«Sabía que se subía a la cruz» al acceder al Pontificado, dice el teólogo Pablo Cervera
Benedicto XVI cumple noventa años: «Su fecundidad, silenciosa, es hoy más elocuente que nunca»
Este Domingo de Resurrección, 16 de abril, Benedicto XVI cumple 90 años. Han pasado cuatro desde su renuncia y nadie en la Iglesia le ha olvidado. Tal vez aún sea pronto para una valoración global de sus ocho años de pontificado (2005-2013), pero no así para calibrar el alcance de su obra teológica, cada vez más reconocida como una de las más importantes del último medio siglo, antes y después de ser elegido Papa.
Uno de los mejores conocedores de esa obra es el sacerdote Pablo Cervera Barranco, doctor en Teología, director de la edición española de Magnificat y traductor y editor de un buen elenco de obras de Joseph Ratzinger, y explica a ReL el alcance de su figura.
-¿Cuándo y cómo empezó a traducirle?
-En mis años de estudios en Roma profundicé sobre todo en los escritos eclesiológicos de Joseph Ratzinger. La eclesiología y el Vaticano II eran el tema de mi tesis doctoral. Con anterioridad tuve la oportunidad de traducir en castellano por primera vez la famosa conferencia Warhheit und Gewissen [Verdad y conciencia], recogida después en varias publicaciones.
Pablo Cervera se formó como teólogo en Roma, con una tesis dirigida por el padre Karl Josef Becker, S.I., profesor en la Pontificia Universidad Gregoriana.
-Un texto capital...
-Había leído un extracto en la revista Il Sabato y, por el gran impacto que me produjo, solicité enseguida a Josef Klemens, secretario personal entonces del cardenal Ratzinger, me concediera el texto alemán para publicar la traducción castellana en el Boletín del Arzobispado de Toledo (1991) 528-549.
-Y ahora es usted uno de sus traductores de referencia...
-Más recientemente el entonces director de la BAC, padre Carlos Granados, me invitó a colaborar en la edición y traducción de las Obras completas. Así lo he estado haciendo con los volúmenes hacia los que tengo mayor afinidad por interés y formación: liturgia (volumen XI), eclesiología (volúmenes VIII1 y VIII-2), la enseñanza del Concilio Vaticano II (volúmenes VII1 y VII-2).
El padre Carlos Granados presenta a Benedicto XVI la edición española de sus Obras completas, en presencia del cardenal Antonio María Rouco.
-¿En qué medida le ha marcado traducir y editar a un autor tan prolijo e intenso?
-Leer, y con mayor razón traducir, a un autor grande (ya sea teólogo, filósofo o literato) es siempre un privilegio. La obra ingente de Ratzinger recoge el pensamiento de uno de los teólogos más importantes de nuestro tiempo. Por eso, la traducción sistemática de sus escritos hace descubrir muchas pepitas de oro que, de otra forma, habrían quedado perdidas u olvidadas.
-¿Le ha llegado a conocer personalmente?
-He tenido dos ocasiones de hablar con él cuando todavía era cardenal. Una vez en la plaza de San Pedro: él cruzaba con su sotana y su boina de vuelta del trabajo en la Congregación; le saludé y se detuvo con una amabilidad infinita. Al decirle que era sacerdote de Toledo cantó las grandezas de esa gran archidiócesis.
-¿Y la segunda?
-Otra vez fue en el homenaje a mi director de tesis, el padre Karl Josef Becker, SJ, por sus 75 años. El padre Becker fue consultor de la Doctrina de la Fe y estrecho colaborador del cardenal Ratzinger durante muchísimos años (ya como Benedicto XVI, lo creó cardenal). Se le pidió al cardenal Ratzinger y participó en un libro homenaje que le ofrecimos sus doctores (Enrique Benavent, [ed.] Sentire cum Ecclesia. Homenaje a Karl J. Becker, S.I., Facultad de Teología San Vicente Ferrer, Valencia, 2004), además de estar presente en el acto académico en la Universidad Gregoriana. En aquella ocasión conversé brevemente, tras ser presentado por mi director de tesis. Habría conversado mucho más… pues estuve a punto de trabajar con él en la Congregación…
Karl Josef Becker, S.I., ya octogenario, el 18 de febrero de 2012, cuando fue creado cardenal por Benedicto XVI. Murió tres años después.
