Beato José García Librán
Apuntes hagiográficos
En las antiguas tierras de Talavera de la Reina (Toledo), en la llamada Campana de Oropesa, dos poblaciones separadas por apenas diez kilómetros: Herreruela de Oropesa y El Torrico, unen a nuestro protagonista, el beato José García Librán.
Don Andrés Sánchez Sánchez, autor de la magnífica obra Mártires de nuestro tiempo. Pasión y gloria de la Iglesia abulense (Ávila, 2003), nos ayuda a asomarnos a la vida del párroco mártir de Gavilanes.
José había nacido en el pueblo de Herreruela de Oropesa (Toledo), el 19 de agosto de 1909. Hijo de Florentino García y Gregoria Librán, el hogar donde nace es profundamente cristiano. En ese ambiente se desarrollaron sus primeros años. Eso favoreció el nacimiento y desarrollo de su vocación sacerdotal.
José ingresó con 12 años en el Seminario Conciliar de Ávila, donde realizó estudios de Latín, Humanidades, Filosofía y Sagrada Teología. Durante los once años de permanencia en el seminario, don José dio muy claros ejemplos de acrisolada bondad y sincera piedad. Vida espiritual intensa y ejemplar. Por eso tuvo una excelente y prometedora preparación para el sacerdocio. Era muy ordenado, sensato y ecuánime, muy fervoroso y amable con todos. Bajo estas líneas, junto a unos compañeros sacerdotes; el beato es el primero por la derecha.
Recibió la ordenación sacerdotal el 23 de septiembre de 1933. En aquel momento, el entonces obispo de Ávila, monseñor Enrique Pla y Deniel, le encomendó las parroquias de Magazos y Palacios Rubios. Luego fue nombrado, el 20 de marzo de 1935, párroco de Gavilanes. Sería su última parroquia, y por tan sólo dieciséis meses y medio. No habían transcurrido aún tres años desde su ordenación sacerdotal.
Su actuación sacerdotal en Gavilanes fue despertando, desde el primer momento, gran admiración y aprecio entre los feligreses. Su preparación cultural, su bondad e intensa vida espiritual conseguían el amor de los habitantes de este pueblecito abulense. Era don José un sacerdote celoso, trabajador, caritativo, amante de todos. Cumplía muy bien sus deberes de párroco. Visitaba con frecuencia a los enfermos, y los socorría, si eran pobres.
Un sacerdote, que coincidió con él en el seminario, afirma que el Beato se distinguió siempre por su piedad, “especialmente en su devoción a la santa Misa y a la Virgen María”.
Martirizado junto a su hermano
Don José era consciente de la alarmante situación que se vivía en nuestra nación. En el trabajo publicado por Gregorio Sedano en 1941, Los sacerdotes abulenses mártires en la era de 1936, se recoge parte de una carta en la que afirma el joven párroco:
Yo no soy pesimista. Tengo confianza en España, la cual renovará su fe y su fortaleza, si es preciso, con sangre de mártires, incluso sacerdotes. Parece una prueba necesaria y un castigo conveniente, del que todos saldremos ganando; porque Dios no permitiría los males, sino para sacar de ellos mayores bienes.
¡Cambiar esta vida por otra más feliz, aunque sea inmolando las víctimas inocentes! No tendremos nosotros tal dicha. Aunque no parece cosa difícil, según lo indicaba el Papa a los neosacerdotes en la estampa que nos regaló y que decía: Sacerdos et Hostia. Sacerdote y víctima son inseparables: cruenta o incruenta, pero al fin, víctima…”.
Cuando estalló la guerra civil española, don José que viene huyendo de Gavilanes por las amenazas de muerte que habían recibido en el pueblo, se reúne con su hermano Serafín (1911), que estudiaba medicina en Madrid. Ambos, en vista del peligro, y aconsejados por algunos feligreses, se marcharon a una casa al campo. Pero tan pronto como las milicias de la vecina villa de Pedro Bernardo (Ávila) conocieron el lugar donde se hallaban escondidos, decidieron ir a buscarlos y llevarlos con ellos. A Serafín le dieron la oportunidad de escapar, buscaban al cura. Pero él quería correr la misma suerte que su hermano. Sabía que el desenlace podía ser la muerte, pero estaba dispuesto. No llegan al pueblo. Tenían prisa por matarlos. Los perseguidores iban hiriendo a los dos con hachas y armas cortantes. Querían hacerles sufrir antes de que murieran, querían arrancarles la apostasía. Eran las cinco de la tarde del 14 de agosto, en el lugar conocido como La Cuesta de Lancho, son asesinados los dos, el párroco y su hermano.
