Domingo, 24 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Misa desde la Plaza del Pesebre en Belén (Palestina)

«¿Somos como María y José o como Herodes ante los niños que sufren?», cuestiona el Papa desde Belén

ReL

El Papa Francisco en la JMJ de Río de Janeiro
El Papa Francisco en la JMJ de Río de Janeiro
El Papa Francisco celebró este domingo la Misa en la Plaza del Pesebre, en Belén (Palestina), donde afirmó que cuando los niños son cuidados y protegidos las familias y el mundo son más humanos, sin embargo, recordó que hay miles de niños que sufren hambre, violencia, guerra, explotación y otros males. Ante ellos, cuestionó, ¿somos como María y José o como Herodes?

Francisco llegó a la plaza en un papamóvil descubierto y fue recibido por miles de fieles, entre los cuales también se encontraban peregrinos de otras partes del mundo, los caballeros del Santo Sepulcro, el presidente Mahmoud Abbas, autoridades locales, el Patriarca de los Latinos, Mons. Fouad Twal, y otros líderes religiosos. Durante el recorrido, el  Papa se daba tiempo para extender la mano a las personas que se esforzaban por saludarlo. Como se recuerda, el P. Federico Lombardi explicó antes del viaje, que el Santo Padre deseaba estar en contacto con la gente y por ello no quiso usar un auto blindado durante su visita a Tierra Santa. 

Ante los miles de fieles reunidos, el Papa señaló que “los niños son un signo. Signo de esperanza, signo de vida, pero también signo ‘diagnóstico’ para entender el estado de salud de una familia, de una sociedad, de todo el mundo. Cuando los niños son recibidos, amados, custodiados, tutelados, la familia está sana, la sociedad mejora, el mundo es más humano”.

Así como el Niño Jesús, indicó, los niños de ahora son frágiles y necesitan ser cuidados. Sin embargo, en un mundo “que ha desarrollado las tecnologías más sofisticadas, hay todavía por desgracia tantos niños en condiciones deshumanas, que viven al margen de la sociedad, en las periferias de las grandes ciudades o en las zonas rurales”.

“Todavía hoy muchos niños son explotados, maltratados, esclavizados, objeto de violencia y de tráfico ilícito. Demasiados niños son hoy prófugos, refugiados, a veces ahogados en los mares, especialmente en las aguas del Mediterráneo. De todo esto nos avergonzamos hoy delante de Dios, el Dios que se ha hecho Niño”, denunció en su homilía.

“Y nos preguntamos: ¿Quiénes somos nosotros ante el Jesús Niño? ¿Quiénes somos ante los niños de hoy? ¿Somos como María y José, que reciben a Jesús y lo cuidan con amor materno y paterno? ¿O somos como Herodes, que desea eliminarlo?”.

“¿Somos como los pastores, que corren, se arrodillan para adorarlo y le ofrecen sus humildes dones? ¿O somos más bien indiferentes? ¿Somos tal vez retóricos y pietistas, personas que se aprovechan de las imágenes de los niños pobres con fines lucrativos? ¿Somos capaces de estar a su lado, de ‘perder tiempo’ con ellos? ¿Sabemos escucharlos, custodiarlos, rezar por ellos y con ellos? ¿O los descuidamos, para ocuparnos de nuestras cosas?”, preguntó.

Francisco señaló que el llanto de los niños “nos cuestiona”. “En un mundo que desecha cada día toneladas de alimento y de medicinas, hay niños que lloran en vano por el hambre y por enfermedades fácilmente curables”.

“En una época que proclama la tutela de los menores, se venden armas que terminan en las manos de niños soldados; se comercian productos confeccionados por pequeños trabajadores esclavos. Su llanto es acallado: deben combatir, deben trabajar, no pueden llorar. Pero lloran por ellos sus madres, Raqueles de hoy: lloran por sus hijos, y no quieren ser consoladas”, expresó.

Finalmente, el Santo Padre reiteró que según como se trata a un niño, es la salud de una familia y de un país. “De este diagnóstico franco y honesto, puede brotar un estilo de vida nuevo, en el que las relaciones no sean ya de conflicto, abuso, consumismo, sino relaciones de fraternidad, de perdón y reconciliación, de participación y de amor”, expresó.



A continuación se puede leer la homilia completa:

Homilía Misa en la Plaza del Pesebre

«Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre».

