Sábado, 23 de noviembre de 2024

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San Juan Pablo II (19)

por Victor in vínculis

43. “DEJADME IR A LA CASA DEL PADRE”
 
Un año después de la muerte de Juan Pablo II aparece la obra “Dejadme ir a la casa del Padre. La fuerza en la debilidad de Juan Pablo II”. Este libro[1] recoge la concepción del sufrimiento en el magisterio y en la vida de Juan Pablo II, así como los testimonios de su médico personal y de monseñor Comastri, que narra la respuesta de los fieles de todo el mundo en su despedida al Santo Padre. Un libro fascinante para revivir una historia de gratitud y amor.
 
Si no puedo cumplir mi misión, quizá sea mejor que me muera”, comentó Juan Pablo II el 27 de marzo de 2005, Domingo de Pascua, cuando se retiraba de la ventana después de haber sido incapaz de pronunciar la bendición “Urbi et Orbi”. La traqueotomía le había impuesto silencio durante la Semana Santa, y el Papa reservaba todas sus fuerzas para ese momento, pero el cuerpo le traicionó. Durante un minuto, luchó por sobreponerse al párkinson y articular la primera palabra, pero sólo se oyó un estertor y un jadeo, mientras su rostro se deformaba por el tremendo dolor, primero físico y después moral. La muchedumbre rompió en un aplauso atronador, mientras las lágrimas brotaban a raudales en la Plaza de San Pedro y, simultáneamente, en todos los rincones del planeta, pues 104 cadenas retransmitían en directo a 74 países la fiesta más importante del año.
 
El ahora cardenal-arzobispo de Cracovia relata sobriamente aquel episodio en muy pocas líneas:
 
El Santo Padre había sufrido un durísimo golpe. Después de alejarse de la ventana dijo: “Quizá sea mejor que yo me muera, si no puedo cumplir mi misión”, y enseguida añadió: “Hágase tu voluntad… Totus tuus”. En toda su vida no había deseado ninguna otra cosa”.
 
Aunque quizá lo intuyese, Juan Pablo II no sabía que su vida terrena concluiría tan sólo seis días más tarde, a las 21.37 del sábado 2 de abril, cuando litúrgicamente se celebraba ya el Domingo de la Divina Misericordia, la fiesta que él mismo había instituido en el Año Santo de 2000 en respuesta a la petición de Jesucristo a Santa Faustina Kowalska.
 
En libro se descubre que el Papa era muy preciso con su médico a la hora de explicar los síntomas, en el intento de “acelerar la curación para volver a su trabajo”. Otras veces, en cambio, rechazaba o retrasaba tratamientos que hubiesen frenado su actividad. En abril de 1994, resbaló y se rompió el fémur derecho la víspera de un viaje a Sicilia, al que no quería renunciar. Según el doctor Buzzonetti, “para convencerle de la gravedad de lo sucedido, realizamos en plena noche una radiografía en el mismo apartamento pontificio”. La imagen dejó claro que la única salida sería hacia el hospital, donde se le implantó una prótesis de cadera.
 
Juan Pablo II se resistió mucho más frente a la apendicitis aguda que se manifestó el día de Navidad de 1995, cuando fue incapaz de terminar de leer el mensaje de felicitación. Durante meses y meses insistió en los tratamientos intentando evitar el quirófano, y aceptó volver de nuevo al Gemelli el 8 de octubre, cuando físicamente ya no podía más.
 
En 2002 apareció la artrosis en la rodilla derecha, pero el Papa se negó a que se le instalase una prótesis. Llevaba ya tiempo utilizando una plataforma móvil, que le permitía desplazarse de pie, descargando parte de su peso en la pierna izquierda y en los brazos. Desde ese momento, pasó a la silla de ruedas para el resto de sus días. Visto con la perspectiva de la historia, Karol Wojtyla tuvo siempre una fuerza de voluntad fuera de lo común, que brotaba de su intensa oración personal, y le permitió hacer, a lo largo de su vida, mucho más de lo que era físicamente posible.
 
Los primeros síntomas de párkinson aparecieron a finales de 1991. Según su médico personal, Juan Pablo II “infravaloró, durante mucho tiempo, algunos de sus problemas, y sólo tardíamente comenzó a preguntar por el temblor de la mano. Yo le decía que el temblor es el síntoma más visible de esta patología neurológica, pero que del temblor no se ha muerto nadie, aunque pueda ser un grave impedimento. Fue sobre todo la pérdida de equilibrio lo que llevó a situaciones críticas y, más adelante, el dolor osteoarticular en la rodilla derecha, que le impedía permanecer en pie”.