Tras ser beatificado en Tarragona, el 13 de octubre de 2013, fue colocada una placa en el lugar exacto del martirio.
Dónde venerar sus reliquias
Tras el martirio, el beato José García Librán y su hermano Serafín recibieron sepultura en el término municipal de Pedro Bernardo aquí, un mes más tarde, exactamente el 21 de septiembre de 1936, su familia trasladó sus restos al cementerio del municipio toledano de Torrico.
Pocos años después, el cadáver de don José fue llevado al templo parroquial de San Gil. Esto sucedió en el año 1942. Todavía, con motivo de colocar el altar en el centro del presbiterio, se le cambió de lugar dentro del templo, quedando en el lateral derecho del altar mayor. Era el 7 de noviembre de 1967.
En 2006, una parte de los restos del sacerdote mártir fueron trasladados a la Capilla de los Mártires de la Catedral de Ávila. No hemos de olvidar que la causa de canonización del beato José García Librán se instruye en la diócesis de Ávila en el Proceso titulado del “Beato José Máximo Moro Briz y 4 compañeros clérigos de la diócesis de Ávila”. Por otra parte, la causa del siervo de Dios Serafín García Librán se instruye junto a un grupo de sacerdotes y seglares, que la diócesis de Ávila lleva junto a 465 mártires de la Provincia eclesiástica de Toledo.
Finalmente, tras la beatificación del beato José sus preciadas reliquias se conservan en la iglesia de San Gil de Torrico (Toledo).
En 2013 ya publicamos este artículo:
http://www.religionenlibertad.com/romance-del-martirio-del-sd-jose-garcia-libran-y-su-hermano-30033.htm
En las antiguas tierras de Talavera de la Reina (Toledo), en la llamada Campana de Oropesa, dos poblaciones separadas por apenas diez kilómetros: Herreruela de Oropesa y El Torrico, unen a nuestro protagonista, el beato José García Librán.
Don Andrés Sánchez Sánchez, autor de la magnífica obra Mártires de nuestro tiempo. Pasión y gloria de la Iglesia abulense (Ávila, 2003), nos ayuda a asomarnos a la vida del párroco mártir de Gavilanes.
José había nacido en el pueblo de Herreruela de Oropesa (Toledo), el 19 de agosto de 1909. Hijo de Florentino García y Gregoria Librán, el hogar donde nace es profundamente cristiano. En ese ambiente se desarrollaron sus primeros años. Eso favoreció el nacimiento y desarrollo de su vocación sacerdotal.
José ingresó con 12 años en el Seminario Conciliar de Ávila, donde realizó estudios de Latín, Humanidades, Filosofía y Sagrada Teología. Durante los once años de permanencia en el seminario, don José dio muy claros ejemplos de acrisolada bondad y sincera piedad. Vida espiritual intensa y ejemplar. Por eso tuvo una excelente y prometedora preparación para el sacerdocio. Era muy ordenado, sensato y ecuánime, muy fervoroso y amable con todos. Bajo estas líneas, junto a unos compañeros sacerdotes; el beato es el primero por la derecha.
Recibió la ordenación sacerdotal el 23 de septiembre de 1933. En aquel momento, el entonces obispo de Ávila, monseñor Enrique Pla y Deniel, le encomendó las parroquias de Magazos y Palacios Rubios. Luego fue nombrado, el 20 de marzo de 1935, párroco de Gavilanes. Sería su última parroquia, y por tan sólo dieciséis meses y medio. No habían transcurrido aún tres años desde su ordenación sacerdotal.
