Martes, 26 de noviembre de 2024

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Respuestas a los tópicos abortistas: Mitos y Realidades del Aborto (III)

por Manuel Morillo

Respuestas a los tópicos abortistas: Mitos y Realidades del Aborto (I)
Respuestas a los tópicos abortistas: Mitos y Realidades del Aborto (II)

(sigue)

*15 MITO. Existen maneras distintas de pensar. Algunos teólogos han resuelto la cuestión del aborto de manera distinta que la Iglesia.
*16 MITO. Que no se meta la Iglesia, que no quiera imponer los criterios religiosos sobre los demás.
*17 MITO. El Papa es infalible sólo cuando proclama ex cathedra una doctrina en materia de fe o moral, y respecto al aborto nunca se ha pronunciado en esta forma. Además no existe ninguna enseñanza de la Iglesia sobre el momento en el que el feto recibe el alma y se convierte en persona.
*18 MITO. Los teólogos, como parte del Magisterio de la Iglesia, están volviendo a conceptos teológicos formulados por San Agustín y Santo Tomás de Aquino, según los cuáles, Dios dota de alma a la vida prenatal sólo cuando tiene un cuerpo reconociblemente humano. Si ellos hubieran tenido acceso a los conocimientos actuales, habrían ampliado su doctrina y enseñado que Dios dota al feto de un alma cuando el cerebro ya está desarrollado.
*19 MITO. La Iglesia Católica enseña que en última instancia la conciencia debe ser el principio rector para la acción y que sólo pecamos cuando actuamos en contra de nuestra conciencia. Tenemos obligación de formarla bien y de tomar en cuenta todos los aspectos que puedan ayudarnos a tomar una decisión adecuada respecto al aborto; pero la decisión es suya.
*20 MITO. Hay teólogos católicos, sacerdotes y obispos, que consideran morales algunos abortos. Y, aunque el Derecho Canónico establece que quien comete un aborto queda excomulgada automáticamente, esto es falso si lo realiza conforme a su conciencia.
*21 MITO. En Italia, un país mayoritariamente católico, en cuyo territorio está el Vaticano, se despenalizó el aborto motivado por la situación de injusticia que significaba que las mujeres con recursos económicos pudieran practicarse abortos en buenas condiciones, mientras que las mujeres de pocos recursos debían acudir a métodos que muchas veces resultaban mortales. Este hecho indica que la Iglesia debería cambiar su postura respecto al aborto.
*22 MITO. Las "Católicas por el Derecho a Decidir" pertenecemos a la Iglesia Católica porque somos bautizadas, sin embargo tenemos opiniones distintas a lo que enseña el Papa en ciertas materias, como por ejemplo el aborto.
*23 MITO. Practico la religión católica y personalmente nunca estaré de acuerdo en el aborto, sin embargo, soy de la opinión de que aun cuando la vida del no nacido es un bien que se debe proteger, es necesario que la legislación no impida la libertad de realizar o no un aborto cuando una mujer fue violada o corre peligro su vida.


Respuestas a mitos de "católicos" que sostienen posturas contrarias a la doctrina de la Iglesia

La gran mayoría de las acciones diarias se llevan a cabo gracias a la confianza. Se confía en el letrero de la ruta que seguirá el camión que se aborda, en la solidez de la casa que con tanto esfuerzo se ha adquirido, nos fiamos de la gasolina que ponemos en el tanque del carro, en los alimentos que diariamente comemos, en el agua que ingerimos, en la medicina que adquirimos, la propia vida al médico que ha tenido sus errores graves en su vida profesional, y un larguísimo etc., incluyendo el hecho de que fulanito es nuestro papá. Confiamos y actuamos, porque de no querer proceder con fe, siendo coherentes, permaneceríamos inmóviles hasta comprobar que el agua que voy a tomar no está contaminada de cólera, que la señora que me da indicaciones y que se dice mi mamá, realmente lo es, que los elementos de la tabla periódica sí existen y no son simplimente un ejercicio para la memoria.

Obvio es que depositar la fe tiene sus riesgos, y lógicamente a veces termina uno engañado: se venden alimentos con parásitos, gasolina alterada, kilogramos de menor peso, etc. Pero estos fraudes no son fruto de la confianza, sino de otras conductas: falta de higiene, avaricia, hipocresía. Es verdad que la confianza fue el mejor caldo de cultivo para poder llegar más lejos en esas desaconsejables conductas, pero no fue su causa.

Aun cuando la confianza ciertamente sea un riesgo, y un riesgo que se asume más frecuentemente que lo que muchas veces somos conscientes, sin embargo, gracias a ella, el mundo continúa su marcha, pues sólo con confianza se puede ir adelante.

Sin esa fe, no podríamos ni siquiera salir a la calle, pues resulta tanto física como intelectualmente imposible comprobar todo, por carecer de habilidades, conocimiento y tiempo.

Cualquier limitante de tiempo, de habilidad, o de conocimientos, es suficiente para impedir la comprobación del beneficio que se puede obtener de casi la totalidad de las acciones que día con día, y momento a momento, realizamos.

Se confía en que la película elegida llenará nuestra espectativa, en que habrá la fiesta a la que fuimos invitados, en que mañana viviremos. ¡Incluso se cree a ciertos editorialistas de periódicos! Se confía en algo o alguien, a pesar de que no existe método científico que conduzca a la comprobación. Si en lugar de manejarnos en base a la fe, esperáramos a tener certeza de todo, simple y sencillamente no podríamos avanzar.

