La tentación es creerse inmune a las tentaciones.
La tentación es creerse inmune a las tentaciones.
- Desconfiar de la Divina Providencia y creernos capaces de solucionar nuestras necesidades por nosotros mismos. Es la tentación del pelagianismo, que olvida la Gracia de Dios.
- Desconfiar de nuestra voluntad y dejarlo todo en manos de Dios. Es la tentación del quietismo. Saltar al vacío para que Dios mande a sus ángeles. ¿No sería mejor no tentar a Dios?
- Querer ser más grande que Dios y dominar a todos y a todo. Es la tentación del agnosticismo. Dios está demasiado lejos y puede ser suplantado por el más fuerte o el más listo entre nosotros.
Habiendo, pues, ayunado cuarenta días y cuarenta noches, luego tuvo hambre. Así da el Señor ocasión al enemigo para que se le acerque, a fin de trabar con él combate y mostrarnos cómo hemos también nosotros de dominarle y vencerle. Es lo mismo que hacen los atletas. Éstos, para enseñar a sus alumnos cómo han de dominar y vencer a sus contrarios, traban voluntariamente combate con otros y les ofrecen ocasión de ver, en los cuerpos mismos de los contrarios, cómo han ellos de alcanzar la victoria. Lo mismo exactamente que hizo el Señor en el desierto. Como quería atraer al demonio a este encuentro, primero le hizo conocer su hambre, luego le consintió que se le acercara, y, ya que le tuvo a su lado, le derribó una, dos y tres veces con la facilidad que propia de Él. Y como de pasar por alto algunas de esas victorias pudiéramos menospreciar vuestro provecho, vamos a empezar por el primer ataque y examinar uno por uno todos los otros. (San Juan Crisóstomo, homilía 13 sobre San Mateo)
Como San Juan Crisóstomo nos señala, las tentaciones nos señalan cómo dejar atrás la tentación. Aunque otra cosa es que seamos capaces de hacerlo. Nuestra naturaleza humana nos impide actuar con total libertad, por lo que solemos elegir las opciones más cómodas en cada momento.
En el caso de las tentaciones de Cristo, elegiríamos convertir las piedras en pan y no pasar hambre. Elegiríamos saltar al vacío para que Dios haga el trabajo que nos fastidia realizar. Elegiríamos ignorar a Dios y convertirnos en el dueño y señor de todo.
Hace unos días estaba leyendo una serie de frases de personas que se han hecho ricos mediante actividades financieras, cito algunas: “El tiempo es amigo de los buenos negocios y el enemigo de los mediocres”, “Después de todo, sólo averiguas quién está nadando desnudo cuando se retira la marea”, "Al igual que Warren, tuve una pasión considerable para hacerme rico, no porque quisiera Ferraris - quería la independencia. La quería desesperadamente."
Durante un momento que quedé pensando en que hubiera sido de mí si me hubiera dedicado a este tipo de negocios. El centro sería el dinero, el objetivo sería se independiente de todo y mi alegría ver como mis cuentas de banco crecían cada día. Pero ¿Dios quería que mi destino hubiera sido ese? Seguramente la Divina Providencia se topa con muchas personas que reniegan de su existencia y deciden ser el centro y la medida de todo. Personas que pueden decidir matar de hambre a millones de seres humanos si les resulta beneficioso para sus negocios.
No quisiera vivir en el infierno de estar siempre atento a que la montaña de dinero que me sostiene. Quien confía en Dios no necesita ser rico y aparentemente libre. Quien confía en Dios sabe que la libertad está en cumplir la Voluntad de Dios. ¿Para qué desear ser lo que no somos? Ese deseo es el que nos hace predisponernos a caer en la tentación, nada más se presenta. De igual forma, la virtud nos permite hacer el bien cuando se presenta la oportunidad delante de nosotros.