Martirio en Angers y Compiègne
Los mártires de Angers
San Juan Pablo II[1] beatificó en la basílica de San Pedro, el domingo 19 de febrero de 1984, a Guillaume Repin y a 98 mártires (11 sacerdotes, 3 religiosas y 84 seglares -4 varones y 80 mujeres-) que murieron en Angers en el bienio de 1793-94. El Papa dijo en aquella ocasión:
"…Recordamos en primer lugar a los numerosos mártires que, en la diócesis de Angers, aceptaron la muerte, porque, como dijo Guillaume Repin, quisieron «conservar su fe y su religión», con firme adhesión a la Iglesia católica y romana; sacerdotes que se negaron a prestar un juramento que consideraban cismático, y que no quisieron abandonar su cargo pastoral; laicos que permanecieron fieles a estos sacerdotes, a la Misa celebrada por ellos y a las manifestaciones de culto a María y a los santos. Sin duda, en un contexto de fuertes tensiones ideológicas, políticas y militares, se pudo hacer pesar sobre ellos sospechas de infidelidad a la patria; se les acusó, en las actas de las sentencias, de compromiso con las «fuerzas antirrevolucionarias». Así sucede en casi todas las persecuciones, de ayer y de hoy... Nos admiran sus respuestas decididas, tranquilas, breves, francas, humildes, que no tienen nada de provocación; y que son tajantes y firmes en lo esencial: la fidelidad a la Iglesia”.
Bajo estas líneas vidriera con las dos Hijas de la Caridad que pertenecen del grupo de 99 mártires. Las Beatas Marie-Anne Vaillot y Odile Baumgarten, fueron fusilidas en Angers el 1 de febrero de 1794.
Las mártires de Compiègne, 17 de julio de 1794
Al estallar la Revolución Francesa, casi todas las religiosas de la nación se vieron obligadas a abandonar sus hábitos religiosos. Pero las 16 que formaban la fervorosa comunidad de Carmelitas en Compiègne[2], de común acuerdo, decidieron seguir vestidas con aquel signo de consagración a Dios y de testimonio a los hombres.
La Madre Priora era la Madre Teresa de San Agustín[3]. Cuando en 1792 los disturbios por las calles aumentaban y amenazaba una hecatombe, todas las religiosas carmelitas de la comunidad, por inspiración de la Madre Priora, se ofrecieron al Señor en holocausto "para aplacar la cólera de Dios y para que la paz divina, traída al mundo por su amado Hijo, fuese devuelta a la Iglesia y al Estado". Cada día repetían este generoso y heroico acto de consagración al martirio. El gozo les inundaba por dentro y por fuera. Redoblaron su vida de oración y mortificación.
El 14 de septiembre de 1792 fueron arrojadas de su monasterio y se dividieron en cuatro grupos por distintas casas de Compiègne, pero siempre unidas en la fraternidad y en el género de vida que procuraban llevar como en el convento y bajo la vigilancia solícita y maternal de la Madre Priora, Teresa de San Agustín.
El Comité Revolucionario dio con su paradero, las apresó y encerró el día 24 de junio de 1794 en lo que fuera Monasterio de la Visitación, Sainte-Marie, convertido en cárcel. Desde Compiègne, las dieciséis carmelitas fueron conducidas a París, adonde llegaron el día 13 de julio. Fueron encerradas en la cárcel de Conciergerie, que estaba abarrotada de sacerdotes, religiosos y religiosas, condenados a muerte.
La llegada de las carmelitas fue como un maravilloso bálsamo de paz y alegría, ya que ellas, con su ejemplo y serenidad ponían ánimos en aquellos amedrentados espíritus. Sería largo detallar las maravillas que aquellas valientes carmelitas realizaron durante aquel tiempo en la cárcel: cantaban, rezaban, ayudaban, vivían alegres y animaban a los más pusilánimes a confiar en el Señor y a prepararse para el holocausto.
Por fin, el 17 de julio, en un juicio en el que demostraron cuánta era su fe y su heroísmo, fueron condenadas a muerte, a la guillotina, por su "fanatismo", por su amor a Dios y a la Virgen... Mientras eran conducidas a la guillotina iban cantando el Miserere, la Salve, el Te Deum. Y al llegar al pie de la guillotina, una por una fueron renovando su profesión ante la M. Priora. Y cantando el Veni Creator, subían a ser decapitadas... La última fue la misma Madre Priora, quien tan bien había infundido el amor a Dios y el valor cristiano a todas sus hijas. Era el 17 de julio de 1794.
La Iglesia declaró que el sacrificio de aquellas nobles mujeres no había sido en vano, puesto que “apenas habían transcurrido diez días de su suplicio cesaba la tormenta que durante dos años había cubierto el suelo de Francia de sangre de sus hijos” (Decreto de declaración de martirio, 24 de junio de 1905). El cardenal Richard, arzobispo de París, inició el proceso de su beatificación el 23 de febrero de 1896. El 16 de diciembre de 1902, el papa León XIII declaraba venerables a las dieciséis carmelitas. Se sucedieron los milagros, como una garantía de su santidad, y, el 13 de mayo de 1906, San Pío X declaró beatas a aquellas “que, después de su expulsión, continuaron viviendo como religiosas y honrando devotamente al Sagrado Corazón”.
