ENTREVISTA CON EL CARDENAL ADRIANUS SIMONIS
«La Iglesia holandesa ha perdido dos generaciones. Hay que recomenzar de nuevo»
El arzobispo emérito de Utrecht, el cardenal Adrianus Simonis, de 78 años, es el «gran anciano» de la Iglesia holandesa, conocido y amado en el país, también por los musulmanes. «Quizás porque – explica sonriendo – he dicho que los musulmanes fieles a Dios irán a los cielos más altos del Paraíso».
Pero sobre Holanda, el cardenal (que hoy vive en un pueblito de Brabante, Nieuwkuijk) parece menos optimista.
«Sí, quizás hay signos de una nueva tendencia, pero hablamos de números muy pequeños», dice. «Queda en pie esa cifra, ese 58 % de holandeses que ya no saben que es exactamente la Navidad. Está quien, observando a Holanda, está perturbado por el número de mezquitas. Lo puedo comprender, pero el auténtico problema aquí es anterior a la inmigración, ya que nos hemos extraviado, hemos perdido nuestra identidad cristiana. Si esta identidad fuese fuerte, no tendríamos miedo de los islámicos. Efectivamente, existe en Holanda el problema del fundamentalismo islámico, pero la mayor parte de los inmigrantes no lo sigue. Más que el integrismo, me preocupa el avance de la secularización en las jóvenes generaciones islámicas. Temo que terminarán convirtiéndose a la verdadera religión que domina en Occidente: el relativismo».
(En efecto, observando a los jóvenes marroquíes en los McDonald’s de Amsterdam, y a sus hermanas en pantalones ajustados, llegamos a preguntarnos si las nuevas generaciones musulmanas no están ya equiparándose, en todos los sentidos, a nosotros).
– Eminencia, ¿el racismo y la xenofobia no constituyen aquí un problema?
– No creo. Los holandeses son un pueblo tolerante. No veo en el horizonte una ola racista.
– En Haarlem el obispo dice que se comienza a advertir en los jóvenes un sentido de vacío, la falta de lo que ha sido olvidado…
– Es verdad, muchos advierten el vacío, pero no saben ir más allá, no saben qué preguntar ni a quién. No han sido educados para reconocer y percibir el deseo de su corazón. En este sentido, estoy convencido - al igual que el obispo Punt - que la Iglesia holandesa está verdaderamente llamada a ser misionera. Se han perdido dos generaciones. Se trata de recomenzar de nuevo, y dentro de una cultura indiferente al cristianismo, en medio de medios de comunicación que no son amistosos.
– Usted tiene 78 años. En los años de la guerra usted era un niño. ¿En ese entonces, Holanda no era un país fuertemente cristiano? ¿Qué ha sucedido luego?
– Probablemente era un cristianismo demasiado signado por un rígido moralismo. Luego se produjo una rebelión radical, como radical es el carácter de los holandeses. No son capaces de creer sólo «un poco» en algo. O una cosa la otra. Se han convertido en lo opuesto de lo que eran.
– Sin embargo, en el seminario de Haarlem hay hoy 45 estudiantes, y algunos centenares de adultos piden anualmente el bautismo. En Amsterdam he encontrado a las religiosas de la Madre Teresa en adoración frente al Crucifijo. Pocos, pero fuertes, los católicos aquí…
– Es verdad. Es cierto que en una situación como ésta la sal está obligada, por así decir, a ser más salada…
– ¿Qué intenta decir, en las Misas de Navidad, a los fieles?
– Que quizás han olvidado el hecho cristiano, lo que es en esencia: Dios se ha hecho hombre, ha venido al mundo en la pobreza, humilde y frágil como un niño recién nacido, por amor a nosotros.
– Sabe, Eminencia, que hace poco en la provincia vecina a ésta, en Drunen, he visto a un centenar de niños salir de la iglesia católica donde había habido una función de Navidad?
– Debe ser ese joven sacerdote que ha llegado hace poco, quien se dedica a hacer…
La historia que vuelve a comenzar otra vez. Para recomenzar, basta la presencia de un cristiano.
«Sí, quizás hay signos de una nueva tendencia, pero hablamos de números muy pequeños», dice. «Queda en pie esa cifra, ese 58 % de holandeses que ya no saben que es exactamente la Navidad. Está quien, observando a Holanda, está perturbado por el número de mezquitas. Lo puedo comprender, pero el auténtico problema aquí es anterior a la inmigración, ya que nos hemos extraviado, hemos perdido nuestra identidad cristiana. Si esta identidad fuese fuerte, no tendríamos miedo de los islámicos. Efectivamente, existe en Holanda el problema del fundamentalismo islámico, pero la mayor parte de los inmigrantes no lo sigue. Más que el integrismo, me preocupa el avance de la secularización en las jóvenes generaciones islámicas. Temo que terminarán convirtiéndose a la verdadera religión que domina en Occidente: el relativismo».
(En efecto, observando a los jóvenes marroquíes en los McDonald’s de Amsterdam, y a sus hermanas en pantalones ajustados, llegamos a preguntarnos si las nuevas generaciones musulmanas no están ya equiparándose, en todos los sentidos, a nosotros).
– Eminencia, ¿el racismo y la xenofobia no constituyen aquí un problema?
– No creo. Los holandeses son un pueblo tolerante. No veo en el horizonte una ola racista.
– En Haarlem el obispo dice que se comienza a advertir en los jóvenes un sentido de vacío, la falta de lo que ha sido olvidado…
– Es verdad, muchos advierten el vacío, pero no saben ir más allá, no saben qué preguntar ni a quién. No han sido educados para reconocer y percibir el deseo de su corazón. En este sentido, estoy convencido - al igual que el obispo Punt - que la Iglesia holandesa está verdaderamente llamada a ser misionera. Se han perdido dos generaciones. Se trata de recomenzar de nuevo, y dentro de una cultura indiferente al cristianismo, en medio de medios de comunicación que no son amistosos.
– Usted tiene 78 años. En los años de la guerra usted era un niño. ¿En ese entonces, Holanda no era un país fuertemente cristiano? ¿Qué ha sucedido luego?
– Probablemente era un cristianismo demasiado signado por un rígido moralismo. Luego se produjo una rebelión radical, como radical es el carácter de los holandeses. No son capaces de creer sólo «un poco» en algo. O una cosa la otra. Se han convertido en lo opuesto de lo que eran.
– Sin embargo, en el seminario de Haarlem hay hoy 45 estudiantes, y algunos centenares de adultos piden anualmente el bautismo. En Amsterdam he encontrado a las religiosas de la Madre Teresa en adoración frente al Crucifijo. Pocos, pero fuertes, los católicos aquí…
– Es verdad. Es cierto que en una situación como ésta la sal está obligada, por así decir, a ser más salada…
– ¿Qué intenta decir, en las Misas de Navidad, a los fieles?
– Que quizás han olvidado el hecho cristiano, lo que es en esencia: Dios se ha hecho hombre, ha venido al mundo en la pobreza, humilde y frágil como un niño recién nacido, por amor a nosotros.
– Sabe, Eminencia, que hace poco en la provincia vecina a ésta, en Drunen, he visto a un centenar de niños salir de la iglesia católica donde había habido una función de Navidad?
– Debe ser ese joven sacerdote que ha llegado hace poco, quien se dedica a hacer…
La historia que vuelve a comenzar otra vez. Para recomenzar, basta la presencia de un cristiano.
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