-¿Tuvieron algún contacto más?
-Conservo un pequeño billete de agradecimiento que me escribió como respuesta a una obra que le hice llegar de Rufino de Aquileya, cuya primera traducción al castellano yo había preparado.
-¿Cómo es en el trato personal?
-De estas ocasiones personales y otras en otros niveles siempre quedé impactado por la accesibilidad, humildad, atención y cercanía al interlocutor que se le acercaba.
-¿Cuáles son las fuentes principales del pensamiento teológico de Joseph Ratzinger?
-Sin duda los grandes autores que marca su investigación son San Agustín y San Buenaventura, especialmente el primero. Ratzinger no es tomista por formación ni por esquema teológico, quizá porque conoció una escolástica decadente que en absoluto le cautivó.
-¿Y en cuanto a autores modernos?
-En su escrito autobiográfico, Mi vida, él mismo cuenta cómo devoraban en el seminario las obras de Gertrud von Le Fort, Elisabeth Langgasser y Ernst Wiechert, Fiodor Dostoievsky, así como los grandes franceses: Paul Claudel, Georges Bernanos, François Mauriac. En el campo filosófico era cercano a Romano Guardini, Josef Pieper, Theodor Hacker. Hay nombres que influyeron en sus planteamientos y preferencias teológicas: Gottlieb Sohngen, profesor de teología fundamental; Michael Schmaus, por su planteamiento dogmático global no escolástico; Josef Pascher, profesor de teología pastoral que influyó en Ratzinger de cara a los temas litúrgicos; Klaus Mörsdorf, que propugnaba con decisión una visión del derecho canónico como disciplina teológica; Henri de Lubac a través de su gran obra Catolicismo…
-Si nunca hubiera sido Papa ni prefecto de la Fe, ¿por qué aportación teológica pasaría a la historia?
-La obra que él más aprecia es Escatología. La obra que marcó una época, y quizá haya tenido más ediciones en todas las lenguas del mundo, ha sido su presentación de la fe católica en Introducción al cristianismo (no tengo en cuenta Jesús de Nazaret, escrito ya como Papa). Sus aportaciones son múltiples y no es fácil elegir. En su libro Miremos al traspasado se recogen lucidísimas aportaciones en el campo de la cristología.
-¿Fue el Informe sobre la fe su programa como prefecto y luego como Papa?
-Yo no lo llamaría programa. Fue un diagnóstico clarividente en el momento en que Vittorio Messori lo entrevistó. Cuando los diagnósticos sobre una situación son claros, entonces cabe agilidad y certeza en los pasos a dar hacia el futuro. Con el paso del tiempo hizo otros diagnósticos sobre la teología, la exégesis y la catequesis. No tuvieron el impacto mediático del anterior pero fueron muy necesarios y eficaces para el discernimiento eclesial.
-¿De qué momento de su pontificado cree que está él más satisfecho?
-Aunque hay varias encíclicas importantes, siempre he creído (y por eso todavía estoy embarcado en su publicación) que Benedicto XVI pasará a la historia, como otro León Magno, por sus predicaciones durante el año litúrgico. Cf. El Año litúrgico predicado por Benedicto XVI (BAC, 20151016). Han aparecido ya el ciclo A y el ciclo C.
-Eso, en cuanto al oficio de enseñar. ¿Y en cuanto al oficio de gobernar?
-San Juan Pablo II no pudo ver resuelta en vida la gravedad del cisma lefebvriano a pesar de todo lo que hizo por su parte (es lo más dramático que puede suceder en la Iglesia, aunque la inconsciencia e ideologización de muchos no lo perciban). Ratzinger accedió a la cátedra de Pedro con la misma responsabilidad de sanar ese roto en la Iglesia. En esta línea, revitalizar el modo extraordinario de celebración del Rito Romano ha sido un hito importante también de cara a resolver el cisma.
La forma extraordinaria del rito romano fue liberalizada en 2007 por Benedicto XVI para toda la Iglesia con el motu proprio Summorum Pontificum.
-¿Fue el pontificado de un intelectual brillante con pocas dotes de gobierno, o su caso desmiente esa supuesta incompatibilidad entre el pensador y el hombre de acción?
