«SOY FRUTO DE MI BIOGRAFÍA Y DEL AMOR DE DIOS»
La conversión de un ex gay: «La primera vez que sentí a Dios como Padre me sobrecogió»
Una vez descrito el «submundo gay» con toda su crudeza, la segunda parte del relato de Pablo es un recorrido por el proceso «largo y doloroso» que le ha llevado a recuperarse «de las heridas de la experiencia gay». Pablo, de haberlo sabido, «nunca hubiera elegido este camino de espinas», pero, reconoce, «soy fruto de mi biografía y del amor de Dios por mí».
La publicación de la primera parte del testimonio de Pablo, un hombre que vivió largos años como homosexual, ha supuesto un reguero de especulaciones entre los lectores de ReL sobre la autenticidad de sus opiniones, e, incluso, de su misma existencia a tenor de la foto utilizada. La importancia de esta experiencia vital y nuestra intención de compartirla cuanto antes con nuestros lectores, nos llevó a utilizar una imagen alegórica al no disponer en ese momento de la propia de Pablo. Pues ya está aquí su imagen real, aunque con su identidad protegida.
A lo que no da la espalda Pablo es a su futuro, a la esperanza que llena su vida en la actualidad, tras un camino de conversión que fue madurando con el tiempo y que se vió reforzado por la ayuda de especialistas.
«Soy un afortunado»
Quejoso, Pablo reconoce que «si de adolescente hubiera tenido la ayuda oportuna (de mis padres, educadores, amigos, profesionales) me hubiera evitado una historia de sufrimiento y degradación y hubiera salido adelante en poco tiempo y con facilidad». Sin embargo, asegura, «no fue mi caso y veo que a pesar de eso soy un afortunado, pues la mayoría de las personas con tendencia homosexual, sin esta ayuda, están condenados a vivir una vida con un estilo insano que no respeta a la persona».
El padre como modelo
Durante su infancia, Pablo «lograba mucha empatía con las niñas», mientras que no se terminaba de sentir integrado en el mundo varonil, sin llegar a ser nunca un niño con usos o dejes afeminados, hasta el punto de que «tampoco sufrí exclusiones por parte de nadie», dice. Sin embargo, tiene asumido que «me faltó un impulso externo que me sacara del mundo femenino y me introdujera en el masculino. Mi padre, enfermo y de carácter reservado, no fue un modelo que yo aceptara como digno de imitar, ni me apoyaba en mis proyectos o en mi día a día».
Doble vida
Pese a esas circunstancias, que identifica como raíz de las carencias afectivas que desembocaron en el comportamiento homosexual, Pablo tuvo algunas novias tras algún contacto homosexual en su primera juventud, aunque no mantuvo relaciones sexuales con ellas. De esta manera, asegura, «llevaba dos vidas: una donde honradamente intentaba llevar una relación seria, y otra, en la que intentaba curar mis heridas afectivas, de identificación, a través del contacto con hombres». Y añade: «en cada encuentro, ya fuera por encontrarme con hombres más experimentados que yo, ya fuera por mi curiosidad, iba un paso más allá en las experiencias que adquiría». Pablo ya había entrado en una espiral de la que le ha costado mucho salir.
Dios a la medida
A pesar de todo, «intenté compaginar mis creencias religiosas con mi situación y hasta estuve en asociaciones gay que se autodenominaban cristianas», asegura Pablo. «Duré poco: a la queja continua contra la sociedad por supuestas discriminaciones y homofobias hacia el sector gay, se unía la rebelión contra la Iglesia. (...) Del odio a la Iglesia se pasaba automáticamente a una desfiguración de Dios, que acababa siendo un ser a nuestra medida».
Madre Teresa y Juan Pablo II
En esa circunstancia, estuvo acudiendo a misa durante 15 años «por costumbre» pero «alejado de los sacramentos». La «profunda admiración» por las figuras de la santa Teresa de Calcuta y del venerable Juan Pablo II, hicieron que no cortara radicalmente con su fe: «Aunque para los gays fuera éste el enemigo número uno, yo veía en ambos una coherencia en palabras y obras que me producía un gran respeto».
Saunas, bares, parques, baños: insaciable
Pero, reconoce, «como quien no actúa como piensa acaba pensando como actúa, me fui metiendo más y más en el mundo gay». Así, primero frecuentó «saunas -por el anonimato-; más tarde pasé por bares, parques, baños de grandes almacenes, discotecas, cuartos oscuros...». En todo ese periplo iba experimentando nuevas cosas, pero algo fallaba: «Nunca estaba satisfecho».