 

44. SOBRE LA ÚLTIMA ENFERMEDAD, MUERTE Y HONRAS FÚNEBRES DE JUAN PABLO II
 
Este es el comentario oficial sobre la última enfermedad, muerte y honras fúnebres de Juan Pablo II publicado por «Acta Apostolicæ Sedis» el 17 de mayo de 2005.
 
Durante los últimos tiempos, la salud del Sumo Pontífice, ya anteriormente afectada por algunas dolencias, fue deteriorándose paulatinamente. Enfermo ya de gravedad, una gran muchedumbre -en la que destacaban los jóvenes por su cariño y atención— acudía con frecuencia a las inmediaciones de San Pedro con el deseo de acompañarle en su enfermedad, lo que despertó la admiración del mundo entero. Seguidamente, se describe detalladamente y explica en términos médicos esta última enfermedad, que fue agravándose gradualmente:
 
  • El 31 de enero, la Oficina de Prensa de la Santa Sede comunicó que las audiencias previstas para ese día quedaban suspendidas debido a un síndrome gripal padecido por el Santo Padre, y sucesivamente anunció el aplazamiento de las citas previstas y la suspensión de la Audiencia General del miércoles 2 de febrero.
  • El cuadro clínico se complicó con una laringotraqueítis aguda y crisis de laringoespasmo, situación que se agravó al anochecer del 1 de febrero. Se hizo necesaria una hospitalización de urgencia -en ambulancia equipada con unidad móvil de reanimación- en el Policlínico «Gemelli», con ingreso a las 22,50 del mismo día. El Santo Padre fue ingresado en la habitación que tenía reservada en la décima planta del Policlínico en el área del Servicio de Urgencias, dirigido por el profesor Rodolfo Proietti. Allí fue sometido a las oportunas terapias de asistencia respiratoria y a los necesarios controles clínicos.
  • Su evolución clínica fue positiva, por lo que el sábado 5 de febrero el Santo Padre siguió por televisión la ceremonia celebrada en la Sala Pablo VI con ocasión de la fiesta de la Virgen de la Confianza, patrona del Seminario Romano Mayor. Su permanencia en el hospital se prolongó durante unos días con el fin de permitir la estabilización del cuadro clínico.
  • Diariamente el Papa concelebraba la santa misa en su habitación. El Miércoles de Ceniza, durante la Eucaristía, impuso al Papa la ceniza, por él mismo bendecida, su secretario. Una vez completadas las pruebas diagnósticas —con inclusión de un TAC de cuerpo entero—, que permitían descartar otras patologías, el 10 de febrero el Santo Padre regresaba en coche al Vaticano hacia las 19,40.
  • En los sucesivos días se registraba una recaída de la habitual patología respiratoria caracterizada por fases alternas, estrechamente controladas por el personal médico vaticano, que asistía permanentemente al Papa. Su cuadro clínico se complicaba por la reiteración de episodios subintrantes de insuficiencia respiratoria aguda, causados por una estenosis funcional de la laringe, preexistente y ya documentada.
  • Al anochecer se registraba una nueva crisis que, pese a haber sido adecuadamente afrontada, hacía inaplazable una segunda hospitalización en el Policlínico «Gemelli», que tenía lugar a las 11,50 del jueves 24 de febrero. Allí se establecía indicación de traqueotomía electiva, que -con el consentimiento del Santo Padre- se efectuaba a lo largo de la tarde del mismo día. La intervención quirúrgica estuvo a cargo del profesor Gaetano Paludetti y del doctor Angelo Camaioni. Presenció la intervención el médico personal del Papa, el doctor Renato Buzzonetti. El posoperatorio se desarrolló sin complicaciones, y pronto se inició la rehabilitación de la respiración y de la fonación.
  • El 6 de marzo, el Santo Padre, revestido de una casulla rosa, celebraba la santa misa del IV Domingo de Cuaresma en la pequeña capilla anexa a su habitación y pronunciaba la fórmula de la bendición final con voz muy apagada y dicción relativamente buena.
  • El domingo 13 de marzo, el Papa regresaba hacia las 18,40 horas al Vaticano, donde lo recibían el cardenal Angelo Sodano, su Secretario de Estado, y sus colaboradores. Nada más entrar en su apartamento, acudía a la capilla para el rezo de las «Lamentaciones», que en polaco conmemoran la Pasión del Señor. Aseguraba constantemente la asistencia de la guardia médica un equipo vaticano formado por un total de diez médicos. Se habían activado equipos e instrumentos aptos para afrontar cualquier exigencia técnica.
  • En días sucesivos proseguía la lenta recuperación de las condiciones de salud del Papa, recuperación dificultada por una deglución muy problemática, una fonación muy trabajosa, un déficit nutricional y una astenia de considerable entidad.
  • El domingo 20 de marzo y el miércoles 23, el Santo Padre se asomaba a la ventana de su despacho, sin hablar, limitándose a bendecir con la mano derecha. El día de Pascua, 27 de marzo, el Papa permanecía unos 13 minutos ante la ventana abierta con vistas a la Plaza de San Pedro, atestada de fieles en espera del mensaje pascual. Sujetaba con la mano las hojas del texto, que, en el atrio de la Basílica, leía con emocionada voz el cardenal Angelo Sodano, secretario de Estado. El Papa intentaba leer las palabras de la Bendición Apostólica, sin conseguirlo, y, en silencio, con la mano derecha, bendecía a la Ciudad y al mundo.
