Sábado, 23 de noviembre de 2024

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San Juan Pablo II (10)

por Victor in vínculis

15. EL ÁRBOL DE LA PLAZA DE SAN PEDRO
 
El 19 de diciembre de 1988 el Papa Juan Pablo II afirmaba ante una delegación alemana de Bad Säckingen, que había regalado ese año el árbol de Navidad de la Plaza de San Pedro:
 
Cuando, en los días pasados, contemplé la plaza de San Pedro desde la ventana de mi despacho, el árbol de Navidad suscitó en mí reflexiones espirituales. Ya en mi país amaba los árboles. Cuando los vemos comienzan a hablar. Un poeta alemán veía en los árboles predicadores eficaces: “No imparten enseñanzas o recetas, anuncian la ley fundamental de la vida”.


 
Con su florecimiento en primavera, su madurez en verano, sus frutos en otoño y su muerte en invierno, el árbol nos habla del misterio de la vida. Por este motivo, ya desde los tiempos antiguos, los hombres recurrieron a la imagen del árbol para referirse a las cuestiones fundamentales de la vida.
 
Por desgracia, en nuestra época el árbol es también un espejo elocuente de la forma en que el hombre a veces trata el medio ambiente, la creación de Dios. Los árboles que mueren son una constatación callada de que existen personas que evidentemente no consideran un don ni la vida ni la creación, sino que sólo buscan su beneficio. Poco a poco resulta claro que donde los árboles se secan, al final el hombre sale perdiendo.
 
Al igual que los árboles, también los hombres necesitan raíces profundas, pues sólo quien está profundamente arraigado en una tierra fértil puede permanecer firme. Puede extenderse por la superficie, para tomar la luz del sol y al mismo tiempo resistir al viento, que lo sacude. Por el contrario, la existencia de quien cree que puede renunciar a esta base queda siempre en el aire, por tener raíces poco profundas.
 
La Sagrada Escritura cita el fundamento sobre el que debemos enraizar nuestra vida para poder permanecer firmes. El apóstol San Pablo nos da un buen consejo: “Estad bien arraigados y fundados en Jesucristo, firmes en la fe, como se os ha enseñado” (cf. Col 2,7).
 
El árbol colocado en la plaza de San Pedro orienta mi pensamiento también en otra dirección: lo habéis puesto cerca del belén y lo habéis adornado. ¿No impulsa a pensar en el paraíso, en el árbol de la vida y también en el árbol del conocimiento del bien y del mal? Con el nacimiento del Hijo de Dios comenzó una nueva creación. El primer Adán quiso ser como Dios y comió del árbol del conocimiento. Jesucristo, el nuevo Adán, era Dios; a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos (cf. Flp 2,6ss): desde el nacimiento hasta la muerte, desde el pesebre hasta la cruz. El árbol del paraíso trajo la muerte; del árbol de la cruz surgió la vida. Así pues, el árbol está cerca del belén e indica precisamente la cruz, el árbol de la vida”.
 
 
16. EL DOLOR SALVADOR DE LOS ENFERMOS
 
Hace unos años, durante una peregrinación a Fátima, tuve ocasión de conocer al cardenal Andrzej María Deskur, Presidente emérito del Pontificio Consejo de las Comunicaciones Sociales. Se cuenta que al día siguiente del comienzo de su Pontificado, Juan Pablo II salió del Vaticano para visitar a su amigo Monseñor Deskur, obispo polaco con el que tenía una estrecha amistad desde los tiempos del seminario clandestino en Cracovia, y que se encontraba en coma profundo en la clínica Gemelli, de Roma. Joaquín Navarro Valls narró esa visita.
 
El Papa entró solo en la habitación del enfermo. Salió veinte minutos después. Sus ojos brillaban ligeramente.



Aquel día se reunió con un grupito de enfermos en una de las salas del hospital, y les dirigió unas palabras llenas de afecto:
 
Vosotros, los enfermos, sois muy poderosos; como Jesús en la Cruz. Me encomiendo a vuestras oraciones. Utilizad este gran poder que tenéis para el bien de la Iglesia y de vuestras familias, de toda la Humanidad. ¡Podéis tanto, tanto…!
 