Mejor lo dice la Encíclica: El hombre no ha sido creado para vivir solo. Nace y crece en una familia para insertarse más tarde con su trabajo en la sociedad. Desde el nacimiento, pues, está inmerso en varias tradiciones, de las cuales recibe no sólo el lenguaje y la formación cultural, sino también muchas verdades en las que, casi instintivamente, cree. De todos modos el crecimiento y la maduración personal implican que estas mismas verdades puedan ser puestas en duda y discutidas por medio de la peculiar actividad crítica del pensamiento. Esto no quita que, tras este paso, las mismas verdades sean "recuperadas" sobre la base de la experiencia que se ha tenido o en virtud de un razonamiento sucesivo. A pesar de ello, en la vida, las verdades simplemente creídas son mucho más numerosas que las adquiridas mediante la constatación personal. ¿Quién sería capaz de discutir críticamente los innumerables resultados de las ciencias sobre las que se basa la vida moderna? ¿quién podría controlar por su cuenta el flujo de informaciones que día a día se reciben de todas las partes del mundo y que se aceptan como verdaderas? Finalmente, ¿quién podría reconstruir los procesos de experiencia y de pensamiento por los cuales se han acumulado los tesoros de la sabiduría y de religiosidad de la humanidad? El hombre, ser que busca la verdad, es pues también aquél que vive de creencias. Cada uno, al creer, confía en los conocimientos adquiridos por otras personas. En ello se puede percibir una tensión significativa: por una parte el conocimiento a través de una creencia parece una forma imperfecta de conocimiento, que debe perfeccionarse progresivamente mediante la evidencia lograda personalmente; por otra, la creencia con frecuencia resulta más rica desde el punto de vista humano que la simple evidencia, porque incluye una relación interpersonal y pone en juego no sólo las posibilidades cognoscitivas, sino también la capacidad más radical de confiar en otras personas, entrando así en una relación más estable e íntima con ellas. Al mismo tiempo, el conocimiento por creencia, que se funda sobre la confianza interpersonal, está en relación con la verdad: el hombre, creyendo, confía en la verdad que el otro le manifiesta. En cuanto vital y esencial para su existencia, esta verdad se logra no sólo por vía racional, sino también mediante el abandono confiado en otras personas, que pueden garantizar la certeza y la autenticidad de la verdad misma. La capacidad y la opción de confiarse uno mismo y la propia vida a otra persona constituyen ciertamente uno de los actos antropológicamente más significativos y expresivos [41].

Así las cosas, cuando un cristiano deposita la fe en la Iglesia, lo hace sabiendo en quién confía:

a) Infalible en materia de fe y moral (Constitución Dogmática Pastor Aeternus);
b) Maestra en humanidad;
c) Fuerte para declarar la verdad;
d) y Madre (Encíclica Mater et magistra 15-V-61), con un cariño a sus hijos y hacia los más necesitados que ha demostrado por su entrega a lo largo de los dos mil años de su existencia.

Entonces, ¿por qué tanta resistencia de algunos a fiarse de Ella?

Dentro del ámbito de lo que se debe creer, comenta el Papa Juan Pablo II en otro documento: El pecado humano de los comienzos se relata en el libro del Génesis 3. No es difícil descubrir en este texto los problemas esenciales del hombre ocultos en un contenido aparentemente tan sencillo. El comer o no comer del fruto de cierto árbol puede parecer en sí irrelevante. Sin embargo, el árbol "de la ciencia del bien y del mal" significa el límite infranqueable para el hombre y para cualquier criatura. La criatura es siempre, en efecto, sólo una criatura, y no Dios. No puede pretender de ningún modo ser "como Dios", "conocedora del bien y del mal" como Dios. Sólo Dios es la fuente de todo ser; sólo Dios es la Verdad y la Bondad absolutas, en quien se mide y desde quien se distingue el bien y el mal. Sólo Dios es el Legislador eterno, de quien deriva cualquier ley en el mundo creado, y en particular la ley de la naturaleza humana (Ley natural). El hombre, en cuanto criatura racional, conoce esta ley y debe dejarse guiar por ella en la propia conducta. No puede pretender establecer él mismo la ley moral, decidir por sí mismo lo que está bien y lo que está mal, independientemente del Creador, más aún, contra el Creador. No puede, ni el hombre ni ninguna otra criatura, ponerse en el lugar de Dios, atribuyéndose el dominio del orden moral, contra la constitución ontológica misma de la creación, que se refleja en la esfera psicológica-ética con los imperativos fundamentales de la conciencia y, en consecuencia, de la conducta humana [42].

Aún así, algunos no desean creer a la Iglesia, depositarle su confianza, logrando de esta manera -dicen ellos-, su autonomía, mayoría de edad interior, u otros anhelos semejantes. Ante esa situación cabe parafrasear a Chesterton con lo siguiente:

Lo que sucede con el ambiente cultural que nos rodea es que abunda, no en pensamiento, sino en palabrería. Muchos saben que tal frase debe usarse para cierto tema; pero nunca imaginan siquiera cómo podrían aplicarla a otro asunto. Preguntar de qué depende; considerar hacia dónde conduce; meditar si existen otros casos a los cuales se aplica; todo esto parece ser un mundo desconocido para muchos que usan las palabras con bastante ligereza. El hecho es que esas personas sólo usan esas palabras con relación a un asunto determinado. Se entienden entre sí con fórmulas. Por ejemplo, una joven madre que dice: "No quiero enseñarle ninguna religión a mi hijo. No quiero influir sobre él; quiero que la elija por sí mismo cuando sea grande". Ese es un ejemplo muy común de un argumento corriente, que frecuentemente se repite, y que, sin embargo, nunca se aplica verdaderamente. Por supuesto que la madre siempre estará influyendo sobre su hijo. De la misma manera la madre podría haber dicho: "Espero que escogerá sus propios amigos cuando crezca; por eso no quiero presentarle ni a tías ni a tíos". La persona adulta en ningún caso puede escaparse de la responsabilidad de influir sobre el niño; ni siquiera cuando se impone la responsabilidad de no hacerlo. La madre puede educar al hijo sin elegirle una religión; pero no sin elegirle un medio ambiente. Si ella opta por dejar a un lado la religión, está escogiendo ya el medio ambiente. La madre, para que su hijo no sufra la influencia de tradiciones sociales, tendrá que aislar a su hijo en una isla desierta y allí educarlo. Pero la madre está escogiendo la isla, el lago y la soledad; y es tan responsable de obrar así como si hubiera escogido la secta "X" o la teología "Y". Es completamente evidente, para quien piensa las cosas dos minutos, que la responsabilidad de encauzar la infancia pertenece al adulto, pero la gente que repite esa fraseología no lo piensa dos minutos. No intentan unir sus palabras con una razón, con una filosofía. Han escuchado ese argumento aplicado a la religión, y nunca piensan aplicarlo a otra cosa fuera de la religión. Han oído que hay personas que se resisten a educar a los hijos aun en su propia religión. Igualmente podría haber personas que se resistieran a educar a los hijos en su propia civilización. Si el niño cuando sea grande pueda preferir otro credo, es igualmente cierto que puede preferir otra cultura. Puede molestarse por no haber sido educado como un burgués; puede lamentar profundamente no haber sido educado como un caballero inglés. De la misma manera puede lamentar haber sido educado como un salvaje del desierto. Puede sentirse envidioso por la dignidad del código de Confucio o llorar sobre las ruinas de la gran civilización incaica, pero, evidentemente, alguien ha tenido que educarlo para llegar a ese estado de lamentar tal o cual cosa; y una responsabilidad grande es la de no guiar al niño hacia algún fin. La cuestión es que estas personas hacen una pregunta, para cuya respuesta ellas mismas no están preparadas, ni siquiera tratándose de los temas que ellas mismas sugieren, porque no hacen el menor esfuerzo de tratar el asunto considerado en su conjunto. Sólo repiten el insulso comentario que se hace respecto a esa polémica. Igual acontece que si pensáramos que entonando la misma nota musical ciento cincuenta veces llegaremos a cantar como tenor de ópera. No todos podemos cantar así o pensar como un filósofo, pero mucho más nos acercaríamos a ellos si pudiéramos olvidar toda esa sarta de frases de algunos periódicos y de aquellos que se llaman a sí mismos "intelectuales", y comenzar de nuevo, pensando por nosotros mismos [43].