  • El 30 de marzo se comunicaba haberse emprendido la alimentación enteral mediante una sonda nasogástrica instalada con carácter permanente. Ese mismo día, miércoles, el Santo Padre se asomaba a la ventana de su despacho y, sin hablar, bendecía a la muchedumbre, que, atónita y dolorida, lo esperaba en la Plaza de San Pedro. Fue la última estación pública de su penoso vía crucis.
  • El jueves 31 de marzo, poco después de las 11, al Santo Padre, que había acudido a la capilla para la celebración de la santa misa, le acometía un escalofrío convulso, seguido por una fuerte elevación térmica hasta 39,6º. A ello le sucedía un gravísimo choque séptico con colapso cardiovascular, debido a una infección comprobada de las vías urinarias. Con carácter inmediato se tomaban todas las medidas terapéuticas y de asistencia cardiorrespiratoria adecuadas.
  • Se respetaba la voluntad explícita del Santo Padre de permanecer en su apartamento, donde, por otra parte, tenía asegurada una asistencia tan completa como eficaz.
  • A última hora de la tarde, se celebraba la santa misa al pie de la cama del Papa. Éste concelebraba con los ojos entornados, pero, en el momento de la consagración, levantaba levemente el brazo derecho dos veces, es decir, sobre el pan y sobre el vino. También esbozaba el gesto de golpearse el pecho durante el rezo del «Agnus Dei».
  • El cardenal de Lviv de los Latinos le administraba la Unción de los Enfermos. A las 19,17 el Papa recibía la Santa Comunión. Sucesivamente, el Santo Padre pedía que se celebrara la “hora eucarística” de meditación y oración.
  • El viernes 1 de abril, a las 6 de la mañana, el Papa, consciente y sereno, concelebraba la santa misa. Hacia las 7,15 escuchaba la lectura de las 14 estaciones del vía crucis, persignándose en cada una de ellas. Sucesivamente, expresaba el deseo de escuchar la lectura de la Hora de Tercia del Oficio Divino y de pasajes de la Sagrada Escritura.
  • La situación revestía notable gravedad y se caracterizaba por el deterioro alarmante de los parámetros biológicos y vitales. Se instauraba un cuadro clínico cada vez más grave de insuficiencia cardiovascular, respiratoria y renal.
  • El paciente, con visible participación, se asociaba a la plegaria continuada de quienes lo asistían. A las 7,30 del sábado 2 de abril, se celebraba la santa misa en presencia del Santo Padre, que empezaba a presentar un deterioro inicial de la consciencia. A última hora de la mañana, recibía por última vez al cardenal Secretario de Estado y seguidamente se iniciaba una elevación brusca de la temperatura. Hacia las 15,30, con voz muy apagada y dicción confusa, en polaco, el Santo Padre rogaba: “Dejad que me vaya a la casa del Padre.
  • Poco antes de las 19 horas entraba en coma. El monitor documentaba el agotamiento progresivo de sus funciones vitales. Siguiendo una tradición polaca, una vela encendida iluminaba la penumbra de la habitación en la que la vida del Papa iba apagándose.
  • A las 20 horas se iniciaba la celebración de la santa misa de la fiesta de la Divina Misericordia, al pie de la cama del Papa moribundo. Presidía el rito Monseñor Stanislao Dziwisz, con la participación del cardenal Marian Jaworski, del excelentísimo monseñor Stanislao Rylko y de monseñor Mieczyslaw Mokrzycki. Cantos religiosos polacos acompañaban la celebración y se fundían con los de los jóvenes y los de la multitud de fieles reunidos en oración en la Plaza de San Pedro.
  • A las 21,37, Juan Pablo II descansaba en el Señor. Su fallecimiento, comprobado por el Dr. Renato Buzzonetti, lo confirmaba la ejecución de un electrocardiotanatograma, que se prolongó durante más de 20 minutos, con arreglo a la normativa vaticana.
  • Acto seguido, acudieron a rendir homenaje al difunto Sumo Pontífice el cardenal Angelo Sodano, secretario de Estado; el cardenal Joseph Ratzinger, Decano del Colegio Cardenalicio; el cardenal Eduardo Martínez Somalo, Camarlengo de la Santa Romana Iglesia, así como varios miembros de la Familia Pontificia.
  • La declaración de defunción, firmada por el Dr. Renato Buzzonetti, Director de Sanidad e Higiene del Estado de la Ciudad del Vaticano, contenía el siguiente diagnóstico: «Choque séptico, colapso cardiovascular en persona enferma de Parkinson, episodios pasados de insuficiencia respiratoria aguda y consiguiente traqueotomía, hipertrofia prostática benigna complicada por urosepsis, cardiopatía hipertensiva e isquémica».
  • El día 3 de abril, Domingo de la Divina Misericordia, a las 10,30, en la Plaza de San Pedro, se celebró una misa en sufragio del difunto Pontífice, presidida por el cardenal Angelo Sodano. A las 12 se rezó el Regina Cœli, oración mariana propia del Tiempo de Pascua, después de la cual se pronunció el discurso que el Sumo Pontífice había preparado para la ocasión.
