Lunes, 25 de noviembre de 2024

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Del porqué de que la Reina vistiera de blanco ayer, en el "Día de los cuatro Papas"

por En cuerpo y alma

 

            Los que hayan tenido la oportunidad de seguir ayer de cerca lo que la prensa ha dado en llamar con gran acierto “el Día de los cuatro Papas” en el que dos de ellos oficiaban la canonización de otros dos, habrán observado lo guapa que estaba la Reina de España, vestida toda de blanco como una novia, con una preciosa mantilla igualmente blanca. Y algunos tal vez hasta se hayan preguntado si aquello era meramente casual, o si existía alguna razón más allá de la mera estética para que la Reina acudiera a semejante ceremonia ataviada de semejante guisa.
 
            Pues bien, se trata más bien de lo segundo, ya que si la Reina Sofía pudo acudir a la espectacular ceremonia ataviada como lo hizo, ello es así en virtud de lo que se conoce como el “Privilège du blanc”, el “Privilegio del blanco”, que cabe definir como aquél por virtud del cual, una serie de personas tasadas, contrariando lo que el protocolo general establece sobre la vestimenta que se ha de portar ante el Santo Padre, pueden presentarse ante él vestidas de blanco y con mantilla blanca. Algo para lo esas personas deben cumplir con un doble requisito: ser reinas y pertenecer a una monarquía de las establecidas como católicas.
 
            En otras palabras, el estricto y reducido “Privilège du blanc” no ampara ni a las primeras damas por muy católico que sea el país, (v.gr. la esposa del Presidente de Austria o de Portugal), ni a las reinas de una monarquía no católica (v.gr. la Reina de Inglaterra), aun cuando ellas mismas pudieran serlo a título personal (caso de la Reina Máxima, reina católica de una monarquía no católica como es la holandesa).
 
            Un privilegio que, establecidas las anteriores premisas, recae hoy día sobre apenas dos personas (vea la preciosa foto debajo tomada durante la coronación de Juan Pablo I en 1978): la Reina de España y la Reina de Bélgica. Todo lo cual no obsta para que el privilegio recayera en tiempos sobre otras soberanas, como la Emperatriz de Austria (vale decir del Sacro Imperio Romano Germánico y su sucesor el Imperio Austro-Húngaro), la Reina de Italia, la Reina de Portugal, la Reina de Baviera, etc.
 
 
 
            Es, en todo caso, un privilegio otorgado por la Santa Sede y, como tal, susceptible de excepciones determinadas también por la Santa Sede, como es el caso de la visita que en 2013 realizara la Princesa Marina de Nápoles, de la casa real (no reinante) de Saboya, o la que el 12 de enero de 2013 giró la casa gobernante monegasca, en la que la Princesa Cherlène de Mónaco pudo presentarse ante el Papa vestida igualmente de blanco, según señaló expresamente entonces la Oficina de Prensa Vaticana: “de acuerdo con el protocolo prescrito por el Vaticano para soberanos católicos, la princesa fue autorizada a vestir de blanco”. También ha visitado de blanco al Papa la Gran Duquesa Maria Teresa de Luxemburgo, sin que podamos afirmar si lo hizo por un derecho nato que la equipararía a las reinas de España y Bélgica, o por una excepción similar a aquéllas a las que se acogieron Charlène de Mónaco o Marina de Nápoles.
 
            En cuanto al origen del privilegio, es difícil establecer nada. En un artículo de 24 de abril de 2005, en el suplemento “Crónica” del diario “El Mundo”, Jaime Peñafiel aseguraba haber interrogado al respecto a la Nunciatura Apostólica en Madrid, a Paloma Gómez Borrero, a la Zarzuela, sin que ninguno pudiera aportarle pista alguna, y que sólo “un monseñor de la curia vaticana”, a quien no cita, acertó a decirle que según él creía, se trataba de un privilegio concedido por el Papa León XIII a la Reina Victoria Eugenia de España, esposa de Alfonso XIII, si bien otro se remontaba aún más lejos a la persona de María Luisa de Parma, esposa de Carlos IV, también de España (otras fuentes remontan el privilegio, siempre sin explicar nada sobre él, a tiempos tan remotoso como el s. XVI). Algo que, de alguna manera, contribuía a corroborar la embajada española en Roma, cuyo titular era entonces Jorge Dezcallar, a la que también se dirigió Peñafiel, cuando le dijeron que, según creían, en origen se habría tratado de un privilegio a la Corona española, del que después se habrían beneficiado por extensión las demás casas reinantes católicas.
 
            Esta es una columna abierta, como saben bien los que acceden a ella con cierta asiduidad, así que si alguien puede aportar alguna información adicional a lo ya dicho, será un placer acoger su aportación, que puede hacer o bien abajo en la caseta de comentarios, o incluso dirigiéndose a mí en el correo electrónico que se aporta junto a la firma.
 
 
            ©L.A.
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