Semejante razonamiento -referido al aborto-, realiza un miembro de la Real Academia de la Lengua Española: "La espinosa cuestión del aborto voluntario se puede plantear de maneras muy diversas. Entre los que consideran la inconveniencia o ilicitud del aborto, el planteamiento más frecuente es el religioso. Pero se suele responder que no se puede imponer a una sociedad entera una moral particular. Hay otro planteamiento que pretende tener validez universal, y es el científico. Las razones biológicas, concretamente genéticas, se consideran demostrables, concluyentes para cualquiera. Pero sus pruebas no son accesibles a la inmensa mayoría de los hombres y mujeres, que las admiten por fe; se entiende, por fe en la ciencia" [44].

Por último, parece necesario recordar a "los creyentes", que en el Símbolo -tanto en el apostólico como en el niceno-constantinopolitano- decimos: creo en la Iglesia.


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15 MITO. Existen maneras distintas de pensar. Algunos teólogos han resuelto la cuestión del aborto de manera distinta que la Iglesia.

REALIDAD. Es una realidad conocida que existen teológos en desacuerdo con la tradicional enseñanza de la Iglesia; sin embargo, es necesario recordar que ésta no es una insitución que pueda calificarse de democrática, como, curiosamente tampoco lo es, la máxima organización mundial, la ONU. Personalmente, no me atrevería a defender que ésta continúe siendo así, pero, en cambio, estoy plenamente convencido, de que no podrá ser democrático lo que ha sido establecido por Dios. Y no sólo eso, la Iglesia también es dogmática, pero así mismo encontramos ejemplos de dogmas en la vida corriente, pensemos, por ejemplo, en la ópera o en la selección del mejor vino tinto. Y, por cierto, que con la enorme ventaja, en el caso de la Iglesia, por la absoluta certeza que no variará su manera de pensar.

Pero, antes que esto, podemos preguntar ¿siquiera se habrán leído los documentos del Magisterio que tratan estos temas? Existen documentos dirigidos a los fieles católicos -es decir, a bautizados que creen en Cristo y son miembros de la Iglesia-. No es posible penetrar en el sentido que tienen si no se advierte que un católico no es sólo sujeto de derechos, sino también de obligaciones. El cuidado de la vida es una de ellas.

Y en cuanto a "la manera de pensar", la Iglesia no propone una filosofía propia ni canoniza una filosofía en particular con menoscabo de otras, sin embargo tiene el deber de indicar lo que en un sistema filosófico puede ser incompatible con su fe [45].

Además, la luz de la razón y la luz de la fe proceden ambas de Dios; por tanto, no pueden contradecirse entre sí [46].

En esa misma línea algunos, abandonando la búsqueda de la verdad por sí misma, han adoptado como único objetivo el lograr la certeza subjetiva o la utilidad práctica. De aquí se desprende como consecuencia el ofuscamiento de la auténtica dignidad de la razón, que ya no es capaz de conocer lo verdadero y de buscar lo absoluto [47].

Por tanto, es posible que algunos teólogos hayan resuelto la cuestión del aborto de manera distinta que la Iglesia. Esas personas pueden ser sinceras, pero están sinceramente equivocadas.



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16 MITO. Que no se meta la Iglesia, que no quiera imponer los criterios religiosos sobre los demás.

REALIDAD. Lo curioso es que quienes dicen eso están de acuerdo en imponer su propio criterio sobre los demás. Y, respecto a la Iglesia ¿por qué no hacerlo? Si esas personas lo desean hacer ¿qué les impide ejercer su derecho como ciudadanos? ¿desde cuándo pertenecer a un grupo religioso descalifica a alguien como ciudadano? También tienen derechos.

Ser tolerado en la manifestación de las ideas es lo mínimo que se puede esperar, ¿por qué algunos pretenden excluir de este derecho a los demás?

Además, en este país, somos más quienes opinamos a favor del respeto de la vida humana desde el momento de la concepción, sin hacer distinción en la religión que cada uno profesa.



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17 MITO. El Papa es infalible sólo cuando proclama ex cathedra una doctrina en materia de fe o moral, y respecto al aborto nunca se ha pronunciado en esta forma. Además no existe ninguna enseñanza de la Iglesia sobre el momento en el que el feto recibe el alma y se convierte en persona.

REALIDAD. Aceptar que con la fecundación, un nuevo ser humano ha comenzado a existir, no es cuestión de gusto u opinión, es una realidad científica.

Por otra parte, el Papa declaró: "Desde el momento en que el óvulo es fecundado, se inaugura una nueva vida que no es la del padre ni la de la madre, sino la de un nuevo ser humano que se desarrolla por sí mismo. Jamás llegará a ser humano si no lo ha sido desde entonces (…) Con la fecundación inicia la aventura de una vida humana (...) El ser humano debe ser respetado y tratado como persona desde el instante de su concepción" [48].

