Viernes, 22 de noviembre de 2024

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Ojo con las recuperaciones económicas fabricadas por los gobiernos

por Apolinar

De una recuperación como ésta, fabricada por los gobiernos, yo no esperaría gran cosa (salvo para los que trabajen en Goldman Sachs o en el resto de los grandes bancos de inversión americanos) Sin embargo, se nos dice que nos alegremos, que se ven indicios de recuperación, eso sí, con un nivel de desempleo que da pocos indicios de recuperarse. Los mercados financieros recobran su vitalidad, los intermediarios financieros dan beneficios, 2009 va camino de ser el mejor año de las bolsas desde hace tiempo. ¿Dónde está la recuperación, quien se beneficia de ella?
 
De forma intencionada o no, las ayudas públicas para reflotar la economía, extraordinarias y generosísimas, han servido al menos para reflotar los mercados financieros y sus intermediarios. Los demás nos quedamos con unos gobiernos más endeudados, paro y una economía estancada. Se nos pide paciencia, que pronto nos llegará a todos, que los beneficios de “Wall Street” son un “indicador adelantado” de que se está en la senda de la recuperación.
 
Hoy los gobiernos, con malicia o sin ella, han respondido al problema creado por el exceso de endeudamiento durante los años de euforia que precedieron a la crisis con el único instrumento que saben utilizar, y que utilizan con largueza: más endeudamiento y gasto público. Situación que han vuelto a aprovechar con éxito los mismos especuladores financieros que nos trajeron esta crisis, viendo que los gobiernos están decididos, otra vez, con malicia o sin ella, a que siga la “fiesta”.
 
Más deuda para una economía adicta a endeudarse y que ya no soportaba más. ¿Se puede curar a un heroinómano con dosis superiores de heroína para que siga manteniendo su estado de bienestar? Si Ud. fuera un asesor económico de cualquier gobierno diría que sí, probablemente porque tampoco sabría decir o hacer otra cosa.
 
Pero el hecho es que el uso de las medidas monetarias y fiscales expansivas, como las que se vienen utilizando desde finales de 2008, han creado una sensación de recuperación. ¿La misma sensación de recuperación que sentiría un heroinómano al que se le suministra mayores dosis de heroína, o es una situación de recuperación real? No sabemos, solo sabemos que la situación de recuperación no sería sostenible sin las ayudas públicas, lo que nos debería hacer sospechar. Si estamos ante una recuperación real, va a ser una recuperación espectacular a juzgar por las cotizaciones en bolsa. Pero si se está retrasando lo inevitable y estamos ante una nueva oleada de burbujas financieras, puede que aún no le hayamos visto la cara más amarga a esta crisis.
 
En cualquier caso, las políticas fiscales y monetarias expansivas, de las que hoy tenemos demasiados ejemplos, con independencia de que sus resultados sean positivos o negativos, generarán una factura a la sociedad que tendrá que saldarse con subidas de impuestos, quiebra del “estado del bienestar”, inflación alta, o una combinación de todas ellas. Pero la factura está ahí, la están generando los gobiernos y la tendremos que pagar.
 
También los gobiernos están ejercitando otra de sus habilidades ante situaciones de crisis: inyectar sangre fresca de los contribuyentes en empresas y bancos que ya están muertos. Los planes de estímulo que normalmente proponen los gobiernos y los economistas que les dan cobertura intelectual, responden más a problemas políticos que económicos. Los empresarios con problemas, económicamente moribundos o muertos, pero con poder político, tratan de influir sobre los gobiernos para que aprueben planes de rescate con dinero público. Lo que, por otra parte, tienen fácil, ya que este tipo de actuaciones es doctrina aceptada y difundida por las principales escuelas de pensamiento económico, ya sean keynesianas o monetaristas.
 
El pensamiento económico sobre el intervencionismo estatal deberá cambiar, y quizá esto sea algo bueno que nos traiga esta crisis. Lo que aún no sabemos es el precio que tendremos que pagar por esta lección. No son los gobiernos con su magnanimidad con los bienes de otros el mecanismo más apropiado para conducir un proceso necesario de ajuste. De hecho, el principal impedimento para que este proceso de ajuste doloroso pero necesario tenga lugar son los propios gobiernos, que para evitar no inevitable hacen lo único que realmente saben hacer: comprometer el presente y el futuro de los contribuyentes, y soltar mensajes políticos ya sea en forma de discursos o de estadísticas oficiales.
 
