Sábado, 23 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Un avemaría por Siria con el Papa en la plaza de San Pedro: denuncia la desaparición de niños

Zenit

Francisco saluda a los peregrinos que se han congregado en la audiencia del miércoles
Francisco saluda a los peregrinos que se han congregado en la audiencia del miércoles
El Papa Francisco ha pedido a un plaza de San Pedro repleta, rezar un Ave María por Siria, que sufrió varios atentados terroristas el lunes pasado. Por eso ha invitado orar al “Padre misericordioso para que done el reposo eterno a las víctimas, el consuelo a los familiares y convierta el corazón de los que siembran muerte y destrucción”. Lo ha hecho al finalizar la audiencia general de este miércoles.

Asimismo, ha recordado que este miércoles 25 de mayo se celebra la Jornada internacional por los Niños Desaparecidos. “Es un deber de todos proteger a los niños, sobre todos a los que están expuestos a un elevado riesgo de explotación, trata y conductas desviadas”, ha advertido. Por ello, ha manifestado su deseo de que las autoridades civiles y religiosas puedan sacudir y sensibilizar las conciencias, para evitar la indiferencia frente al malestar de niños solos, explotados y alejados de sus familias y de su contexto social, niños que no pueden crecer serenamente y mirar con esperanza al futuro. De este modo, el Papa Francisco ha invitado a la oración para que a estos niños se les restituya el afecto de sus seres queridos.

Por otro lado, el Santo Padre ha recordado que el jueves 26 de mayo, se vive en Roma la tradicional procesión del Corpus Domini. A las 19.00, en la plaza de San Juan de Letrán celebrará la santa misa, y se adorará al Santísimo Sacramento caminando hasta la basílica de Santa María Mayor. Con esta ocasión, el Pontífice ha invitado a los romanos y peregrinos a participar en este solemne acto público de fe y de amor “a Jesús realmente presente en la Eucaristía”.

El papa Francisco, como cada miércoles, ha compartido la mañana con los miles de fieles procedentes de todo el mundo, en la plaza de San Pedro para la audiencia general.

Asimismo, el Pontífice ha saludado desde el papamóvil a los allí reunidos, deteniéndose, como es habitual, con los más pequeños para darles su bendición. Mientras, los peregrinos le saludaban con entusiasmo y alegría, ondeando sus banderas y mostrando sus pancartas con mensajes de cariño al Santo Padre.

En el resumen de la catequesis hecho en español, el Papa ha indicado que en la parábola que se ha escuchado al inicio de la audiencia general (Lc 18, 1-5), Jesús “nos indica la necesidad de orar siempre sin desfallecer”. De este modo, ha señalado que del ejemplo de la viuda, una persona desvalida y sin defensor, el Señor saca una enseñanza: “si ella, con su insistencia, consiguió obtener de un juez injusto lo que necesitaba, cuánto más Dios, que es nuestro padre bueno y justo, hará justicia a los que se la pidan con perseverancia, y además lo hará sin tardar”.

La perseverancia –ha añadido– expresa una confianza que no se rinde ni se apaga. “Como Jesús en Getsemaní, tenemos que orar confiándolo todo al corazón del Padre, sin pretender que Dios se amolde a nuestras exigencias, modos o tiempos, esto provoca cansancio o desánimo, porque nos parece que nuestras plegarias no son escuchadas”, ha recordado Francisco.

Por eso, el Santo Padre ha asegurado que “si, como Jesús, confiamos todo a la voluntad del Padre, el objeto de nuestra oración pasa a un segundo plano, y se manifiesta lo verdaderamente importante: nuestra relación con Él”.

Finalmente, ha precisado que  este es el efecto de la oración, “transformar el deseo y modelarlo según la voluntad de Dios, aspirando sobre todo a la unión con él, que sale al encuentro de sus hijos lleno de amor misericordioso”.

A continuación, el Santo Padre ha saludado cordialmente a los peregrinos de lengua española, en particular a los grupos provenientes de España y Latinoamérica. Pidamos al Señor –ha invitado– una fe que se convierta en oración incesante que se nutra de la esperanza en su venida y que nos haga experimentar la compasión de Dios.

Texto completo de la catequesis
(traducida del italiano por Zenit)
Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!
La parábola evangélica que acabamos de escuchar (cfr. Lc 18, 1-8) contiene una enseñanza importante: “que es necesario orar siempre sin desanimarse” (v. 1). Por lo tanto, no se trata de orar algunas veces, cuando tengo ganas. No, Jesús dice que es necesario “orar siempre sin desanimarse”. Y pone el ejemplo de la viuda y el juez.