"Los Obispos, cuando enseñan en comunión con el Romano Pontífice, deben ser respetados por todos como testigos de la verdad divina y católica: los fieles, por su parte, en materia de fe y costumbres, deben aceptar el juicio de su Obispo, dado en nombre de Cristo, y deben adherirse a él con religioso respeto. Este obsequio religioso de la voluntad y del entendimiento de modo particular ha de ser prestado al magisterio auténtico del Romano Pontífice aun cuando no hable ex cathedra; de tal manera que se reconozca con reverencia su magisterio supremo y con sinceridad se preste adhesión al parecer expresado por él, según su manifiesta mente y voluntad, que se colige principalmente ya sea por la índole de los documentos, ya sea por la forma de decirlo (…) Por esto se afirma, con razón, que sus definiciones son irreformables por sí mismas y no por el consentimiento de la Iglesia, por haber sido proclamadas bajo la asistencia del Espíritu Santo, prometida a él en la persona de San Pedro, y no necesitar de ninguna aprobación de otros ni admitir tampoco apelación a otro tribunal. Porque en esos casos, el Romano Pontífice no da una sentencia como persona privada, sino que, en calidad de maestro supremo de la Iglesia Universal, en quien singularmente reside el carisma de la infalibilidad de la Iglesia misma, expone o defiende la doctrina de la fe católica. La infalibilidad prometida a la Iglesia reside también en el Cuerpo de los Obispos cuando ejerce el supremo magisterio en unión con el sucesor de Pedro" [49].

La expresión ex cathedra, indica la solemnidad de este tipo de magisterio (el lugar de honor). Para que una doctrina papal sea definición ex cathedra se precisan cuatro condiciones (Concilio Vaticano I): cuando cumpliendo con su cargo de pastor y doctor de los cristianos, define por su suprema autoridad apostólica que una doctrina sobre la fe y las costumbres debe ser sostenida por la Iglesia universal, por la asistencia divina que le fue prometida en la persona del bienaventurado Pedro [50].

Así las cosas, tenemos la siguiente declaración del Romano Pontífice: "Por tanto, con la autoridad que Cristo confirió a Pedro y a sus Sucesores, en comunión con todos los Obispos -que en varias ocasiones han condenado el aborto y que (...) han concordado unánimemente sobre esta doctrina-, declaro que el aborto directo, es decir, querido como fin o como medio, es siempre un desorden moral grave, en cuanto eliminación deliberadad de un ser humano inocente. Esta doctrina se fundamenta en la ley natural y en la Palabra de Dios escrita; es transmitida por la Tradición de la Iglesia y enseñada por el Magisterio ordinario y universal" [51].

Un dogma es una verdad presente siempre en la Iglesia y manifestada en un instante determinado de la historia. Ahora bien, el asentimiento debido al Magisterio del Romano Pontífice no se limita a las verdades solemnemente definidas ex cathedra, sino que se extiende a todos los actos de su magisterio ordinario.

Muchos documentos confirman la postura de la Iglesia Católica a favor del ser humano desde la concepción hasta la muerte natural: la Carta Encíclica Casti connubii del Papa Pío XI (31 de diciembre de 1930); las Encíclicas Mater et magistra (15 de mayo de 1961) y Pacem in terris (del 11 de abril de l963) ambas del Papa Juan XXIII; la Carta Encíclica Humanae vitae del Papa Paulo VI (el 25 de julio de 1968); la Constitución Pastoral Gaudium et spes del Concilio Vaticano II (7 de diciembre de 1965); la Exhortación Apostólica Familiaris consortio del Papa Juan Pablo II (22 de noviembre de 1981); la Instrucción conocida como Donum vitae (22 de febrero de 1987); la Carta Encíclica Evangelium vitae (25 de marzo de 1995); la Carta del Papa Juan Pablo II a las Mujeres (29 de junio de 1995).

El Catecismo señala: "dotada de un alma espiritual e inmortal, la persona humana es la única criatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma. Desde su concepción está destinada a la bienaventuranza eterna" [52].

Por otra parte, también habrá qué decir que el Papa tampoco ha declarado ex cathedra dogmas sobre la protección ecológica, el respeto a la opinión distinta, la condena a la mentira pública, sencillamente porque no lo ha visto necesario, y que mucho menos llegará a emitirse un dogma a favor del aborto.



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18 MITO. Los teólogos, como parte del Magisterio de la Iglesia, están volviendo a conceptos teológicos formulados por San Agustín y Santo Tomás de Aquino, según los cuáles, Dios dota de alma a la vida prenatal sólo cuando tiene un cuerpo reconociblemente humano. Si ellos hubieran tenido acceso a los conocimientos actuales, habrían ampliado su doctrina y enseñado que Dios dota al feto de un alma cuando el cerebro ya está desarrollado.

REALIDAD. El Magisterio de la Iglesia está representado por el Papa, o por un Concilio aprobado por el Romano Pontífice, y por los Obispos en comunión con él; los teólogos no forman, por sí mismos, parte de ese Magisterio.

Santo Tomás de Aquino, que desconocía (siglo XIII) la genética y la existencia de los cromosomas, adoptó respecto al feto, la opinión de la animación retardada o también denominada mediata, por la que no se consideraba persona humana al no nacido, hasta días después de la fecundación. La fundamentación de esta teoría, es de origen filosófico: en esas etapas del desarrollo se carece de apariencia humana, y el alma humana no puede informar un cuerpo que no sea humano (Suma Teológica III, q.6 a.4). Sin embargo, se oponía a atentar contra ese ser no nacido, ya que si bien no lo consideraba, en los primeros días de la concepción, como una persona humana, sí pensaba en él como en su potencia más próxima, y que inequívocamente resultaría un ser humano. Si el no nacido en el momento del aborto estaba animado, su eliminación sería un homicidio; si no estaba animado, estaríamos -aún así- ante un pecado grave.

Y, si con los conocimientos actuales de genética, fuera necesario redefinir la postura filosófica de la enseñanza Tomista, tendríamos que afirmar, junto con él, que siendo un verdadero cuerpo humano el cigoto compuesto de 46 cromosomas, ahí habría alma humana, desde el momento mismo de la concepción.

Ahora bien, con independencia de la teoría de la animación retardada, la posición de la Iglesia es clara al imponer una pena canónica como la excomunión, en el Código de Derecho Canónico, canon 1398: "Quien procura el aborto, si éste se produce, incurre en excomunión inmediata".