Aún más, asegura: «Era un círculo vicioso, necesitaba más: identificarme con un hombre, conocer el hombre de mis sueños; a la vez esa relación nunca podría existir porque es un pensamiento absolutamente neurótico. No podía buscar fuera de mí lo que estaba dentro de mí: mi masculinidad. Nunca nadie jamás me iba a poder saciar».
Preguntas
El vertiginoso mundo ausente de afectos, valga la paradoja, llenaba a Pablo de vacío e insatisfacción. En esa circunstancia «es muy fácil dejarse llevar y no hacerse preguntas. Pero en mi caso se me empezaron a agolpar. Y esa fue mi salvación». Su salvación, y el comienzo de un proceso que reconoce como «durísimo» pero que «no cambiaría por nada del mundo».
Algunas de las preguntas que se le acumulaban eran: «¿Por qué no hay sinceridad en el submundo gay? ¿Por qué una pareja no sacia? ¿Por qué la gente arriesga su salud por un polvo? ¿Por qué esa continua amargura, ese sarcasmo, esa intolerancia? ¿Por qué si charlas y te lo pasas bien ante una copa no vuelves a ver a la persona, aunque te dé el teléfono? ¿Y por qué tampoco lo ves si tras la conversación el sexo es satisfactorio? ¿por qué esa superficialidad y esa hipocresía?».
Por encima de estas preguntas, Pablo también observaba «que ese no era solo mi caso: era y es el caso de todos los gays que he conocido y que conozco. De todos. No podía ser casualidad que todas esas vidas fueran una vida con pequeñas variaciones. Había algo que no me cuadraba».
Sin fórmulas mágicas
Pablo aún se lo pregunta pero la respuesta puede estar en el dicho: «el que tuvo, retuvo». A pesar de que «mi relación con Dios estaba rota», Pablo decidió entrar a formar parte de un grupo en una parroquia. Allí, recuerda, «encontré gente que me escuchaba y rezaba por mí». Y las contradicciones, como las preguntas, se amontonaban. Por una parte, «no podía dejar la vida gay» y «la cosa iba a más: estimulantes, sexo en grupo...». Por la otra, «veía que "eso " no era lo que yo quería».
A esto se sumaba cierta incomprensión, incluso de la gente de bien, que «no comprende el hecho homosexual» y a la que lo desconocido, le produce rechazo. «Ese fue un punto de lucha importante», recuerda Pablo: «Dar a entender a los demás que nadie tenía que darme fórmulas mágicas (las mujeres) ni desconfiar (los hombres). Lo que realmente podían hacer por mí era estar allí, conmigo, rezar mucho por mí», explica.
Perdonar y perdonarse, ayuda
Aquél distanciamiento afectivo de su padre, referido al inicio de este testimonio era más importante de lo que podía haber sospechado. «Había estado emocionalmente ausente de mi vida y yo lo había juzgado y rechazado» como modelo, recuerda Pablo. Pero un amigo, le recomendó que hablara con él y le pidiera perdón. «¿Perdón yo a él? ¡Si acaso debería ser al revés!» espetó Pablo a su consejero, aunque admite que tenía razón. «Yo no tenía ningún derecho a construirme mi padre a mi medida, a exigirle que fuera diferente, como yo lo deseaba, como lo hubiera necesitado», asegura, al tiempo que explica con alegría que su relación ha evolucionado desde la indiferencia a «que hoy sea mi padre, la persona más importante de mi vida».
«Sentí a Dios como Padre»
Ese distanciamiento de su padre, están en la base de toda la experiencia vital de Pablo y él lo expresa con total claridad: «El rechazo a mi padre de la tierra tuvo una consecuencia inmediata: el rechazo al Padre, a Dios-Padre. Un día, harto de todo, me metí en el primer lugar gay que pillé. No lo conocía y resultó ser un local de sadomasoquismo. Después de ver lo que había, salí casi vomitando. Poco antes de llegar a casa, llorando y asqueado, me enfrenté por desesperación a Dios. Y fue allí, en mitad de la calle y de la noche, la primera vez en mi vida en que sentí a Dios como Padre. Fue algo que me sobrecogió».
«Sanar como hombre»
Esa experiencia fue definitiva. Tal como la revelación a Saulo de Tarso en el camino de Damasco. El mismo que adoptó el nombre de Pablo y extendió la fe en Cristo hasta la muerte.