Muchas veces, a lo largo de todos los años de su Pontificado, se le vio como decía al oído de alguien que padecía una enfermedad: Te encomiendo la Iglesia. O bien: Te encomiendo la conversión del mundo… 
 
Seis meses después de su histórica  peregrinación al Santuario francés de Lourdes, Juan Pablo II publicó una carta sobre el sentido cristiano del sufrimiento (“Salvifici  doloris”). Era el 11 de febrero de 1984. Al año siguiente, también en el día de la Virgen de Lourdes, creó el Consejo Pontificio para la Pastoral de los Servicios de la Salud (1985). Y el 13 de mayo de 1992, aniversario del atentado del que él mismo fue víctima, dio a la fiesta de Nuestra Señora de Lourdes una inmensa trascendencia, una nueva dimensión, anunciando que fijaba en el siguiente 11 de febrero, la primera Jornada Mundial del Enfermo. Y así, desde 1993, en cada etapa anual dicha jornada sale a la luz con mayor fuerza en un gran Santuario Mariano del mundo.


 
         Esto fue preparación de lo que luego a él mismo le toco vivir. Juan Pablo II no hizo nada por ocultar ni su enfermedad ni su vejez. Al contrario: decidió mostrarla, exhibirla, con todo su dolor.
 
14 de agosto de 2004. Juan Pablo II, casi ocho meses antes de su muerte, el sábado 14 de agosto de 2004, fue peregrino entre los peregrinos de Lourdes. El Papa cumplía con los gestos tradicionales de los casi seis millones de personas que todos los años visitan el Santuario de Nuestra Señora de Lourdes. Participó junto a unas cien mil personas en una inédita meditación itinerante de los misterios luminosos del Rosario, que él mismo propuso a la contemplación de la Iglesia durante el año mariano celebrado con motivo del vigésimo quinto aniversario de su pontificado.


 
A bordo del papamóvil, el obispo de Roma se acercó a cinco lugares simbólicos de Lourdes, uno en cada misterio, en donde se encontraban grupos representativos de peregrinos.
 
  • La procesión comenzó en el lugar más característico de Lourdes, las piscinas, en las que por ejemplo el año anterior,  en 2003, 380.413 peregrinos se sumergieron en respuesta a la petición expresada por la Virgen a Bernadette Soubirous el 28 de febrero de 1858: «Bebed del manantial y bañaos en él». «Al arrodillarme aquí, ante la Gruta de Massabielle, siento con emoción que he llegado a la meta de mi peregrinación. Esta gruta, en la que se apareció María, es el corazón de Lourdes», dijo el Pontífice en su intervención de introducción.
  • El segundo misterio se celebró en la Tienda de la Adoración, que se erigió en 2001 en la Pradera ante la Gruta, donde esperaban al Papa en oración los jóvenes.
  • El tercer misterio tuvo lugar ante la iglesia de Santa Bernadette, situada en el lugar aproximado en el que la muchacha recibió la primera aparición de la Virgen. En este lugar, junto al Papa, rezaron los enfermos.
  • El cuarto misterio de la luz se revivió ante la estatua de san Juan María Vianney, más conocido como el Cura de Ars, en la capilla de la Reconciliación. Acompañaron la oración del Santo Padre los sacerdotes y obispos presentes.
  • La meditación itinerante acabó con el quinto misterio ante el atrio de la Basílica de Nuestra Señora del Rosario. El Rosario concluyó con una oración que el Papa compuso encomendándose a la intercesión de la Virgen María, en la que le pidió «permanecer contigo junto a las innumerables cruces en las que tu Hijo todavía está crucificado».
 
La jornada del sábado concluyó en la noche con la «procesión de las antorchas» desde la Gruta de las Apariciones hasta la Basílica de Lourdes, que el sucesor del apóstol Pedro siguió desde la terraza de la Residencia de Nuestra Señora, en la que descansó esa noche.
 