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19 MITO. La Iglesia Católica enseña que en última instancia la conciencia debe ser el principio rector para la acción y que sólo pecamos cuando actuamos en contra de nuestra conciencia. Tenemos obligación de formarla bien y de tomar en cuenta todos los aspectos que puedan ayudarnos a tomar una decisión adecuada respecto al aborto; pero la decisión es suya.

REALIDAD. Aunque todos debemos seguir la propia conciencia, el papel de ella no es crear la verdad.

La conciencia moral es la misma inteligencia que hace un juicio práctico sobre la bondad o maldad de un acto, por eso no es lícito actuar en contra de la propia conciencia, incluso aunque el juicio sea erroneo, siempre y cuando se trate de una ignorancia insuperable para él. Ahora bien, normalmente se trata de errores superables, con la obligación de aclarar los asuntos importantes. Por tanto, existe la obligación de formar la conciencia, ya que si la conciencia se equivoca por descuidos voluntarios y culpables, la persona es responsable de ese error [53]. En el caso del aborto, no parece probable que se dé un error en la valoración de su bondad o maldad.

En la Encíclica Fe y Razón se explica: "Abandonada la idea de una verdad universal sobre el bien, que la razón humana pueda conocer, ha cambiado también inevitablemente la concepción misma de la conciencia: a ésta ya no se la considera en su realidad originaria, o sea, como acto de la inteligencia de la persona, que debe aplicar el conocimiento universal del bien en una determinada situación y expresar así un juicio sobre la conducta recta que hay que elegir aquí y ahora; sino que más bien se está orientando a conceder a la conciencia del individuo el privilegio de fijar, de modo autónomo, los criterios del bien y del mal, y actuar en consecuencia. Esta visión coincide con una ética individualista, para la cual cada uno se encuentra ante su verdad, diversa de la verdad de los demás" [54].

La Iglesia Católica ha salido al paso declarando que corresponde a su Magisterio la interpretación de la ley moral [55], y en repetidas ocasiones se ha declarado a favor de la vida desde el momento de la concepción.

El derecho a la vida, es tratado abundantemente por la Encíclica Evangelium Vitae, en donde señala en el n° 73: "Así pues, el aborto y la eutanasia son crímenes que ninguna ley humana puede pretender legitimar. Leyes de este tipo no sólo no crean ninguna obligación de conciencia, sino que, por el contrario, establecen una grave y precisa obligación de oponerse a ellas mediante la objeción de conciencia. Desde los orígenes de la Iglesia, la predicación apostólica inculcó a los cristianos el deber de obedecer a las autoridades públicas legítimamente constituidas (cf. Rom 13, 1-7, 1 P 2, 13-14), pero al mismo tiempo enseñó firmemente que hay que obedecer a Dios antes que a los hombres (Hch 5, 29). Ya en el Antiguo Testamento, precisamente en relación a las amenazas contra la vida, encontramos un ejemplo significativo de resistencia a la orden injusta de la autoridad. Las comadronas de los hebreos se opusieron al faraón, que había ordenado matar a todo recién nacido varón. Ellas no hicieron lo que les había mandado el rey de Egipto, sino que dejaban con vida a los niños (Ex 1, 17). Pero es necesario señalar el motivo profundo de su comportamiento: Las parteras temían a Dios (ibid.). Es precisamente de la obediencia a Dios -a quien sólo se debe aquel temor que es reconocimiento de su absoluta soberanía- de donde nacen la fuerza y el valor para resistir a las leyes injustas de los hombres. Es la fuerza y el valor de quien está dispuesto incluso a ir a prisión o a morir a espada, en la certeza de que aquí se requiere la paciencia y la fe de los santos (Ap 13, 10).



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20 MITO. Hay teólogos católicos, sacerdotes y obispos, que consideran morales algunos abortos. Y, aunque el Derecho Canónico establece que quien comete un aborto queda excomulgada automáticamente, esto es falso si lo realiza conforme a su conciencia.

REALIDAD. Como afirma el Papa Pio XII: si los Sumos Pontífices en su Magisterio pronuncian una sentencia en argumentos hasta entonces controvertidos, es evidente que, según la intención y voluntad de los mismos Pontífices, esas cuestiones ya no se pueden considerar como de libre discusión entre los teólogos [56].

"la Iglesia Romana, por disposición del Señor, posee el principado de potestad ordinaria sobre todas las otras, y que esta potestad de jurisdicción del Romano Pontífice, que es verdaderamente episcopal, es inmediata. A esta potestad están obligados por el deber de subordinación jerárquica y de verdadera obediencia los pastores y fieles (...) no sólo en las materias que atañen a la fe y a las costumbres, sino también en lo que pertenece al régimen y disciplina de la Iglesia" [57].

La potestad del Romano Pontífice se extiende sobre los Concilios y los Patriarcas [58], sobre los obispos tanto individualmente como agrupados en el Colegio Episcopal, del que el Sucesor de Pedro es la Cabeza [59].

Es claro que las muchas opiniones no hacen Magisterio, aunque provengan de voces de personas "muy católicas". Además en materia tan clara como lo es el aborto, no parece posible justificar un error de la conciencia, sino, en todo caso, se trata de una autosugestión de que se está obrando correctamente.

El Papa Juan Pablo II señaló en México lo siguiente: "¡Que ningún mexicano se atreva a vulnerar el don sagrado de la vida en el vientre materno!".



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21 MITO. En Italia, un país mayoritariamente católico, en cuyo territorio está el Vaticano, se despenalizó el aborto motivado por la situación de injusticia que significaba que las mujeres con recursos económicos pudieran practicarse abortos en buenas condiciones, mientras que las mujeres de pocos recursos debían acudir a métodos que muchas veces resultaban mortales. Este hecho indica que la Iglesia debería cambiar su postura respecto al aborto.

REALIDAD. Por una parte, con la aprobación del aborto en Italia se percibió la falta de coherencia de quienes se declaran a sí mismos católicos. Ahora bien, esa situación no quebrantó la enseñanza de siempre de la Iglesia en su doctrina.