Es una gracia muy grande celebrar la Eucaristía en el lugar en que nació Jesús. Doy gracias a Dios y a vosotros que me habéis recibido en mi peregrinación: al Presidente Mahmoud Abbas y a las demás autoridades; al Patriarca Fouad Twal, a los demás Obispos y Ordinarios de Tierra Santa, a los sacerdotes, las personas consagradas y a cuantos se esfuerzan por tener viva la fe, la esperanza y la caridad en esta tierra; a los representantes de los fieles provenientes de Gaza, Galilea y a los emigrantes de Asia y África. Gracias por vuestra acogida.

El Niño Jesús, nacido en Belén, es el signo que Dios dio a los que esperaban la salvación, y permanece para siempre como signo de la ternura de Dios y de su presencia en el mundo. «Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño…».

También hoy los niños son un signo. Signo de esperanza, signo de vida, pero también signo "diagnóstico" para entender el estado de salud de una familia, de una sociedad, de todo el mundo. Cuando los niños son recibidos, amados, custodiados, tutelados, la familia está sana, la sociedad mejora, el mundo es más humano. Recordemos la labor que realiza el Instituto Effetà Pablo VI a favor de los niños palestinos sordomudos: es un signo concreto de la bondad de Dios.

Dios nos repite también a nosotros, hombres y mujeres del siglo XXI: «Y aquí tenéis la señal», buscad al niño…

El Niño de Belén es frágil, como todos los recién nacidos. No sabe hablar y, sin embargo, es la Palabra que se ha hecho carne, que ha venido a cambiar el corazón y la vida de los hombres. Este Niño, como todo niño, es débil y necesita ayuda y protección. También hoy los niños necesitan ser acogidos y defendidos desde el seno materno.

En nuestro mundo, que ha desarrollado las tecnologías más sofisticadas, hay todavía por desgracia tantos niños en condiciones deshumanas, que viven al margen de la sociedad, en las periferias de las grandes ciudades o en las zonas rurales. Todavía hoy muchos niños son explotados, maltratados, esclavizados, objeto de violencia y de tráfico ilícito. Demasiados niños son hoy prófugos, refugiados, a veces ahogados en los mares, especialmente en las aguas del Mediterráneo. De todo esto nos avergonzamos hoy delante de Dios, el Dios que se ha hecho Niño.

Y nos preguntamos: ¿Quiénes somos nosotros ante Jesús Niño? ¿Quiénes somos ante los niños de hoy? ¿Somos como María y José, que reciben a Jesús y lo cuidan con amor materno y paterno? ¿O somos como Herodes, que desea eliminarlo? ¿Somos como los pastores, que corren, se arrodillan para adorarlo y le ofrecen sus humildes dones? ¿O somos más bien indiferentes? ¿Somos tal vez retóricos y pietistas, personas que se aprovechan de las imágenes de los niños pobres con fines lucrativos? ¿Somos capaces de estar a su lado, de "perder tiempo" con ellos? ¿Sabemos escucharlos, custodiarlos, rezar por ellos y con ellos? ¿O los descuidamos, para ocuparnos de nuestras cosas?

«Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño…». Tal vez aquel niño llora. Llora porque tiene hambre, porque tiene frío, porque quiere estar en brazos… También hoy lloran los niños, lloran mucho, y su llanto nos cuestiona. En un mundo que desecha cada día toneladas de alimento y de medicinas, hay niños que lloran en vano por el hambre y por enfermedades fácilmente curables. En una época que proclama la tutela de los menores, se venden armas que terminan en las manos de niños soldados; se comercian productos confeccionados por pequeños trabajadores esclavos. Su llanto es acallado: deben combatir, deben trabajar, no pueden llorar. Pero lloran por ellos sus madres, Raqueles de hoy: lloran por sus hijos, y no quieren ser consoladas.

«Y aquí tenéis la señal». El Niño Jesús nacido en Belén, todo niño que nace y crece en cualquier parte del mundo, es signo diagnóstico, que nos permite comprobar el estado de salud de nuestra familia, de nuestra comunidad, de nuestra nación. De este diagnóstico franco y honesto, puede brotar un estilo de vida nuevo, en el que las relaciones no sean ya de conflicto, abuso, consumismo, sino relaciones de fraternidad, de perdón y reconciliación, de participación y de amor.

Oh María, Madre de Jesús,

tú, que has acogido, enséñanos a acoger;

tú, que has adorado, enséñanos a adorar;

tú, que has seguido, enséñanos a seguir. Amén.
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