Miércoles, 27 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Sólo un católico firmó el 4 de julio, y los cortes a tijera en la Biblia de Thomas Jefferson

C.L.

Charles Carroll of Carrollton
Charles Carroll of Carrollton

El 4 de julio de 1776 se aprobó el texto final de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, que celebran desde entonces en esa fecha su fiesta nacional.

Los grupos cristianos norteamericanos acuden cada vez con mayor frecuencia a dicho documento para justificar el entronque entre la tradición del país y los valores conservadores conculcados desde los años sesenta a través de decisiones judiciales y grupos de presión.

«Nuestros antepasados no se independizaron de la Divina Providencia», afirma Keith Fournier, un diácono de la diócesis de Richmond (Virginia) que es además activo militante provida: «Más bien confiaban en la primacía del gobierno de Dios sobre sus propias vidas y sobre la empresa que emprendieron». Los firmantes de la Declaración «estaban bajo la influencia del gran tesoro aportado a la civilización occidental por la Iglesia».

Pero no todos eran cristianos. El más significado de los autores de la Declaración, el deísta Thomas Jefferson, había recortado a tijera en su Biblia todos los pasajes que consideraba «supersticiosos». Su afán fue difundir las enseñanzas morales de Jesucristo como una moral natural sin dogmas ni elementos sobrenaturales.

Charles Carroll of Carrollton

Y sólo uno de los firmantes era católico: Charles Carroll of Carrollton (1737-1832), primo del primer arzobispo de Baltimore, John Carroll (1735-1815). Descendía de católicos que habían huido a las colonias británicas huyendo de la persecución de 1688, que los situó fuera de la ley durante más de dos siglos.

Natural de Maryland, aunque formado en París y Londres (en colegios donde aprendió la importancia de la verdad y un peculiar estilo para defenderla), Carroll era representante de ese estado. Contribuyó decisivamente a que sus paisanos cambiaran de opinión, pues al principio eran renuentes a cortar todo lazo con la metrópoli.

Curiosamente, el único católico de los 56 signatarios de la Declaración fue el que más arriesgó económicamente, pues era el más rico de todos, valorándose su fortuna en dos millones de dólares. Su aportación también fue crucial cuando fue comisionado para garantizar el apoyo canadiense a la lucha de los independentistas.

Carroll fue, además, el último de los firmantes en morir, tras el fallecimiento de Jefferson y John Adams en 1826. Esto acrecentó su singularidad y la perpetuación de su recuerdo como padre de un texto que hoy se cita con frecuencia para rechazar el aborto en nombre de los principios fundadores de Estados Unidos: «Sostenemos como evidentes por sí mismas dichas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad».

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