Por otra parte, muchas situaciones similares se han dado a lo largo de la historia logrando salir siempre adelante de ellas. Por ejemplo, muestra la Biblia que peor estuvo la situación para toda la humanidad cuando Adán y Eva desobedecieron el mandato de Dios de no probar el fruto del árbol prohibido. Se superó la herejía de Arrio, acogida por la mayoría de los obispos católicos del siglo IV. También se puede recordar la situación para la Iglesia en Oriente con la conquista musulmana (s. VII), la Reforma protestante del siglo XVI, etc. Resulta pues evidente que una cosa es lo que la Iglesia Católica sostiene, y otra, lo que decide hacer cada uno con su libertad.

De manera semejante a si se dijera que son los católicos quienes comenten homicidios, violan, roban, golpean y mienten. En ningún caso lo realizarían en cumplimiento a la doctrina católica, sino dando curso a doctrinas semejantes al argumento del mito, esto es: "si se hace, es bueno". Por tanto, continuando con esa linea de pensamiento, si ahora llegaran unos individuos y dijeran "esta asamblea está muy aburrida, vamos a ponerle ambiente", y se dedicaran a golpear, a violar y a prender fuego a quienes nos encontramos reunidos, no porque los amantes de la violencia comenten que se quitó lo aburrido a la junta, se calificaría de inmejorable.

Como ha quedado respondido anteriormente, quienes abortan, con recursos o sin ellos, están dando muerte a otra persona, además de ocasionarse un grave daño a sí mismas. Así pues, quienes lo aconsejan no están dando una buena recomendación. A la pobre mujer que abortó le pesará haberlo hecho quizá en el peor momento de su vida. Algo indica que cada vez son más los médicos arrepentidos en Estados Unidos por haber realizado abortos.

¡Qué hay católicos a favor del aborto! Sí, es verdad. Ahora bien, ¡qué esas personas posean la razón! Evidentemente que la respuesta es un no. Es innegable que hay madres que abortan, como también lo es que existen personas que cometen errores.



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22 MITO. Las "Católicas por el Derecho a Decidir" pertenecemos a la Iglesia Católica porque somos bautizadas, sin embargo tenemos opiniones distintas a lo que enseña el Papa en ciertas materias, como por ejemplo el aborto.

REALIDAD. Existen innumerables materias opinables en donde cada persona, católico o no, puede manifestar libremente sus convicciones, sin embargo algunas pocas verdades han sido enseñadas por la Iglesia para sus fieles. A este respecto señala la Lumen Gentium, n° 25: "los fieles (...) tienen la obligación de aceptar y adherirse con religiosa sumisión de espíritu al parecer de su obispo en materias de fe y de costumbres cuando él las expone en nombre de Cristo" ¿Cómo explican estas personas autodenominadas "Católicas por el Derecho a Decidir" (CDD) su falta de adhesión?

Los obispos mexicanos descalificaron públicamente a la asociación autodenominada "Católicas por el Derecho a Decidir", debido a que a nadie le es lícito atribuirse el supuesto "derecho a elegir" cuando se trata de la vida de una persona. A nadie, sacerdote o fiel, es lícito manipular la Sagrada Escritura o el Magisterio para justificar una opinión personal en esta materia [60].

La Iglesia denunció al grupo autodenominado "Católicas por el Derecho a Decidir (CDD)". La jerarquía eclesiástica precisó que las CDD reciben millonarios financiamientos en dólares de poderosas fundaciones estadunidenses como la Ford, Rockefeller Dayton, Packard, y Mac Arthur, entre otras. Eso, sin contar con los recursos que les proporcionan los organismos de la propia ONU, y, en el caso de México, el Consejo Nacional de Población (CONAPO). "Nadie que esté a favor de la práctica del aborto, de la unión entre homosexuales y la adopción de niños por estas parejas; del uso indiscriminado de anticonceptivos entre adolescentes y la esterilización masiva como método de control demográfico, puede llamarse legítimamente católico" advirtió la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) [61].

Además el Romano Pontífice, como piedra que soporta el peso de la Iglesia Católica, es el único colocado al frente. Su doctrina ha de aceptarse aun cuando no se hable ex cathedra, y aceptarse en su totalidad.

Por tanto, maestro en la Iglesia no es quien se presente a sí mismo de entre el pueblo, por más títulos que pretenda aducir.

Tampoco sorprende este mito, pues lo mismo se hizo en Estados Unidos para liberar el aborto en los años setenta, se fue contra la Iglesia presentando mujeres católicas para llevarlas al frente como escudos, para que dijeran que estaban a favor del aborto [62].



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23 MITO. Practico la religión católica y personalmente nunca estaré de acuerdo en el aborto, sin embargo, soy de la opinión de que aun cuando la vida del no nacido es un bien que se debe proteger, es necesario que la legislación no impida la libertad de realizar o no un aborto cuando una mujer fue violada o corre peligro su vida.

RESPUESTA. Personalmente cada quien puede tener una opinión sobre una variadísima gama de cuestiones, sin embargo, las opiniones deben estar sustentadas, tener fundamento, y de manera espontánea, todos exigimos una cierta congruencia con ellas.

El aborto directo es una de esas cuestiones que comprometen la vida de una persona, la del no nacido. Por eso, para disponer de esa vida se requiere de un buen fundamento. Algunos lo encuentran en los casos límite de la violación y el peligro para la vida; sobre esto se tratará en el capítulo siguiente; sin embargo, en cuanto al aspecto de ser congruente con la religión católica primero habría que conocer lo que la Iglesia dice acerca de la defensa del no nacido en la legislación, para que por lo menos se entere de si su opinión está en conformidad con la religión que practica.



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A continuación se presentan algunos puntos tratados en diversos documentos:

ENCÍCLICA "EVANGELIUM VITAE" ROMA 25-III-95

58. Entre todos los delitos que el hombre puede cometer contra la vida, el aborto procurado presenta características que lo hacen particularmente grave e ignominioso. El Concilio Vaticano II lo define, junto con el infanticidio, como «crímenes nefandos».

