me hubiera gustado decir de haberlo preparado mejor, pero las mías. Como cada uno de los cristales que conforman una vidriera de una iglesia, con el tono de luz que en ese momento percibía o me llegaba. Porque la verdad si al cabo de cinco minutos, o menos, me hubiera hecho Isidro las mismas preguntas, las hubiera respondido de forma diferente, e incluso los diez minutos después también otras distintas.

¿Qué quiero decir con esto? Que el testimonio cristiano es más el relato de lo que Otro hace y sigue haciendo en ti, más que solamente contar una experiencia. A poco que nos dejemos abandonados en su Espíritu Él desea iluminarlo todo, encenderlo, ser la Luz de nuestra pequeña luz, y no es que yo le haya dejado por entero, pero en lo que me ha concedido dejarle ha ganado y conseguido más Él que todos mis esfuerzos e inteligencia, sobre todo de cara a la ayuda para los demás que puedan suponer unas pobres y pequeñas palabras mías, o reflexiones escritas en un libro. Y por eso, solo por eso, ni más ni menos, porque se que sin Él nada bueno y aprovechable hubiera podido decir o escribir para los demás, le doy gracias.

Quiero reproducir un texto que me gusta especialmente. Su autor es Luigi Giussani, fundador de la Fraternidad de Comunión y LIberación, a la cual pertenezco:

"A medida que vamos madurando nos convertimos en espectáculo para nosotros mismos y, Dios lo quiera, también para los demás. Espectáculo de límite y de traición, y por eso de humillación, y al mismo tiempo de confianza inagotable en la gracia que se nos da y renueva cada mañana. De aquí procede ese atrevimiento ingenuo que nos caracteriza, que hace que concibamos cada jornada de nuestra vida como un ofrecimiento a Dios, para que la Iglesia exista en nuestros cuerpos 
y en nuestras almas a través de la materialidad de nuestra existencia."

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