17. EL VERANO DE 1991
 
Nunca olvidaré aquella soleada mañana. Era el 15 de agosto, solemnidad de la Asunción de la Virgen María. Un grupo de familias, del personal que atiende las instalaciones del Santuario, estaba esperando el paso de Juan Pablo II que, a pesar del cansancio de la jornada, les iría saludando uno a uno. Todo estaba en calma. Entré en la Capilla para despedirme de la Virgen. Días antes habíamos visitado y celebrado la misa en la Basílica; sin embargo, ahora todo parecía diferente. El silencio facilitaba el encuentro.
 
El icono de la Virgen de Czestochowa fue salvajemente profanado por una banda de ladrones que, el 14 de abril de 1430, asaltaron y saquearon el Monasterio de Jasna Gora. La Milagrosa Imagen tuvo que ser totalmente restaurada, aunque, en su hermoso rostro, quedaron visibles las huellas de las cuchilladas para recordar el bárbaro[1]. En aquel Santuario se respira, como en toda Polonia, la presencia y el amor de Dios. Sus habitantes son tan acogedores que no hay más remedio que amarlos.
 
Sí, el silencio facilitaba el encuentro... El rostro de la Virgen de Czestochowa es el rostro de Polonia. Es un rostro que refleja serenidad. La serenidad y el amor de una Madre. Pero a la vez refleja sufrimiento. El dolor de la Madre que sufre con los padecimientos de sus hijos. Y no tan solo de sus hijos predilectos, los polacos; no, con el sufrimiento de todos sus hijos, de todos los hombres... también de los cerca de cuatro millones de presos que fueron exterminados por asfixia en las cámaras de gas del cercano campo de concentración de Oswieçim (Auschwitz). También de su hijo predilecto, el padre Maximiliano Kolbe, asesinado el 14 de agosto de 1941, hacía exactamente cincuenta años.
 
Allí arrodillado, ante la Virgen Negra de Jasna Gora, fueron pasando las escenas de todos aquellos días...

 
 
         Aquel verano de 1991 viajé a Polonia, como tantos jóvenes, para participar en el encuentro al que nos había convocado el Papa, los días 14 y 15 de agosto en Czestochowa. El encuentro con Juan Pablo II reunió a más de dos millones de jóvenes: la mayoría, jóvenes de la Iglesia del Este...
 
Esta VI Jornada Mundial de la Juventud -comentaba el Papa- se distingue por una     característica particular: es la primera vez que se registra una participación tan numerosa de jóvenes de Europa Oriental.
 
¿Cómo no descubrir en esto un gran don del Espíritu Santo? Quiero darle las gracias junto con vosotros. Tras ese largo período en que prácticamente no se podían cruzar las fronteras, la Iglesia en Europa puede respirar ahora libremente con sus dos pulmones[2].
 
Los jóvenes rusos, llegados incluso de la lejana Siberia, no podían imaginarse que mientras escuchaban esas alentadoras palabras del Papa Juan Pablo II, su país se encontraba en vísperas de un golpe militar...
 
Aquel verano en Polonia nos puso a todos en contacto con la realidad de la Europa del Este.


 
 

[1] El libro del escritor polaco Jan Dobraczynski, Encuentros con la Señora (Madrid 1989) nos da a conocer la historia del Santo Icono de la Virgen de Czestochowa a partir de la reconstrucción de una serie de encuentros entre la Virgen Negra y personajes históricos polacos. Esta hermosa obra relata “la poderosa influencia que –según afirmaba el Cardenal Wyszynski- la Virgen de Jasna Gora ha ejercido y sigue ejerciendo en la formación espiritual de los polacos, tanto de los humildes como de los poderosos”.
 
[2] Homilía durante la misa celebrada en el Santuario de la Madre de Dios en Czestochowa el 15 de agosto de 1991. Publicado por L´Osservatore Romano, 16 agosto 1991 (nº 1181).
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