Hoy, sin embargo, la percepción de su gravedad se ha ido debilitando progresivamente en la conciencia de muchos. La aceptación del aborto en la mentalidad, en las costumbres y en la misma ley es señal evidente de una peligrosísima crisis del sentido moral, que es cada vez más incapaz de distinguir entre el bien y el mal, incluso cuando está en juego el derecho fundamental a la vida. Ante una situación tan grave, se requiere más que nunca el valor de mirar de frente a la verdad y de llamar a las cosas por su nombre, sin ceder a compromisos de conveniencia o a la tentación de autoengaño. A este propósito resuena categórico el reproche del Profeta: «¡Ay, los que llaman al mal bien, y al bien mal!; que dan oscuridad por luz, y luz por oscuridad» (Is 5,20). Precisamente en el caso del aborto se percibe la difusión de una terminología ambigua, como la de «interrupción del embarazo», que tiende a ocultar su verdadera naturaleza y a atenuar su gravedad en la opinión pública. Quizás este mismo fenómeno lingüístico sea síntoma de un malestar de las conciencias. Pero ninguna palabra puede cambiar la realidad de las cosas.

71. Para el futuro de la sociedad y el desarrollo de una sana democracia, urge pues descubrir de nuevo la existencia de valores humanos y morales esenciales y originarios, que derivan de la verdad misma del ser humano y expresan y tutelan la dignidad de la persona. Son valores, por tanto, que ningún individuo, ninguna mayoría y ningún Estado nunca pueden crear, modificar o destruir, sino que deben sólo reconocer, respetar y promover.

En este sentido, es necesario tener en cuenta los elementos fundamentales del conjunto de las relaciones entre ley civil y ley moral, tal como son propuestos por la Iglesia, pero que forman parte también del patrimonio de las grandes tradiciones jurídicas de la humanidad.

Ciertamente, el cometido de la ley civil es diverso y de ámbito más limitado que el de la ley moral. Sin embargo, «en ningún ámbito de la vida la ley civil puede sustituir a la conciencia ni dictar normas que excedan la propia competencia», que es la de asegurar el bien común de las personas, mediante el reconocimiento y la defensa de sus derechos fundamentales, la promoción de la paz y de la moralidad pública. En efecto, la función de la ley civil consiste en garantizar una ordenada convivencia social en la verdadera justicia, para que todos «podamos vivir una vida tranquila y apacible con toda piedad y dignidad» (1 Tm 2,2) . Precisamente por esto, la ley civil debe asegurar a todos los miembros de la sociedad el respeto de algunos derechos fundamentales, que pertenecen originariamente a la persona y que toda ley positiva debe reconocer y garantizar. Entre ellos el primero y fundamental es el derecho inviolable de cada ser humano inocente a la vida. Si la autoridad pública puede, a veces, renunciar a reprimir aquello que provocaría de estar prohibido, un daño más grave sin embargo, nunca puede aceptar legitimar, como derecho de los individuos -aunque éstos fueran la mayoría de los miembros de la sociedad-, la ofensa infligida a otras personas mediante la negación de un derecho suyo tan fundamental como el de la vida. La tolerancia legal del aborto o de la eutanasia no puede de ningún modo invocar el respeto de la conciencia de los demás, precisamente porque la sociedad tiene el derecho y el deber de protegerse de los abusos que se pueden dar en nombre de la conciencia y bajo el pretexto de la libertad.

A este propósito, Juan XXIII recordó en la Encíclica Pacem in terris: «En la época moderna se considera realizado el bien común cuando se han salvado los derechos y los deberes de la persona humana. De ahí que los deberes fundamentales de los poderes públicos consisten sobre todo en reconocer, respetar, armonizar, tutelar y promover aquellos derechos, y en contribuir por consiguiente a hacer más fácil el cumplimiento de los respectivos deberes. "Tutelar el intangible campo de los derechos de la persona humana y hacer fácil el cumplimiento de sus obligaciones, tal es el deber esencial de los poderes públicos". Por esta razón, aquellos magistrados que no reconozcan los derechos del hombre o los atropellen, no sólo faltan ellos mismos a su deber, sino que carece de obligatoriedad lo que ellos prescriban».

72. En continuidad con toda la tradición de la Iglesia se encuentra también la doctrina sobre la necesaria conformidad de la ley civil con la ley moral, tal y como se recoge, una vez más, en la citada encíclica de Juan XXIII: «La autoridad es postulada por el orden moral y deriva de Dios. Por lo tanto, si las leyes o preceptos de los gobernantes estuvieran en contradicción con aquel orden y, consiguientemente, en contradicción con la voluntad de Dios, no tendrían fuerza para obligar en conciencia (...); más aún, en tal caso, la autoridad dejaría de ser tal y degeneraría en abuso». Esta es una clara enseñanza de santo Tomás de Aquino, que entre otras cosas escribe: «La ley humana es tal en cuanto está conforme con la recta razón y, por tanto, deriva de la ley eterna. En cambio, cuando una ley está en contraste con la razón, se la denomina ley inicua; sin embargo, en este caso deja de ser ley y se convierte más bien en un acto de violencia» y añade: «Toda ley puesta por los hombres tiene razón de ley en cuanto deriva de la ley natural. Por el contrario, si contradice en cualquier cosa a la ley natural, entonces no será ley sino corrupción de la ley».

La primera y más inmediata aplicación de esta doctrina hace referencia a la ley humana que niega el derecho fundamental y originario a la vida, derecho propio de todo hombre. Así, las leyes que, como el aborto y la eutanasia, legitiman la eliminación directa de seres humanos inocentes están en total e insuperable contradicción con el derecho inviolable a la vida inherente a todos los hombres, y niegan, por tanto, la igualdad de todos ante la ley (...)

Por tanto, las leyes que autorizan y favorecen el aborto y la eutanasia se oponen radicalmente no sólo al bien del individuo, sino también al bien común y, por consiguiente, están privadas totalmente de auténtica validez jurídica. En efecto, la negación del derecho a la vida, precisamente porque lleva a eliminar la persona en cuyo servicio tiene la sociedad su razón de existir, es lo que se contrapone más directa e irreparablemente a la posibilidad de realizar el bien común. De esto se sigue que, cuando una ley civil legitima el aborto o la eutanasia deja de ser, por ello mismo, una verdadera ley civil moralmente vinculante.

73. Así pues, el aborto y la eutanasia son crímenes que ninguna ley humana puede pretender legitimar (…)

En el caso pues de una ley intrínsecamente injusta, como es la que admite el aborto o la eutanasia, nunca es lícito someterse a ella, «ni participar en una campaña de opinión a favor de una ley semejante, ni darle el sufragio del propio voto».


