Viernes, 22 de noviembre de 2024

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¿Ver para creer o entender para ver? San Ireneo de Lyon

¿Ver para creer o entender para ver? San Ireneo de Lyon

por La divina proporción

La modernidad nos llevó a aceptar como prioritaria la exigencia de Tomás, el Apóstol: “si no veo en sus manos los agujeros de los clavos, y si no meto mis dedos en los agujeros sus clavos, y no meto mi mano en la herida de su constado, no creeré” (Jn 20, 25), es decir: “si no veo no creo”. Esto llevó a muchas personas al ateísmo o al agnosticismo fuerte. Es decir, no aceptaban que la existencia de Dios o no confesaban que no hay pruebas definitorias de su existencia. 

La modernidad trajo a la Iglesia una serie de corrientes pelagianas de fuerte influencia marxista, en las que se daba primacía a crear un reino de Dios de tipo político o social y se interpretaban los Evangelios desde un punto de vista social. Se intentaba que el Reino de Dios fuese de este mundo, aunque Cristo mismo hubiera indicado que no lo era. La Iglesia sufrió y sufre todavía estas corrientes, pero la modernidad ha sido sólo un paso previo para encontrarnos con la postmodernidad.

Hoy en día la Iglesia ya no se enfrenta a una increencia o una creencia centrada en la acción social, ya que vamos comprobando que ambas posturas no tienen demasiado recorrido. Hoy en día nos enfrentamos a millones de utopías personales, que no son más que un ramillete de distopías convenientemente disfrazadas de panaceas. Dicho de otra forma, el ser humano nunca podrá ser lo que no es, aunque nos obliguemos a ser lo que no somos. 

San Ireneo de Lyon nos habla de la visión de Dios padre y de la necesidad de Cristo, como única vía para Su conocimiento. Este texto nos sirve para darnos cuenta de la tremenda soberbia que conlleva creer que tenemos la solución de nuestros problemas: 

Desde el principio, el Hijo nos ha dado a conocer al Padre, ya que está junto al Padre desde el principio. En el tiempo fijado, es él quien ha manifestado a los hombres, para su provecho, el sentido de las visiones proféticas, la diversidad de gracias, los ministerios y en qué consiste la glorificación del Padre; todo ello como una melodía bien compuesta y armoniosa. En efecto, donde hay orden, allí hay armonía; donde hay armonía allí todo sucede a su debido tiempo; y donde todo sucede a su debido tiempo, allí hay provecho. Por eso, en provecho de los hombres, el Verbo se ha constituido en dispensador de la gracia del Padre, según sus designios, mostrando a Dios a los hombres, presentando al hombre a Dios, salvaguardando la invisibilidad del Padre, por temor a que los hombres no tuvieran siempre un concepto muy elevado de Dios y un objetivo hacia el cual tender, y al mismo tiempo haciendo también que Dios sea visible a los hombres de múltiples maneras, no sea que, privados totalmente de Dios, llegaran a perder la misma existencia. 

Porque la gloria de Dios es que el hombre viva, y la vida del hombre es la visión de Dios. Si ya la revelación de Dios a través de la creación es causa de vida para todos los seres que existen sobre la tierra, ¡cuanto más la manifestación del Padre por medio del Verbo para los que ven a Dios! (San Ireneo de Lyon. Contra las herejías, IV, 20, 7) 

¿Queremos ser prefectos y vivir en una sociedad perfecta? Únicamente podremos llegar a esa utopía cuando el pecado no exista. ¿Queremos una Iglesia perfecta donde no haya errores y en donde no exista la posibilidad de aprovechamiento egoísta? Es imposible mientras seamos seres humanos con una naturaleza herida por el pecado. No podremos ver a Dios pero podemos entender a Cristo cuando habla de Dios. El es el dispensador de la Gracia del Padre. El es quien es capaz de ofrecernos Bondad y Verdad de forma simultánea y plena. 

Nosotros únicamente podemos ser herramientas en manos de Dios y hacer posible que Dios dé a cada cual lo que merece y necesita. Donde Dios está presente “hay orden, allí hay armonía; donde hay armonía allí todo sucede a su debido tiempo; y donde todo sucede a su debido tiempo, allí hay provecho”. 

Es fácil ofrecerse como motor de la misericordia o de la justicia, intentado suplantar a Dios, haciendo creer a los demás que la verdadera misericordia y la verdadera pueden ser impartida por limitadas y sucias manos. Cuando intentamos ser misericordes por nosotros mismos, terminamos tendiendo a la complicidad. Cuando intentamos ser justos por nosotros mismos, tendemos a ser duros e inflexibles en nuestros juicios. 

Nuestra acción debería estar siempre en sintonía con la Voluntad de Dios, porque  “la gloria de Dios es que el hombre viva, y la vida del hombre es la visión de Dios”. Intentar suplantar a Dios parte de la visión "modernista" de un Dios lejano e insensible con el dolor humano. Esto nos lleva a aceptar que no podremos ver nunca a Dios y que nosotros somos los únicos que podemos “imponer” el Reino de Dios a los demás. Ese es nuestro talón de Aquiles, la prepotencia de quien se cree medida de todo, siendo únicamente criatura creada por la Medida y la Armonía universal: Dios.

Dios desea que se le vea a través de quienes, humildemente, saben ser herramientas fieles y sencillas, en manos de Dios...

 

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