Domingo, 22 de diciembre de 2024

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El laico no es un clérigo sin alzacuellos

El laico no es un clérigo sin alzacuellos

por Un alma para el mundo

El laico no es un clérigo sin alzacuellos

            Acaba de clausurarse el Congresos de Laicos. Solamente he leído y oído las referencias al mismo en los medios. Los participantes todos muy contentos. Asistieron uno dos mil, entre ellos bastantes religiosas y sacerdotes, que no son laicos como bien sabemos. No se si todos partían con un concepto claro de lo que es un laico en la Iglesia. Durante un tiempo se ha manipulado al laico allegado a la parroquia, o comunidades, encomendándole tareas propias de personas consagradas. Y observamos la irrupción de ellos y ellas, mas de estas que de aquellos, en las sacristías, en los salones parroquiales y en el mismo presbiterio. Para muchos ha sido una conquista el poder proclamar las lecturas, y sobre todo el dar la Comunión en Misa o llevarla a los enfermos e impedidos. Lo hacen todo con buena voluntad, y resuelven problemas de falta de Ministros consagrados en las celebraciones litúrgicas. Pero evidentemente esta actividad intra-liturgica no es la propia de la vocación laical.

            Conozco una parroquia, no muy grande, en donde hay ¡35 “Ministros” extraordinarios! de la Eucaristía. Cuando llega el momento de la Comunión el celebrante, o los concelebrantes, no tienen opción de trasladar el Santísimo del Sagrario al Altar porque ya están los “Ministros” extraordinarios tomando el Santísimo casi por “asalto”. Y después de la Comunión igual. Todos tienen derecho a cualquier hora a abrir el sagrario para llevar la comunión a quien consideren oportuno, sin tener en cuenta si están, o no, en Gracia de Dios.

            Otro campo copado por los laicos son los Consejos de Pastoral de las Parroquias. Colaboran normalmente con eficacia con el párroco, pero no faltan Consejos en los que los laicos “mandan” más que el cura, y nada se puede hacer sin la autorización del Consejo oportuno.

            No digamos nada del mundo de las Cofradías. Aquí si que normalmente el sacerdote no tiene otro cometido que ir detrás del trono por donde te quieran llevar. Y como normalmente les falta cultura religiosa, para muchos el templo es su escenario “teatral”. La Semana Santa, y otras fiestas, están copadas por los dirigentes de turno, y hay parroquias que tienen que trasladar las celebraciones a otro lugar porque el templo parroquial está invadido por cofrades y otros figurantes.

            Hay que reconocer que en muchos casos han aliviado el trabajo del sacerdote, y hay que agradecérselo, pero debo recordar que la vocación del laico no se circunscribe a los muros de las iglesias, ni a las andas del santo correspondiente. La vocación del laico es una llamada de Dios a vivir el cristianismo en el lugar donde la vida honestamente lo ha puesto, y tratar de evangelizar a los que están en medio de la calle desempeñando su trabajo profesional. Son, como el Papa ha recordado muchas veces, y en el Congreso creo que se ha tenido en cuenta, “la Iglesia en salida”. Su campo de trabajo apostólico normalmente está en la “plaza pública”, en medio del mundo. Hay que santificar la vida desde la vida misma.

            Los laicos dan el humus al crecimiento de la fe, dice el papa Francisco:

De entre los numerosos colaboradores de san Pablo, Áquila y Priscila sobresalen como como modelos de una vida conyugal comprometida al servicio de toda la comunidad cristiana y nos recuerdan que gracias a la fe y al compromiso en la evangelización de muchos laicos como ellos, el cristianismo echó raíces y ha llegado hasta nosotros.

Los laicos, aseguró finalmente el Pontífice, son “responsables desde su Bautismo, de llevar adelante la fe”, puesto que, recordó citando a Benedicto XVI, "los laicos dan el humus al crecimiento de la fe". 

Pidamos a Dios nuestro Padre que infunda su Espíritu Santo en todas las parejas cristianas para que, a ejemplo de Áquila y Priscila, sepan abrir las puertas de su corazón a Cristo y a los hermanos, y sus hogares sean verdaderas iglesias domésticas donde se viva la comunión fraterna y se dé a Dios el culto de una vida de fe, esperanza y caridad.

 

            Pienso que de todo esto se habrá hablado en el Congreso recientemente celebrado. Los laicos han de estar en la vanguardia de esa lucha diaria por ofrecer generosamente la fe al trozo de mundo que nos haya tocado. Un pionero en la vocación del laicado fue San Josemaría Escrivá, que dice lo siguiente: A cada uno llama a la santidad, de cada uno pide amor: jóvenes y ancianos, solteros y casados, sanos y enfermos, cultos e ignorantes, trabajen donde trabajen, están donde estén (Amigos de Dios, 294).

            Si en el Congreso se ha tenido en cuenta el pensamiento de la Iglesia, y es de suponer que sí, el laicado puede avanzar por el camino de su vocación.

 

Juan García Inza

 

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