Un problema concreto de conciencia podría darse en los casos en que un voto parlamentario resultase determinante para favorecer una ley más restrictiva, es decir, dirigida a restringir el número de abortos autorizados, como alternativa a otra ley más permisiva ya en vigor o en fase de votación. No son raros semejantes casos. En efecto, se constata el dato de que mientras en algunas partes del mundo continúan las campañas para la introducción de leyes a favor del aborto, apoyadas no pocas veces por poderosos organismos internacionales, en otras Naciones -particularmente aquéllas que han tenido ya la experiencia amarga de tales legislaciones permisivas- van apareciendo señales de revisión. En el caso expuesto, cuando no sea posible evitar o abrogar completamente una ley abortista, un parlamentario, cuya absoluta oposición personal al aborto sea clara y notoria a todos, puede lícitamente ofrecer su apoyo a propuestas encaminadas a llmitar los daños de esa ley y disminuir así los efectos negativos en el ámbito de la cultura y de la moralidad pública. En efecto, obrando de este modo no se presta una colaboración ilícita a una ley injusta; antes bien se realiza un intento legítimo y obligado de limitar sus aspectos inicuos.

Catecismo de la Iglesia CATÓLICA

2272. La cooperación formal a un aborto constituye una falta grave. La Iglesia sanciona con pena canónica de excomunión este delito contra la vida humana. "Quien procura el aborto, si éste se produce, incurre en excomunión latae sententiae" (CIC can. 1398), es decir, "de modo que incurre ipso facto en ella quien comete el delito" (CIC can. 1314), en las condiciones previstas por el Derecho (CIC can. 1323-1324). Con esto la Iglesia no pretende restringir el ámbito de la misericordia; lo que hace es manifestar la gravedad del crimen cometido, el daño irreparable causado al inocente a quien se da muerte, a sus padres y a toda la sociedad.

2273. El derecho inalienable de todo individuo humano inocente a la vida constituye un elemento constitutivo de la sociedad civil y de su legislación:

"Los derechos inalienables de la persona deben ser reconocidos y respetados por parte de la sociedad civil y de la autoridad política. Estos derechos del hombre no están subordinados ni a los individuos ni a los padres, y tampoco son una concesión de la sociedad o del Estado: pertenecen a la naturaleza humana y son inherentes a la persona en virtud del acto creador que la ha originado. Entre esos derechos fundamentales es preciso recordar a este propósito el derecho de todo ser humano a la vida y a la integridad física desde la concepción hasta la muerte".

"Cuando una ley positiva priva a una categoría de seres humanos de la protección que el ordenamiento civil les debe, el Estado niega la igualdad de todos ante la ley. Cuando el Estado no pone su poder al servicio de los derechos de todo ciudadano, y particularmente de quien es más débil, se quebrantan los fundamentos mismos del Estado de derecho (...) El respeto y la protección que se han de garantizar, desde su misma concepción, a quien debe nacer, exige que la ley prevea sanciones penales apropiadas para toda deliberada violación de sus derechos".

EXHORTACIÓN APOSTÓLICA POSTSINODAL "ECCLESIA IN AMERICA" MÉXICO 22-I-99

63. Hoy en América, como en otras partes del mundo, parece perfilarse un modelo de sociedad en la que dominan los poderosos, marginando e incluso eliminando a los débiles. Pienso ahora en los niños no nacidos, víctimas indefensas del aborto; en los ancianos y enfermos incurables, objeto a veces de la eutanasia; y en tantos otros seres humanos marginados por el consumismo y el materialismo. No puedo ignorar el recurso no necesario a la pena de muerte cuando otros medios incruentos bastan para defender y proteger la seguridad de las personas contra el agresor (...) En efecto, hoy, teniendo en cuenta las posibilidades de que dispone el Estado para reprimir eficazmente el crimen dejando inofensivo a quien lo ha cometido, sin quitarle definitivamente la posibilidad de arrepentirse, los casos de absoluta necesidad de eliminar al reo "son ya muy raros, por no decir prácticamente inexistentes". Semejante modelo de sociedad se caracteriza por la cultura de la muerte y, por tanto, en contraste con el mensaje evangélico. Ante esta desoladora realidad, la Comunidad eclesial trata de comprometerse cada vez más en defender la cultura de la vida.

Por ello, los Padres sinodales, haciéndose eco de los recientes documentos del Magisterio de la Iglesia, han subrayado con vigor la incondicionada reverencia y la total entrega a favor de la vida humana desde el momento de la concepción hasta el momento de la muerte natural, y expresan la condena de males como el aborto y la eutanasia. Para mantener estas doctrinas de la ley divina y natural, es esencial promover el conocimiento de la doctrina social de la Iglesia, y comprometerse para que los valores de la vida y de la familia sean reconocidos y defendidos en el ámbito social y en la legislación del Estado. Además de la defensa de la vida, se ha de intensificar, a través de múltiples instituciones pastorales, una activa promoción de las adopciones y una constante asistencia a las mujeres con problemas por su embarazo, tanto antes como después del nacimiento del hijo. Se ha de dedicar además una especial atención pastoral a las mujeres que han padecido o procurado activamente el aborto.

Doy gracias a Dios y manifiesto mi vivo aprecio a los hermanos y hermanas en la fe que en América, unidos a otros cristianos y a innumerables personas de buena voluntad, están comprometidos a defender con los medios legales la vida y a proteger al no nacido, al enfermo incurable y a los discapacitados. Su acción es aún más laudable si se consideran la indiferencia de muchos, las insidias eugenésicas y los atentados contra la vida y la dignidad humana, que diariamente se cometen por todas partes.

Esta misma solicitud se ha de tener con los ancianos, a veces descuidados y abandonados. Ellos deben ser respetados como personas. Es importante poner en práctica para ellos iniciativas de acogida y asistencia que promuevan sus derechos y aseguren, en la medida de lo posible, su bienestar físico y espiritual. Los ancianos deben ser protegidos de las situaciones y presiones que podrían empujarlos al suicidio; en particular han de ser sostenidos contra la tentación del suicidio asistido y de la eutanasia.

Junto con los Pastores del pueblo de Dios en América, dirijo un llamado a los cat&

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