Viernes, 22 de noviembre de 2024

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…el que no cree, ya ha sido juzgado. San Gregorio Magno

…el que no cree, ya ha sido juzgado. San Gregorio Magno

por La divina proporción

Necesitamos convertirnos. Todavía nos falta mucho camino, pero lo importante es no despreciar e ignorar la Luz. Pueden parecen duras las palabras de Cristo que podemos leer en el pasaje evangélico de este domingo. Lo curioso es que de todo lo que se dice en el Evangelio, nos solemos queda con una frase: “Porque no envió Dios su Hijo al mundo para juzgarle, sino para que el mundo se salve por El” (Jn 3, 17). Curiosamente nos acogemos a esta frase para pensar que ya tenemos todo ganado y podemos hacer lo que nos plazca. ¿No creemos en Cristo? Pues ya está. Como somos buena gente, da igual si defendemos el aborto, promocionamos una vida intrascendente o nos pasamos todo el día buscando nuestro propio provecho. Es conveniente leer todo el Evangelio y no sólo los trocitos que nos tratan bien. Vemos lo que nos dice San Gregorio sobre este pasaje evangélico: 



En el último juicio algunos no serán juzgados y perecerán. De éstos se dice aquí: "El que no cree ya está juzgado", pues entonces no será discutida su causa, porque ya se presentarán delante del severo juez con la condenación de su infidelidad. Y los que conservan su profesión de fe, pero carecen de obras, serán mandados a padecer. Mas los que no conservaron los misterios de la fe no oirán la increpación del juez en su último examen, porque prejuzgados ya en las tinieblas de su infidelidad, no merecerán oír la reconvención de Aquél a quien despreciaron. Y sucede también que un rey de la tierra, o el que rige una república, castiga de diferente modo al ciudadano que delinque en el interior que al enemigo que se rebela en el exterior. (San Gregorio, Moralium 26, 24) 

Sin duda Cristo no vino a juzgar al mundo, ya que no necesitamos juicio alguno. Dios puede ver directamente dentro de nosotros ¿Qué juicio necesita cuando El puede ver lo que albergamos en nuestro interior? Les pongo un ejemplo: ¿Qué juicio necesita el que ha hecho una imprudencia y se cae de lo alto? No necesita juicio alguno, ya que ha desafiado la ley de la gravedad imprudentemente y en la caída tiene el castigo de su imprudencia. 

San Gregorio señala algo muy interesante: la incapacidad de quien no tiene oídos para oír. Se acordarán que Cristo solía terminar bastantes discursos con la frase “Quien tenga oídos para oír, que oiga”. Quien en vida cultivó la sordera del espíritu, no oirá la voz de Dios que llama a los justos: “no merecerán oír la reconvención de Aquél a quien despreciaron”. 

También señala algo que hemos casi olvidado en nuestra pseudo-fe actual: los misterios: “los que no conservaron los misterios de la fe no oirán la increpación del juez en su último examen”. ¿Misterios, qué misterios? Se llama misterios a la materia sagrada que Cristo nos legó: sacramentos, devoción, oración y sacrificio. Para el católico medio, todas estas palabras parecen pasadas de moda y hasta son desagradables. Los sacramentos se han convertido en excusas para reunirnos en comunidad. La devoción y la piedad parecen que son cosas de “viejas” del siglo pasado. La oración un ejercicio que no nos lleva a nada práctico. El sacrificio y la santidad son sólo nociones inaplicables a la vida del siglo XXI. 

Como comenté en una entrada anterior, estoy leyendo el libro “¿Cómo ir a misa y no perder la Fe” del P. Nicola Bux. Es un libro sencillo que puede leer cualquier persona. Leyéndolo uno se da cuenta de cuantos problemas de la Iglesia actual provienen de la ignorancia de la fe. Podemos citar el desconocimiento completo de la obligación de adorar con temor y respeto a Dios. Ante esta evidencia, la indicación de San Gregorio se hace más acuciante: ¿Hemos olvidado los misterios? ¿Hemos transformado la fe a una filantropía buenista? 

Fijémonos en lo que el mismo Cristo nos dice: “En esto consiste el juicio: la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron las tinieblas a la luz, porque sus obras eran malas”. Este es el juicio, un juicio lleno de amor que respeta nuestra decisión, aunque Dios nos haya creado para algo muy diferente. Un juicio lleno de misericordia, porque aplica el amor al deseo más profundo de nuestro ser. Si rechazamos la Luz, el juicio ya está hecho, de la misma forma que quien ignora la gravedad cae al suelo, sin que nadie pueda decir que juzga o condena a esta persona. 

Quien ignora y se vanagloria de su ignorancia, difícilmente podrá ejecutar con caridad lo que Dios desea. “...porque (Dios) nos inspira la caridad para que ejecutemos, mediante el amor, lo que aprendimos con la ciencia”. (San Agustín Carta 188,2.7) Quien ignora la Luz, desprecia los misterios y transforma la misericordia en “activismo buenista”, puede encontrarse sordo cuando Dios le llame. Ese es el gran peligro que corremos y del que pocos son conscientes.

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