El juez es un personaje poderoso, llamado a emitir sentencias basándose en la Ley de Moisés. Por esto la tradición bíblica recomendaba que los jueces sean personas con temor de Dios, dignas de fe, imparciales e incorruptibles (Cfr. Ex 18,21). Nos hará bien escuchar esto también hoy, ¡eh! Al contrario, este juez «no temía a Dios ni le importaban los hombres» (v. 2). Era un juez perverso, sin escrúpulos, que no tenía en cuenta la Ley pero hacía lo que quería, según sus intereses. A él se dirigió una viuda para obtener justicia. Las viudas, junto a los huérfanos y a los extranjeros, eran las categorías más débiles de la sociedad. Sus derechos tutelados por la Ley podían ser pisoteados con facilidad porque, siendo personas solas e indefensas, difícilmente podían hacerse valer: una pobre viuda, allí, sola está sin defensa y podían ignorarla, incluso no hacerle justicia; así como con el huérfano,  el extranjero, el migrante. ¡Lo mismo! En aquel tiempo era muy fuerte esto.

Ante la indiferencia del juez, la viuda recurre a su única arma: continuar insistentemente importunando presentándole su petición de justicia. Y precisamente con esta perseverancia alcanza su objetivo. El juez, de hecho, en un cierto momento la compensa, no porque esté movido por la misericordia, ni porque la conciencia se lo impone; simplemente admite: «Pero como esta viuda me molesta, le haré justicia para que no venga continuamente a fastidiarme» (v. 5).

De esta parábola Jesús saca una doble conclusión: si la viuda ha logrado convencer al juez deshonesto con sus peticiones insistentes, cuanto más Dios, que es Padre bueno y justo, «hará justicia a sus elegidos, que claman a él día y noche»; y además no «les hará esperar por mucho tiempo», sino actuará «rápidamente» (vv. 7-8).
Por esto Jesús exhorta a orar “sin desfallecer”. Todos sentimos momentos de cansancio y de desánimo, sobre todo cuando nuestra oración parece ineficaz. Pero Jesús nos asegura: a diferencia del juez deshonesto, Dios escucha rápidamente a sus hijos, aunque si esto no significa que lo haga en los tiempos y en los modos que nosotros quisiéramos.

¡La oración no es una varita mágica! ¡No es una varita mágica! Esta nos ayuda a conservar la fe en Dios y a confiar en Él incluso cuando no comprendemos su voluntad. En esto, Jesús mismo – ¡que oraba tanto! – nos da el ejemplo. La Carta a los Hebreos recuerda que, así dice, «Él dirigió durante su vida terrena súplicas y plegarias, con fuertes gritos y lágrimas, a aquel que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su humilde sumisión» (5,7). A primera vista esta afirmación parece inverosímil, porque Jesús ha muerto en la cruz. No obstante la Carta a los Hebreos no se equivoca: Dios de verdad ha salvado a Jesús de la muerte dándole sobre ella la completa victoria, pero ¡el camino recorrido para obtenerla ha pasado a través de la misma muerte! La referencia a la súplica que Dios ha escuchado se refiere a la oración de Jesús en el Getsemaní.

Invadido por la angustia oprimente, Jesús pide al Padre que lo libere del cáliz amargo de la pasión, pero su oración está empapada de la confianza en el Padre y se encomienda sin reservas a su voluntad: “Pero – dice Jesús – no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Mt 26,39). El objeto de la oración pasa a un segundo plano; lo que más importa es la relación con el Padre. Es esto lo que hace la oración: transforma el deseo y lo modela según la voluntad de Dios, cualquiera que esa sea, porque quien ora aspira ante todo a la unión con Dios, Amor misericordioso.

La parábola termina con una pregunta: “Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?” (v. 8). Y con esta pregunta estamos todos advertidos: no debemos desistir de la oración aunque no sea correspondida. ¡Es la oración que conserva la fe, sin ella la fe vacila! Pidamos al Señor una fe que se haga oración incesante, perseverante, como la de la viuda de la parábola, una fe que se nutre del deseo de su llegada. Y en la oración experimentamos la compasión de Dios, que como un Padre va al encuentro de sus hijos lleno de amor misericordioso. ¡Gracias!
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