Ser honrados
Pecadores si, corruptos no
Pecadores sí, corruptos no
Cada día nos desayunamos con algún caso nuevo de corrupción. Parece que se da por hecho que la corrupción es algo normal, que como el dinero “no es de nadie” podemos hacer con él lo que queramos. Esto dijo en el 29 de mayo de 2004 la entonces Ministra Carmen Calvo Poyato en las Cortes. "Estamos manejando dinero público, y el dinero público no es de nadie." (29 de mayo, 2004) lo dijo “tal como suena”, nada menos que una ministra socialista, cuyo nombre es Carmen Calvo Poyato. Y lo dijo en público “con luz y taquígrafos”, como publicó en su día: http://blogs.
Si el dinero no fuera de nadie, podría ser del primero que lo pilla. Y esta mentalidad ha echado raíces en la mente de algunos. Es lo que llamamos corrupción.
En una entrevista que Andrea Tornielli le hace al Papa Francisco, la respuesta fue contundente:
Usted dijo durante una homilía en Santa Marta: «¡Pecadores sí, corruptos no!». ¿Qué diferencia hay entre pecado y corrupción?
La corrupción es el pecado que, en lugar de ser reconocido como tal y de hacernos humildes, es elevado a sistema, se convierte en una costumbre mental, una manera de vivir. Ya no nos sentimos necesitados de perdón y de misericordia, sino que justificamos nuestros comportamientos y a nosotros mismos. Jesús les dice a sus discípulos: si un hermano tuyo te ofende siete veces al día y siete veces al día vuelve a ti a pedirte perdón, perdónalo. El pecador arrepentido, que después cae y recae en el pecado a causa de su debilidad, halla nuevamente perdón si se reconoce necesitado de misericordia. El corrupto, en cambio, es aquel que peca y no se arrepiente, el que peca y finge ser cristiano, y con su doble vida escandaliza.
El corrupto no conoce la humildad, no se considera necesitado de ayuda y lleva una doble vida. En 1991 le dediqué a este tema un largo artículo, publicado como un pequeño libro, Corrupción y pecado. No hay que aceptar el estado de corrupción como si fuera solamente un pecado más: aunque a menudo se identifica la corrupción con el pecado, en realidad se trata de dos realidades distintas, aunque relacionadas entre sí. El pecado, sobre todo si es reiterado, puede llevar a la corrupción, pero no cuantitativamente —en el sentido de que un cierto número de pecados hacen un corrupto—, sino más bien cualitativamente: se generan costumbres que limitan la capacidad de amar y llevan a la autosuficiencia. El corrupto se cansa de pedir perdón y acaba por creer que no debe pedirlo más. Uno no se transforma de golpe en corrupto, hay una cuesta pronunciada por la que se resbala y que no se identifica simplemente con una serie de pecados. Uno puede ser un gran pecador y, a pesar de ello, puede no haber caído en la corrupción. Mirando el Evangelio, pienso por ejemplo en las figuras de Zaqueo, de Mateo, de la samaritana, de Nicodemo y del buen ladrón: en su corazón pecador todos tenían algo que los salvaba de la corrupción. Estaban abiertos al perdón, su corazón advertía su propia debilidad y ésta ha sido la grieta que ha permitido que entrara la fuerza de Dios. El pecador, al reconocerse como tal, de algún modo admite que aquello a lo que se adhirió, o se adhiere, es falso. El corrupto, en cambio, oculta lo que considera su auténtico tesoro, lo que le hace esclavo, y enmascara su vicio con la buena educación, logrando siempre salvar las apariencias. (“El nombre de Dios es Misericordia”, Planeta, págs. 91-93)
Las palabras del Papa no admiten dudas. Es lo lógico, lo éticamente correcto, lo que dicta el sentido común. El dinero de todos tiene que ser administrado con rigurosidad, con justicia limpias de intereses podridos. Decía en un artículo Echedey Eugenio
(https://www.biosferadigital.
Pecadores sí, pero corruptos no
Juan García Inza