Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

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Pues yo SÍ soy Charlie

por En cuerpo y alma

 
 
            Pues sí, “yo sí soy Charlie”. Y lo soy por varias razones que voy a explicar.
 
            Para empezar, en mi calidad de ciudadano de la sufrida España, castigada como pocas por el terrorismo de todo tipo, “no ser Charlie” se me antoja excesivamente parecido a lo que acontecía cuando, con motivo del 11-M, tantos españoles, demasiados españoles, se preguntaron si nuestro gobierno –y nuestro país por extensión- a lo peor hasta se merecía un atentado como aquél; como se parece mucho, demasiado, a aquél “algo habrá hecho” que a tantos vascos, y no sólo vascos sino también muchos españoles que no lo eran, servía “entonces” para mirar para otro lado, cuando no para explicar o entender aquellas “ejecuciones”.
 
            En segundo lugar, cuando una institución, una empresa, una comunidad, en este caso el Charlie Hebdo, viene de sufrir una pena tan brutal, tan cruel, tan inicua, tan canallesca, tan cobarde, tan abominable, no es el momento de preguntarse si hay alguna razón que pueda justificarla. El supuesto “castigo” al pecado es tan descomunalmente desproporcionado, que acordarse ahora de éste resulta desproporcionadamente inoportuno. Es como si después de asesinado un niño, alguien se negara a solidarizarse con él porque “era muy gamberro”. En otras palabras, antes del atentado, “yo no era Charlie”; después del atentado, sin duda, “yo SÍ soy Charlie”. El atentado no es baladí: el atentado marca la diferencia.
 
            En tercer lugar, y si lo piensa Vd. bien, no soy yo, no es Vd. ni somos nosotros, los que hemos decidido ser Charlie. Lo han decidido otros por nosotros, otros que no son sino los terroristas, y de poco nos vale renegar de ser Charlie. Los terroristas que atacaron el semanario lo eligieron como primera diana de su ira, pero a nadie se le oculta que no era, -ni es-, la única posible, y que a estos hidepú les vale cualquier cosa que les proporcione una buena portada, que se trate de un convento lleno de monjas, que se trate de una escuela llena de niños, -“objetivos” que, por cierto, ya han “cubierto” en muchos lugares del mundo otros distintos pero bajo parecidas siglas- que se trate de un mercado o de una iglesia en los que estemos Vd. y yo. Por eso, no es extraño que junto a los periodistas de Charlie fueran vilmente asesinados un empleado de mantenimiento que ni siquiera pertenecía a la plantilla de Charlie, un periodista que pasaba por ahí, dos policías nacionales, luego una policía municipal, y luego cuatro civiles cuyo único pecado era estar de compras. Es más, si cuando entraron en el periódico se hubieran encontrado en la redacción a una persona “expresando su airada repulsa” por los chistes realizados por los periodistas contra Jesucristo y con una escarapela en la que dijera “Yo NO soy Charlie”, no por ello habrían dejado de aplicarle igualmente matarile, lo que habría tenido el extraño efecto de unir en la muerte a un “yo-no-soy-charlie” junto a tantos “yo-sí-soy-charlie”, en un llamativo e inesperado retruécano de conmilitancia y de “frente común”.
 
            En cuarto lugar, la escarapela “Yo soy Charlie” significa un grito descarnado en contra de que alguien pueda decidir por sí mismo, y de la manera en que lo han hecho estos hidepú, “quién puede decir qué, y qué puede decir quién”. Yo puedo estar a favor de consensuar determinadas limitaciones a la libertad de expresión –por cierto, las menos posibles, la libertad de expresión, como la libertad religiosa, es uno de los pilares de la sociedad libre a la que deseo pertenecer-, pero nunca lo estaré de que alguien lo haga por mí, y menos aún, de que lo haga en la manera en que lo han hecho estos bandoleros sin otro argumento que sus metralletas, y en nombre de un fanatismo que me repugna mucho más, pero mucho más, que la blasfemia que dicen castigar.
 
            Y por último, la escarapela “Yo soy Charlie” adquiere su verdadera fuerza, su verdadera vigencia, precisamente en las solapas de quienes no aprobamos el proceder de Charlie, demostrando a los hidepú de mi  que han cometido este execrable atentado que por mucho que nos repugne el proceder de la revista, más, muchísimo más, infinitamente más, nos repugna el de ellos. Si sólo puedo elegir entre dos opciones, -y no me voy a morder la lengua-, prefiero vivir en una sociedad donde blasfemar salga gratis, que en otra donde blasfemar se condene con la muerte, y más aún si la muerte la decide y la aplica el primer chulo que se encuentra una metralleta por la calle.
 
            Me ha tocado conocer el atentado en Francia, un país maravilloso cuya visita recomiendo a todos Vds. Toda mi solidaridad, todo mi cariño para con nuestros vecinos franceses en horas tan difíciles como aquéllas por las que atraviesan. Aunque no todo es perfecto y también ellos han cometido algún error en el que no me voy a extender, he admirado la gran unidad que ha presidido su reacción frente a la barbarie, y me ha hecho acordarme irremisiblemente de la vil, de la ruin, de la abominable, de la incalificable posición que en España adoptaron, cuando un día nos hallamos en un trance parecido cuando no mucho más grave, algunas personas -demasiadas-, muchas de las cuales son calificadas hoy día como “hombres de estado” y reciben el tratamiento de “Excmo.”. Pero eso es harina de otro costal que tiene poco que ver con Charlie: por hoy, que hagan Vds. mucho bien y que no reciban menos. Mañana más.

 
            Dedicado a mis hermanos, con cuya amistad me precio -no cualquiera puede decir lo mismo- y con cuya conversación me deleito siempre. Aunque no siempre estemos de acuerdo.
 
 
            ©L.A.
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