Nuestro Pablo, que explica que «no era ni es mi objetivo salir de la homosexualidad para entrar en una heterosexualidad herida, sino sanar como hombre en todas las facetas de mi persona: cuerpo, mente y espíritu», comenzó a leer títulos como «Homosexualidad y esperanza», «Comprender y sanar la homosexualidad», «Quiero dejar de ser homosexual: casos reales de terapia reparativa» y «Cómo prevenir la homosexualidad: los hijos y la confusión de género». Además, empezó a trabajar «a fondo, y me están ayudando muchísimo, cada día más» a través de las webs Es posible la esperanza, Narth y Courage Latino.
Sin embargo, ese deseo de «sanar como hombre» no es trabajo de un día. «Mi vida estaba tan enraizada en las prácticas homosexuales, que me era muy difícil, tan difícil como que me ha constado tres años de análisis y trabajo de mis heridas, de llorar, de gritar pidiendo ayuda, de, a veces, desesperarme y querer tirar la toalla». Pero ese trabajo, ha sido tan «exhaustivo» como «imprescindible» para ayudar a Pablo «no sólo a conocerme a mí, sino a conocer, comprender y amar a los demás».
La última oportunidad
Porque la tarea titánica no sólo se trataba de reorganizar su interior, sus afectos y sus deseos, sino de aprender de nuevo a tener una vida social en un contexto alejado de lo que Pablo ha definido reiteradamente como el submundo gay. Además, y pese al reconocido beneficio de esas lecturas y páginas de Internet, Pablo se enfrentaba a una avalancha de información que era incapaz de procesar: «Fui cayendo en la autodestrucción psíquica y física» y pensaba: «Dios no me quiere. Sí que me quiere pero yo no Le correspondo. yo no Le quiero. No me merezco Su amor». Era, asegura, «un proceso lógico dentro de mi estado».
En esa situación casi insostenible, un amigo le recomendó acudir a a un profesional especialista en terapia reparadora «y que apostara mi vida a dos cartas: a dios y a ese psicólogo». «Me entró un miedo atroz», reconoce, «¡Pero no me quedaba otra! Era una lucha a vida o muerte, quizá mi última oportunidad. Lo recé y decidí hacerlo».
«Ser el patrón de mi barco»
Pablo tiene un objetivo desde que comenzó la terapia: «Ser feliz, ser el patrón de mi barco, no ir a la deriva de mis impulsos y mis heridas» y su castidad actual es fruto de ello. Ha reorganizado su vida, desde las cosas más básicas como respetar las horas necesarias de sueño. «Tras sólo seis meses, veo que estoy redescubriéndome como persona, en mis aspectos positivos y negativos. Pero ambos aspectos forman parte de mi ser: ese soy yo. Y estoy aprendiendo a quererme como Dios me quiere: como soy», asegura Pablo.
«Castidad gozosa»
Así, Pablo mira al futuro con gran esperanza: «Tengo un mundo nuevo ante mis ojos. Y como resultado de todo ello estoy viviendo una castidad gozosa, positiva, afirmativa». «La atracción por los hombres se ha reducido hasta casi desaparecer», asegura Pablo, que concluye: «Todo este proceso largo, doloroso, ha valido toda la pena». Eso, a pesar de que «de haberlo sabido al principio, jamás hubiera elegido este camino de espinas». Pero no reniega de sí mismo: «Soy el fruto de mi biografía y del amor de Dios por mí, de su misericordia infinita».
Cuatro lecciones
De toda su experiencia, Pablo extrae cuatro lecciones muy significativas:
- «Salir de nosotros mismos, dejar atrás nuestro egoísmo, nuestro narcisismo, es algo que nos puede hacer mucho bien».
- «La homosexualidad es una de las consecuencias de heridas afectivas concretas; otra persona con las mismas heridas puede no sufrir consecuencias o que estas sean de otro cariz.»
- «Las heridas afectivas no son un coto privado de nadie. Soy un privilegiado por poderlas haber visto y haber podido hacer algo con ellas, en lugar de pensar que «eso» es lo máximo que tiene preparada la vida para mí».
- «Que a veces necesitamos maestros y guías que nos enseñen a amar y perdonar».
Y una conclusión
Dice Pablo: «Si yo he salido adelante, cualquiera puede hacerlo. Cualquiera que lo quiera de verdad, que busque los medios, que confíe en Dios y que se deje ayudar. Está en tu mano tu felicidad: ¡no la dejes escapar!». Y presta su ayuda, para quien quiera tomar la mano que ofrece, a través de este correo electrónico: un.testimonio@hotmail.com
Porque, como dice una canción de la cantante Rosana, que le causó un gran impacto a Pablo: «Tengo miedo de que el miedo, te eche un pulso y pueda más
No te rindas, no te sientes a esperar...»