-Quizá pocos cardenales como él conocían la vida de la Iglesia y la situación de la Santa Sede. Incluso en su misma tarea al frente de la Congregación de la Fe no le faltaron zancadillas por parte de algún cardenal muy destacado.
-¿Entonces...?
-De Ratzinger se decía en los mentideros romanos que no conocía muy bien a las personas. De hecho, algunos datos lo podrían confirmar. En ese sentido no es que haya incompatibilidad en sí entre el intelectual y el hombre de gobierno. A veces el conocimiento psicológico ayuda para rodearse de las personas adecuadas. Siempre he pensado que el gobierno (en cualquier ámbito) no es de uno solo, sino de aquel que sabe rodearse de las personas adecuadas.
-Su homilía antes de entrar en el cónclave fue la de un hombre que “sabe” que va a ser elegido Papa...
-Nadie como Ratzinger conocía la situación de la Iglesia, nada halagüeña en muchos campos. Sus intervenciones en las congregaciones generales, previas al cónclave, dieron fe de ello, incluso con descripciones catastróficas.
La homilía del cardenal Ratzinger en la misa Pro Eligendo Pontifice, el 18 de abril de 2005, antes de entrar en el cónclave, trazó un certero panorama sobre la situación de la Iglesia y del mundo.
-Y asumió el cargo con arrojo...
-Su aceptación para ser Sucesor de Pedro fue un acto de fe, esperanza y caridad: él era un servidor en la viña del Señor que daba el paso confiado en la gracia de Cristo para entregar su vida a Dios y a la Iglesia. En ocasiones anteriores su salud le jugó malas pasadas. Con todo, ¡¡a sus 78 años!! dio el paso adelante, sabedor de que no le esperaba un camino de rosas. Sabía que se subía a la cruz.
-¿Fue así?
-El tiempo lo certificó: los graves problemas de la pederastia en la Iglesia, el caso Maciel, las corrupciones, la necesidad de reforma de la Curia romana…
-Su despedida, ¿no es la de un hombre desbordado por los acontecimientos?
-En realidad su renuncia no fue bajarse de la cruz, sino reconocer, ante el Único que tenía como legítimo interlocutor, que sus fuerzas no eran las necesarias para el buen gobierno de la Iglesia. Atrás dejaba años de trabajo, cruces y fatigas muy importantes para la vida de la Iglesia.
-¿Valió la pena?
-Su fecundidad, silenciosa, es hoy más elocuente que nunca.
Uno de los mejores conocedores de esa obra es el sacerdote Pablo Cervera Barranco, doctor en Teología, director de la edición española de Magnificat y traductor y editor de un buen elenco de obras de Joseph Ratzinger, y explica a ReL el alcance de su figura.
-¿Cuándo y cómo empezó a traducirle?
-En mis años de estudios en Roma profundicé sobre todo en los escritos eclesiológicos de Joseph Ratzinger. La eclesiología y el Vaticano II eran el tema de mi tesis doctoral. Con anterioridad tuve la oportunidad de traducir en castellano por primera vez la famosa conferencia Warhheit und Gewissen [Verdad y conciencia], recogida después en varias publicaciones.
Pablo Cervera se formó como teólogo en Roma, con una tesis dirigida por el padre Karl Josef Becker, S.I., profesor en la Pontificia Universidad Gregoriana.
-Un texto capital...
-Había leído un extracto en la revista Il Sabato y, por el gran impacto que me produjo, solicité enseguida a Josef Klemens, secretario personal entonces del cardenal Ratzinger, me concediera el texto alemán para publicar la traducción castellana en el Boletín del Arzobispado de Toledo (1991) 528-549.
-Y ahora es usted uno de sus traductores de referencia...
-Más recientemente el entonces director de la BAC, padre Carlos Granados, me invitó a colaborar en la edición y traducción de las Obras completas. Así lo he estado haciendo con los volúmenes hacia los que tengo mayor afinidad por interés y formación: liturgia (volumen XI), eclesiología (volúmenes VIII1 y VIII-2), la enseñanza del Concilio Vaticano II (volúmenes VII1 y VII-2).
El padre Carlos Granados presenta a Benedicto XVI la edición española de sus Obras completas, en presencia del cardenal Antonio María Rouco.