San Juan Pablo II[1] beatificó en la basílica de San Pedro, el domingo 19 de febrero de 1984, a Guillaume Repin y a 98 mártires (11 sacerdotes, 3 religiosas y 84 seglares -4 varones y 80 mujeres-) que murieron en Angers en el bienio de 1793-94. El Papa dijo en aquella ocasión:
"…Recordamos en primer lugar a los numerosos mártires que, en la diócesis de Angers, aceptaron la muerte, porque, como dijo Guillaume Repin, quisieron «conservar su fe y su religión», con firme adhesión a la Iglesia católica y romana; sacerdotes que se negaron a prestar un juramento que consideraban cismático, y que no quisieron abandonar su cargo pastoral; laicos que permanecieron fieles a estos sacerdotes, a la Misa celebrada por ellos y a las manifestaciones de culto a María y a los santos. Sin duda, en un contexto de fuertes tensiones ideológicas, políticas y militares, se pudo hacer pesar sobre ellos sospechas de infidelidad a la patria; se les acusó, en las actas de las sentencias, de compromiso con las «fuerzas antirrevolucionarias». Así sucede en casi todas las persecuciones, de ayer y de hoy... Nos admiran sus respuestas decididas, tranquilas, breves, francas, humildes, que no tienen nada de provocación; y que son tajantes y firmes en lo esencial: la fidelidad a la Iglesia”.
Bajo estas líneas vidriera con las dos Hijas de la Caridad que pertenecen del grupo de 99 mártires. Las Beatas Marie-Anne Vaillot y Odile Baumgarten, fueron fusilidas en Angers el 1 de febrero de 1794.
Las mártires de Compiègne, 17 de julio de 1794
Al estallar la Revolución Francesa, casi todas las religiosas de la nación se vieron obligadas a abandonar sus hábitos religiosos. Pero las 16 que formaban la fervorosa comunidad de Carmelitas en Compiègne[2], de común acuerdo, decidieron seguir vestidas con aquel signo de consagración a Dios y de testimonio a los hombres.
La Madre Priora era la Madre Teresa de San Agustín[3]. Cuando en 1792 los disturbios por las calles aumentaban y amenazaba una hecatombe, todas las religiosas carmelitas de la comunidad, por inspiración de la Madre Priora, se ofrecieron al Señor en holocausto "para aplacar la cólera de Dios y para que la paz divina, traída al mundo por su amado Hijo, fuese devuelta a la Iglesia y al Estado". Cada día repetían este generoso y heroico acto de consagración al martirio. El gozo les inundaba por dentro y por fuera. Redoblaron su vida de oración y mortificación.
El 14 de septiembre de 1792 fueron arrojadas de su monasterio y se dividieron en cuatro grupos por distintas casas de Compiègne, pero siempre unidas en la fraternidad y en el género de vida que procuraban llevar como en el convento y bajo la vigilancia solícita y maternal de la Madre Priora, Teresa de San Agustín.
El Comité Revolucionario dio con su paradero, las apresó y encerró el día 24 de junio de 1794 en lo que fuera Monasterio de la Visitación, Sainte-Marie, convertido en cárcel. Desde Compiègne, las dieciséis carmelitas fueron conducidas a París, adonde llegaron el día 13 de julio. Fueron encerradas en la cárcel de Conciergerie, que estaba abarrotada de sacerdotes, religiosos y religiosas, condenados a muerte.
La llegada de las carmelitas fue como un maravilloso bálsamo de paz y alegría, ya que ellas, con su ejemplo y serenidad ponían ánimos en aquellos amedrentados espíritus. Sería largo detallar las maravillas que aquellas valientes carmelitas realizaron durante aquel tiempo en la cárcel: cantaban, rezaban, ayudaban, vivían alegres y animaban a los más pusilánimes a confiar en el Señor y a prepararse para el holocausto.
Por fin, el 17 de julio, en un juicio en el que demostraron cuánta era su fe y su heroísmo, fueron condenadas a muerte, a la guillotina, por su "fanatismo", por su amor a Dios y a la Virgen... Mientras eran conducidas a la guillotina iban cantando el Miserere, la Salve, el Te Deum. Y al llegar al pie de la guillotina, una por una fueron renovando su profesión ante la M. Priora. Y cantando el Veni Creator, subían a ser decapitadas... La última fue la misma Madre Priora, quien tan bien había infundido el amor a Dios y el valor cristiano a todas sus hijas. Era el 17 de julio de 1794.
La Iglesia declaró que el sacrificio de aquellas nobles mujeres no había sido en vano, puesto que “apenas habían transcurrido diez días de su suplicio cesaba la tormenta que durante dos años había cubierto el suelo de Francia de sangre de sus hijos” (Decreto de declaración de martirio, 24 de junio de 1905). El cardenal Richard, arzobispo de París, inició el proceso de su beatificación el 23 de febrero de 1896. El 16 de diciembre de 1902, el papa León XIII declaraba venerables a las dieciséis carmelitas. Se sucedieron los milagros, como una garantía de su santidad, y, el 13 de mayo de 1906, San Pío X declaró beatas a aquellas “que, después de su expulsión, continuaron viviendo como religiosas y honrando devotamente al Sagrado Corazón”.
[1] L´Osservatore Romano, edición castellana, nº 791, 26 de febrero de 1984.
[2] El monasterio de Compiègne fue fundado en 1641. Hacía treinta y siete años que había llegado a Francia para iniciar la reforma la Beata Ana de San Bartolomé, con Ana de Jesús y otras cuatro monjas españolas.
[3] La obra Diálogo de carmelitas, de Georges Bernanos, hizo más conocido el episodio del martirio de las dieciséis monjas carmelitas del monasterio de Compiègne. La obra está basada en la novela "La última en el cadalso" (Die letzte am Schafott), de Gertrud von Le Fort.
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