  • A las 3 de la tarde del día siguiente [al de la muerte del Papa], el cardenal Martínez Somalo, camarlengo de la Santa Romana Iglesia, acudió según costumbre a la capilla en la que yacía el difunto Pontífice para, conforme a la Constitución Universi dominici gregis, reconocer su cadáver en la presencia del maestro de las Ceremonias Litúrgicas Pontificias, del vicecamarlengo, de los Prelados Clérigos de la reverenda Cámara Apostólica y del secretario-canciller de la misma.
  • Una vez informado de la muerte del Sumo Pontífice Juan Pablo II, el cardenal Camillo Ruini, su Vicario en la Urbe, redactó la «notificación especial » prescrita por la constitución apostólica Universi dominici gregis para comunicar al pueblo romano la muerte de su Obispo.
  • Seguidamente, el maestro de las Celebraciones Litúrgicas Pontificias comunicaba la exposición del cuerpo del Santo Padre: El domingo 3 de abril, a las 12,30 horas, el cardenal camarlengo presidirá en la Sala Clementina una celebración con la que se iniciarán las visitas a los restos mortales del Romano Pontífice difunto para que los fieles puedan rendirle el homenaje de la piedad cristiana. Se ruega a todos aquellos que, con arreglo al «Motu proprio Pontificalis Domus», componen la Capilla Pontificia y desean participar en dicha celebración, se encuentren a las 12,15 horas en la Sala Clementina, revestidos con su correspondiente hábito coral. El acceso al Palacio Apostólico se realizará a través del Patio de San Dámaso y quedará abierto hasta las 16 horas del domingo 3 de abril.
  • Las visitas de los miembros de la Capilla Papal, de las autoridades y del Cuerpo Diplomático se reanudarán el lunes 4 de abril desde las 9 hasta las 16 horas.
  • El cuerpo del Sumo Pontífice, una vez trasladado y expuesto en la Sala Clementina del Palacio Apostólico, fue piadosamente venerado por los eminentísimos padres cardenales, obispos y prelados de la Curia Romana, autoridades y miembros del Cuerpo Diplomático, así como por muchísimos fieles, que acudieron durante dos días para elevar oraciones por el eterno descanso del Santo Padre. La tarde del día para ello fijado, 4 de abril, el cuerpo de Juan Pablo II era trasladado piadosamente y sin pompa alguna a la Basílica Vaticana para recibir en ella el debido homenaje. Antes de entrar en la Basílica, permaneció unos instantes ante la fachada del templo, donde los sediarios lo giraron y mostraron a los fieles presentes en la plaza para venerarlo, muchos de los cuales empezaron a invocar entre lágrimas el nombre de Juan Pablo II. Seguidamente, fue introducido en la Basílica y depositado ante el baldaquino de Bernini. Allí el cardenal Camarlengo presidió una liturgia de la Palabra, concluida la cual comenzaron las visitas al cuerpo del Romano Pontífice.
  • Durante cinco días, más de tres millones de personas desfilaron ante el difunto Pontífice. Debido a tan imponente afluencia de fieles, durante esos días la Basílica Vaticana permaneció abierta desde las seis de la mañana hasta la doce de la noche.
  • El maestro de las Ceremonias Litúrgicas Pontificias impartió las siguientes instrucciones para la celebración de la misa de exequias: Precederá a la misa de exequias del Romano Pontífice el depósito del cuerpo del difunto Pontífice en el féretro. Presidirá dicha ceremonia, el viernes 8 de abril de 2005 a las 7,30 horas, en la Basílica Vaticana, el señor cardenal Eduardo Martínez Somalo, Camarlengo de la Santa Romana Iglesia.
  • Tras la misa de exequias, la “Ultima Commendatio” y la “Valedictio”, tendrá lugar en la Cripta vaticana la ceremonia de inhumación, presidida por el cardenal Camarlengo.
  • Misa de exequias. Antes de la misa de exequias, el cadáver del difunto Pontífice fue depositado en el féretro, que fue sellado en presencia del cardenal Camarlengo, los prefectos de los órdenes cardenalicios, el cardenal Arcipreste de la Basílica Vaticana, el cardenal ex secretario de Estado, el cardenal vicario para la diócesis de Roma, el sustituto de la Secretaría de Estado, el prefecto de la Casa Pontificia, el limosnero del Sumo Pontífice, el vicecamarlengo, los representantes de los canónigos de San Pedro, el secretario del Santo Padre y los familiares del difunto Pontífice. El maestro de las Celebraciones Litúrgicas dio lectura al «Rogito». Además, el propio maestro y el Secretario del Sumo Pontífice cubrieron el rostro del difunto Pontífice con un velo de seda blanca. Seguidamente, el cardenal Camarlengo asperjó el cadáver con agua bendita. Por último, el mismo maestro colocó en el féretro una bolsa con algunas medallas acuñadas durante el pontificado del difunto Santo Padre junto con un tubo que contenía el Rogito, provisto del sello de la Oficina de las Celebraciones Litúrgicas del Sumo Pontífice. La misa de exequias fue concelebrada en la zona más elevada de la Plaza de San Pedro por el eminentísimo señor cardenal Joseph Ratzinger, decano, ante el cadáver del Sumo Pontífice, junto con los eminentísimos señores cardenales. Flanqueaban el altar un número extraordinario de delegaciones de naciones y de organizaciones internacionales, arzobispos y obispos, delegados de las demás Iglesias y Comunidades eclesiales y amigos personales del Sumo Pontífice.
 