-¿En qué medida le ha marcado traducir y editar a un autor tan prolijo e intenso?
-Leer, y con mayor razón traducir, a un autor grande (ya sea teólogo, filósofo o literato) es siempre un privilegio. La obra ingente de Ratzinger recoge el pensamiento de uno de los teólogos más importantes de nuestro tiempo. Por eso, la traducción sistemática de sus escritos hace descubrir muchas pepitas de oro que, de otra forma, habrían quedado perdidas u olvidadas.
-¿Le ha llegado a conocer personalmente?
-He tenido dos ocasiones de hablar con él cuando todavía era cardenal. Una vez en la plaza de San Pedro: él cruzaba con su sotana y su boina de vuelta del trabajo en la Congregación; le saludé y se detuvo con una amabilidad infinita. Al decirle que era sacerdote de Toledo cantó las grandezas de esa gran archidiócesis.
-¿Y la segunda?
-Otra vez fue en el homenaje a mi director de tesis, el padre Karl Josef Becker, SJ, por sus 75 años. El padre Becker fue consultor de la Doctrina de la Fe y estrecho colaborador del cardenal Ratzinger durante muchísimos años (ya como Benedicto XVI, lo creó cardenal). Se le pidió al cardenal Ratzinger y participó en un libro homenaje que le ofrecimos sus doctores (Enrique Benavent, [ed.] Sentire cum Ecclesia. Homenaje a Karl J. Becker, S.I., Facultad de Teología San Vicente Ferrer, Valencia, 2004), además de estar presente en el acto académico en la Universidad Gregoriana. En aquella ocasión conversé brevemente, tras ser presentado por mi director de tesis. Habría conversado mucho más… pues estuve a punto de trabajar con él en la Congregación…
Karl Josef Becker, S.I., ya octogenario, el 18 de febrero de 2012, cuando fue creado cardenal por Benedicto XVI. Murió tres años después.
-¿Tuvieron algún contacto más?
-Conservo un pequeño billete de agradecimiento que me escribió como respuesta a una obra que le hice llegar de Rufino de Aquileya, cuya primera traducción al castellano yo había preparado.
-¿Cómo es en el trato personal?
-De estas ocasiones personales y otras en otros niveles siempre quedé impactado por la accesibilidad, humildad, atención y cercanía al interlocutor que se le acercaba.
-¿Cuáles son las fuentes principales del pensamiento teológico de Joseph Ratzinger?
-Sin duda los grandes autores que marca su investigación son San Agustín y San Buenaventura, especialmente el primero. Ratzinger no es tomista por formación ni por esquema teológico, quizá porque conoció una escolástica decadente que en absoluto le cautivó.
-¿Y en cuanto a autores modernos?
-En su escrito autobiográfico, Mi vida, él mismo cuenta cómo devoraban en el seminario las obras de Gertrud von Le Fort, Elisabeth Langgasser y Ernst Wiechert, Fiodor Dostoievsky, así como los grandes franceses: Paul Claudel, Georges Bernanos, François Mauriac. En el campo filosófico era cercano a Romano Guardini, Josef Pieper, Theodor Hacker. Hay nombres que influyeron en sus planteamientos y preferencias teológicas: Gottlieb Sohngen, profesor de teología fundamental; Michael Schmaus, por su planteamiento dogmático global no escolástico; Josef Pascher, profesor de teología pastoral que influyó en Ratzinger de cara a los temas litúrgicos; Klaus Mörsdorf, que propugnaba con decisión una visión del derecho canónico como disciplina teológica; Henri de Lubac a través de su gran obra Catolicismo…
-Si nunca hubiera sido Papa ni prefecto de la Fe, ¿por qué aportación teológica pasaría a la historia?
-La obra que él más aprecia es Escatología. La obra que marcó una época, y quizá haya tenido más ediciones en todas las lenguas del mundo, ha sido su presentación de la fe católica en Introducción al cristianismo (no tengo en cuenta Jesús de Nazaret, escrito ya como Papa). Sus aportaciones son múltiples y no es fácil elegir. En su libro Miremos al traspasado se recogen lucidísimas aportaciones en el campo de la cristología.
-¿Fue el Informe sobre la fe su programa como prefecto y luego como Papa?
