Domingo, 24 de noviembre de 2024

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Del faraónico Atón, probablemente el primer dios monoteo de la historia

por En cuerpo y alma

  
 
 
            Neferjeperura Amenotep (1372 a. C.1336) es el décimo faraón de la dinastía XVIII de Egipto, hijo de Nebmaatra Amenotep (Amenotep III), y nieto de Menjeperura Tutmosis (Tutmosis IV). Pasa a la historia como Amenotep IV o, más españolizado, como Amenofis IV, y su reinado, que dura diecisiete años, los que van del 1353 a.C. al 1336 a. C., inicia el llamado “período de Amarna”, así denominado por el nombre árabe actual de Aketatón (=Horizonte de Atón), ciudad a medio camino entre Menfis y Tebas que el faraón elegirá como nueva capital del imperio egipcio.
 
  

Akenatón

           Pues bien, cuando lleva ya cinco años en el trono, toma una decisión crucial: el faraón cambia su nombre de Amenotep a Akenatón. ¿Mero capricho estético? Ni muchísimo menos: Amenotep significa “Amón sea satisfecho”, mientras Akenatón significa “agradable a Atón”. ¿Qué es lo que ha cambiado? Pues ha cambiado el nombre de la deidad a la que el faraón rinde culto, Amón cuando nace y empieza a reinar, Atón a partir del quinto año de su reinado. ¿Un cambio arbitrario e insustancial?
 
            Desde luego, no. El cambio de deidades y el de su posición más o menos preminente en el olimpo egipcio es un hecho cotidiano en la historia faraónica, produciéndose, sólo a modo de ejemplo, una tradicional rivalidad entre Amón y Ra. Pero el que tiene lugar durante el reinado de Akenatón reviste una importancia singular: no se trata de “crear” un dios (que, por cierto, ya existía y recibía culto con anterioridad), ni siquiera de entronizarlo a la jefatura del olimpo, y con él, importante, a la comunidad sacerdotal que le rinde culto, convertida así en la nueva aristocracia del momento; se trata de declarar que ese dios era y es, en realidad, el único.
 
  

Estela del Edicto de Restauración

           El cambio es tan novedoso que, de hecho, ni se consumó ni se consolidó. El mismo sucesor de Akenatón, tal vez el faraón más mediático de todos los conocidos, Tutantakatón, no puede soportar la tensión que la reforma del olimpo egipcio había producido y abole el culto monoteísta, volviendo al de Amón y la patrulla de dioses que le acompaña. El llamado Edicto de Restauración mediante el que lo hace, ha sido, de hecho, encontrado en una estela en el templo de Amón, en Karnak, y se conserva en el Museo de El Cairo. Una restauración que el nuevo faraón cuya tumba encuentra Howard Carter el 4 de noviembre de 1922, exteriorizará con un gesto similar al de su predecesor, dejando de llamarse TutankaTón, que significa “imagen viva de Atón”, para pasar a llamarse TutankaMón “imagen viva de Amón”.
 
            En cuanto a Atón, se representó como un gran disco solar del que salían brazos en disposición radial, que terminaban en manos con el signo “anj” de la vida (pinche aquí para conocer su relación con la cruz copta). Una representación que lo vincula a otro culto monoteísta basado también en el sol, el que intentará implantar en Roma el emperador Aureliano en el último cuarto del s. III. Todos los demás dioses del olimpo egipcio irán declinando ante la potencia del nuevo dios único y el faraón se intitula como representante único de dios en la tierra, haciendo innecesaria la casta sacerdotal.

 

Representación de Atón

            En el décimo año de su reinado, Akenatón da todavía un paso adelante, y ordena eliminar el nombre de Amón y de su esposa Mut de estatuas y registros. La revolución de Akenatón comportará también la total eliminación de las imágenes humanizadas de dioses, en uno de las primeras manifestaciones de un movimiento recurrente en la historia: el de la iconoclastia, del que hemos visto brutales manifestaciones últimamente en el video que muestra al grupo terrorista demoníaco Estado Islámico destruyendo las imágenes de lo que parece ser el Museo Histórico de Mosul.
 
            No se puede situar con toda precisión el momento histórico, la fecha para que nos entendamos, en el que se producen los hechos que conducen a la huída de Egipto del pueblo de Israel conducido por Moisés. Pero sí se emplaza, en todo caso, hacia el s. XIV a.C., misma época del reinado de Akenatón. No sería mala idea preguntarse por la relación existente entre el reinado de este singular faraón que fue Akenatón, y el éxodo egipcio de ese pueblo semita que es el hebreo.
 
            Y bien amigos, sin más por hoy, deseo a Vds., como siempre, que hagan mucho bien y que no reciban menos, y les invito a encontrarse de nuevo conmigo en esta columna del pórtico. Hasta mañana.
 
 
            Dedicado a mi amigo Rafa. Una antigua conversación con él hace ya más de quince años se halla en el sustrato de este artículo.
 
 
            ©L.A.
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