Su actuación sacerdotal en Gavilanes fue despertando, desde el primer momento, gran admiración y aprecio entre los feligreses. Su preparación cultural, su bondad e intensa vida espiritual conseguían el amor de los habitantes de este pueblecito abulense. Era don José un sacerdote celoso, trabajador, caritativo, amante de todos. Cumplía muy bien sus deberes de párroco. Visitaba con frecuencia a los enfermos, y los socorría, si eran pobres.
Un sacerdote, que coincidió con él en el seminario, afirma que el Beato se distinguió siempre por su piedad, “especialmente en su devoción a la santa Misa y a la Virgen María”.
Martirizado junto a su hermano
Don José era consciente de la alarmante situación que se vivía en nuestra nación. En el trabajo publicado por Gregorio Sedano en 1941, Los sacerdotes abulenses mártires en la era de 1936, se recoge parte de una carta en la que afirma el joven párroco:
Yo no soy pesimista. Tengo confianza en España, la cual renovará su fe y su fortaleza, si es preciso, con sangre de mártires, incluso sacerdotes. Parece una prueba necesaria y un castigo conveniente, del que todos saldremos ganando; porque Dios no permitiría los males, sino para sacar de ellos mayores bienes.
¡Cambiar esta vida por otra más feliz, aunque sea inmolando las víctimas inocentes! No tendremos nosotros tal dicha. Aunque no parece cosa difícil, según lo indicaba el Papa a los neosacerdotes en la estampa que nos regaló y que decía: Sacerdos et Hostia. Sacerdote y víctima son inseparables: cruenta o incruenta, pero al fin, víctima…”.
Cuando estalló la guerra civil española, don José que viene huyendo de Gavilanes por las amenazas de muerte que habían recibido en el pueblo, se reúne con su hermano Serafín (1911), que estudiaba medicina en Madrid. Ambos, en vista del peligro, y aconsejados por algunos feligreses, se marcharon a una casa al campo. Pero tan pronto como las milicias de la vecina villa de Pedro Bernardo (Ávila) conocieron el lugar donde se hallaban escondidos, decidieron ir a buscarlos y llevarlos con ellos. A Serafín le dieron la oportunidad de escapar, buscaban al cura. Pero él quería correr la misma suerte que su hermano. Sabía que el desenlace podía ser la muerte, pero estaba dispuesto. No llegan al pueblo. Tenían prisa por matarlos. Los perseguidores iban hiriendo a los dos con hachas y armas cortantes. Querían hacerles sufrir antes de que murieran, querían arrancarles la apostasía. Eran las cinco de la tarde del 14 de agosto, en el lugar conocido como La Cuesta de Lancho, son asesinados los dos, el párroco y su hermano.
Tras ser beatificado en Tarragona, el 13 de octubre de 2013, fue colocada una placa en el lugar exacto del martirio.
Dónde venerar sus reliquias
Tras el martirio, el beato José García Librán y su hermano Serafín recibieron sepultura en el término municipal de Pedro Bernardo aquí, un mes más tarde, exactamente el 21 de septiembre de 1936, su familia trasladó sus restos al cementerio del municipio toledano de Torrico.
Pocos años después, el cadáver de don José fue llevado al templo parroquial de San Gil. Esto sucedió en el año 1942. Todavía, con motivo de colocar el altar en el centro del presbiterio, se le cambió de lugar dentro del templo, quedando en el lateral derecho del altar mayor. Era el 7 de noviembre de 1967.
En 2006, una parte de los restos del sacerdote mártir fueron trasladados a la Capilla de los Mártires de la Catedral de Ávila. No hemos de olvidar que la causa de canonización del beato José García Librán se instruye en la diócesis de Ávila en el Proceso titulado del “Beato José Máximo Moro Briz y 4 compañeros clérigos de la diócesis de Ávila”. Por otra parte, la causa del siervo de Dios Serafín García Librán se instruye junto a un grupo de sacerdotes y seglares, que la diócesis de Ávila lleva junto a 465 mártires de la Provincia eclesiástica de Toledo.
Finalmente, tras la beatificación del beato José sus preciadas reliquias se conservan en la iglesia de San Gil de Torrico (Toledo).
En 2013 ya publicamos este artículo:
http://www.religionenlibertad.com/romance-del-martirio-del-sd-jose-garcia-libran-y-su-hermano-30033.htm
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