Los economistas del intervencionismo estatal nos dirán que la intervención del Estado es necesaria para corregir los “fallos de mercado”. Que los gobernantes, pese a ser humanos, no generan fallos o que sus fallos tienen efectos menores que los que tendrían los ocasionados por el mercado. Que en los periodos de crisis el mercado se vuelve irracionalmente pesimista, de acuerdo con lo que Keynes denominó como “animal spirits”. Pero por una misteriosa fuerza o sabiduría (y es aquí donde yo me pierdo), sólo un grupo de burócratas cuando están pagados por el Estado mantienen la cordura y saben qué hacer para sacar a la sociedad de está dinámica general de temor irracional y conseguir que los recursos que permanecen ociosos ante el pesimismo generalizado, vuelvan a entrar en producción. Esta crisis puede que también nos enseñe algo sobre estas proposiciones para que, así, ya las podamos enterrar definitivamente.
 
Entonces, si los gobiernos no saben ni pueden saber, ¿quién sabe qué hacer? Yo no lo sé, puede que nadie lo sepa. Pero lo que es seguro es que los burócratas gubernamentales no tienen ni idea, porque no tienen más idea que la de continuar persiguiendo sus objetivos políticos y personales (como tratamos de hacer todos, según nuestra catadura moral, solo que ellos con demasiado poder y escasos controles democráticos).
 
Lo que hay que hacer para salir de una situación de crisis ningún economista ni gobierno lo sabe. Quien diga tener ese conocimiento es un “falso profeta”. Solo Dios lo puede saber, porque lo que hay que hacer está en la cabeza de los cientos de millones de personas que se enfrentan cada día con la necesidad de seguir adelante. Por tanto, lo que deberíamos conseguir es que el protagonismo económico vuelva a la sociedad civil. Para ello, deberíamos exigir a los gobiernos que no cambien las reglas del juego constantemente de acuerdo con sus intereses políticos, que reduzcan los impuestos para que haya más riqueza en manos privadas que impulsen el proceso de recuperación, y que eliminen las regulaciones que inhiban la coordinación social.
 
Pero, dejar la riqueza en manos privadas y no en las del Estado, ¿no es peligroso, no conducirá a una situación que se aleje de un ideal de solidaridad? No, no tiene por qué. Ante el sufrimiento que supone todo proceso de ajuste económico, será la calidad y salud moral de la sociedad la que proporcione una respuesta de apoyo solidario a aquellos segmentos más débiles de la población que se vean más gravemente afectados, no considerándolos con indiferencia o como un peso, sino como un recurso que valorar.
 
Si la solidaridad ante el sufrimiento que supone todo proceso de ajuste económico no surge de la propia sociedad, tampoco hay razón para pensar que surgirá de burócratas estatales que son un subproducto de esa sociedad. Más que esperar en las promesas imposibles de los gobiernos, una sociedad que ha entrado en recesión debería retomar la sobriedad, aumentar la tasa de ahorro y fomentar la solidaridad para venir en ayuda especialmente de aquellos individuos y familias con las dificultades más serias.
 
Se dice que los excesos se pagan, y lo mismo se puede decir en economía. Digan lo que digan los gobiernos y los economistas que les dan cobertura intelectual, no hay recuperación después de un periodo de excesos como los que hemos vivido durante estos años que no necesite para resolverse de un ajuste económico, en un entorno de sobriedad y ahorro. Este mensaje no es popular, suenan mejor las promesas populistas e intervencionistas, pero hay que ser valiente y afrontar la realidad.
 
Hoy nos encontramos con una herencia difícil que hay que digerir, y no queda más remedio que digerirla. A nuestra economía adicta al intervencionismo estatal en grado casi comatoso no se le pueden quitar las ayudas públicas de la noche a la mañana sin provocar su muerte. Pero a los gobiernos hay que empezar a exigirles que vayan eliminando su intervención en la economía, que se limiten a asegurar la ley y el orden, y que devuelvan el protagonismo económico a la sociedad en su conjunto, que es único agente capaz de saber lo que hay que hacer en cada momento.
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