-Yo no lo llamaría programa. Fue un diagnóstico clarividente en el momento en que Vittorio Messori lo entrevistó. Cuando los diagnósticos sobre una situación son claros, entonces cabe agilidad y certeza en los pasos a dar hacia el futuro. Con el paso del tiempo hizo otros diagnósticos sobre la teología, la exégesis y la catequesis. No tuvieron el impacto mediático del anterior pero fueron muy necesarios y eficaces para el discernimiento eclesial.
-¿De qué momento de su pontificado cree que está él más satisfecho?
-Aunque hay varias encíclicas importantes, siempre he creído (y por eso todavía estoy embarcado en su publicación) que Benedicto XVI pasará a la historia, como otro León Magno, por sus predicaciones durante el año litúrgico. Cf. El Año litúrgico predicado por Benedicto XVI (BAC, 20151016). Han aparecido ya el ciclo A y el ciclo C.
-Eso, en cuanto al oficio de enseñar. ¿Y en cuanto al oficio de gobernar?
-San Juan Pablo II no pudo ver resuelta en vida la gravedad del cisma lefebvriano a pesar de todo lo que hizo por su parte (es lo más dramático que puede suceder en la Iglesia, aunque la inconsciencia e ideologización de muchos no lo perciban). Ratzinger accedió a la cátedra de Pedro con la misma responsabilidad de sanar ese roto en la Iglesia. En esta línea, revitalizar el modo extraordinario de celebración del Rito Romano ha sido un hito importante también de cara a resolver el cisma.
La forma extraordinaria del rito romano fue liberalizada en 2007 por Benedicto XVI para toda la Iglesia con el motu proprio Summorum Pontificum.
-¿Fue el pontificado de un intelectual brillante con pocas dotes de gobierno, o su caso desmiente esa supuesta incompatibilidad entre el pensador y el hombre de acción?
-Quizá pocos cardenales como él conocían la vida de la Iglesia y la situación de la Santa Sede. Incluso en su misma tarea al frente de la Congregación de la Fe no le faltaron zancadillas por parte de algún cardenal muy destacado.
-¿Entonces...?
-De Ratzinger se decía en los mentideros romanos que no conocía muy bien a las personas. De hecho, algunos datos lo podrían confirmar. En ese sentido no es que haya incompatibilidad en sí entre el intelectual y el hombre de gobierno. A veces el conocimiento psicológico ayuda para rodearse de las personas adecuadas. Siempre he pensado que el gobierno (en cualquier ámbito) no es de uno solo, sino de aquel que sabe rodearse de las personas adecuadas.
-Su homilía antes de entrar en el cónclave fue la de un hombre que “sabe” que va a ser elegido Papa...
-Nadie como Ratzinger conocía la situación de la Iglesia, nada halagüeña en muchos campos. Sus intervenciones en las congregaciones generales, previas al cónclave, dieron fe de ello, incluso con descripciones catastróficas.
La homilía del cardenal Ratzinger en la misa Pro Eligendo Pontifice, el 18 de abril de 2005, antes de entrar en el cónclave, trazó un certero panorama sobre la situación de la Iglesia y del mundo.
-Y asumió el cargo con arrojo...
-Su aceptación para ser Sucesor de Pedro fue un acto de fe, esperanza y caridad: él era un servidor en la viña del Señor que daba el paso confiado en la gracia de Cristo para entregar su vida a Dios y a la Iglesia. En ocasiones anteriores su salud le jugó malas pasadas. Con todo, ¡¡a sus 78 años!! dio el paso adelante, sabedor de que no le esperaba un camino de rosas. Sabía que se subía a la cruz.
-¿Fue así?
-El tiempo lo certificó: los graves problemas de la pederastia en la Iglesia, el caso Maciel, las corrupciones, la necesidad de reforma de la Curia romana…
-Su despedida, ¿no es la de un hombre desbordado por los acontecimientos?
-En realidad su renuncia no fue bajarse de la cruz, sino reconocer, ante el Único que tenía como legítimo interlocutor, que sus fuerzas no eran las necesarias para el buen gobierno de la Iglesia. Atrás dejaba años de trabajo, cruces y fatigas muy importantes para la vida de la Iglesia.
-¿Valió la pena?
-Su fecundidad, silenciosa, es hoy más elocuente que nunca.
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