Numerosísimos sacerdotes y fieles abarrotaban la amplísima plaza llorando y rezando, al tiempo que otros, debido a la gran afluencia de gente, seguían la ceremonia reunidos en varios puntos de la ciudad con la ayuda de pantallas gigantes expresamente dispuestas para la ocasión. Tras la lectura del Evangelio, el decano del Sacro Colegio pronunció la homilía.
 
Una vez efectuada la súplica especial de las Iglesias orientales, se pronunció el último saludo. Tras ello, los restos morales del Sumo Pontífice fueron trasladados nuevamente al interior de la Basílica Vaticana e inhumados en la Cripta cerca de la tumba de San Pedro y en el mismo lugar donde estuvo enterrado el cuerpo del beato Juan XXIII. El cardenal Eduardo Martínez Somalo, Camarlengo de la Santa Romana Iglesia, dirigió en la Basílica de San Pedro la Tercera Estación ante el sepulcro de Juan Pablo II.
 
Una vez concluida la inhumación, el notario del Cabildo de la Basílica Vaticana, el reverendísimo monseñor Tommaso Giussani, redactó el acta auténtica de la inhumación y la leyó a los presentes.



 

[1] El libro está escrito por varios autores: el cardenal-arzobispo de Cracovia (Polonia)Stanislaw Dziwisz, que fue secretario personal de Juan Pablo II; Czeslaw Drazek, sacerdote jesuita, encargado de la edición polaca de “L’Osservatore Romano”; Renato Buzzonetti fue el médico personal de Juan Pablo II y Monseñor Angelo Comastri.
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