Sábado, 23 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

OTRA FORMA DE VER LA PELÍCULA

Una visión cristiana del Capitán Garfio, clave para entender la historia infantil de Peter Pan

El personaje creado por James Barry en 1904, llevado por Walt Disney al cine medio siglo después, ha dado lugar a múltiples interpretaciones, pero no todas reparan en un hecho singular: Hook (Garfio) y el padre de Wendy son la misma persona.

Enrique Rodríguez/ReL

El Capitán Garfio
El Capitán Garfio
La película de Walt Disney popularizó en 1953 el personaje de Peter Pan, creado en 1904 por el escritor escocés James Matthew Barry para una obra de teatro estrenada aquel año y que desde entonces ha dado lugar a múltiples interpretaciones. Entre ellas, la más célebre es la que caracteriza el «síndrome de Peter Pan», que caracteriza a personas con problemas para asumir las responsabilidades propias de la vida adulta.

Una visión nueva y con múltiples atractivos llega esta vez de la mano de R. Patard, a través de un artículo recién publicado en la revista conservadora norteamericana First Things, donde hace una lectura en profundidad del libro de Barry, pero sobre todo recuerda un hecho singular que suele olvidarse: en la representación original, el actor que interpretaba al Capitán Hook (Capitán Garfio) era el mismo que interpretaba a Mr. Darling, el padre de Wendy (la niña enamorada de Peter Pan). Y es que «son el mismo personaje», afirma Patard, actuando uno en este mundo, otro en el limbo de los niños de Neverland, la Tierra de Nunca Jamás.

Explica el artículo de First Things (titulado «La simpatía por el Capitán Garfio: hacia una cristianización de Peter Pan») que Barry dio muchas vueltas al personaje de Peter Pan durante el cuarto de siglo que transcurrió entre el estreno y la publicación de la pieza dramática y de la novela y otros trabajos suyos. Había en Peter Pan también mucho de autobiográfico: la temprana muerte de un hermano de Barry y la ruptura emocional con su madre le inspiraron de niño el deseo de no crecer, y el veía con «horror» aquella etapa de su vida.

Tras explicar el sentido de Neverland y la interpretación de los Niños Perdidos como Niños Muertos, según los exégetas de la obra de Barry, Patard explica que los niños que no han muerto, pero a quienes Peter Pan lleva a la Tierra de Nunca Jamás para vivir sus primeras aventuras, son niños a quienes falta el cariño paterno, como sería el caso de Wendy y sus hermanos con su padre, Mr. Darling.
 
En la obra original (la versión de Disney, destinada al público infantil, edulcoraba este punto) el padre de Wendy demuestra al principio  muy escaso afecto por sus hijos, lo cual constituye en cierto modo una cierta muerte para ellos, lo que justifica que Peter Pan acuda a su rescate. Contrariamente a la idea de mantener a los niños siempre siéndolo, él les ayuda a madurar, en la convicción de que, aun «siendo como niños» según la exigencia evangélica, la salvación sólo llega con la madurez, es decir, con la conciencia de que hay que ser como niños para acercarse a Dios.

En ese sentido Peter Pan es útil para la salvación de los niños, porque les hace crecer aun no creciendo él nunca, y Garfio es quien intenta impedir esa tarea. Por eso, Garfio es derrotado en la Tierra de Nunca Jamás para que su alter ego, Mr. Darling, se redima de la indiferencia ante sus hijos. Esta idea de redención, que Barry ve esencial en Peter Pan, sólo puede captarse si entendemos -conforme a la idea original del escritor escocés, sugerida de cien maneras distintas en la obra- que Garfio es el hombre viejo, ese que el mismo San Pablo nos invita a abandonar para revestirnos de Cristo. 

«Peter Pan salva a los niños salvando a su padre», concluye Patard: les salva de esa carencia de amor que padecían. Y Patard recuerda que la idea esencial de la encíclica Spe Salvi de Benedicto XVI es precisamente que  «nadie se salva solo». El Capitán Garfio merece nuestra simpatía «porque Mr. Darling la merece». Sin la muerte del pirata Hook, el malvado personaje adulto principal de la trama, Wendy y sus hermanos jamás podrían romper las cadenas de la falta de cariño. No serían niños perdidos, sino niños muertos.
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