Viernes, 29 de marzo de 2024

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Al amanecer, Jesús estaba en la orilla. Benedicto XVI

Al amanecer, Jesús estaba en la orilla. Benedicto XVI

por La divina proporción

Para el ser humano postmoderno que vive inmerso en pleno siglo XXI, la resurrección resulta bastante complicada de comprender. Muchos se preguntas si es una historia o un cuento. Algunos encuentran en el relato algún elemento simbólico, pero el relativismo le lleva a pensar en que cada cual puede interpretar el simbolismo como desee. Otros se centran en el relato y buscan qué hay de común con otros relatos similares, quedándose en las puertas del acceso la Misterio. ¿Hemos dicho Misterio? 
 

Los antiguos llamaban misterio a aquello que no podía se comprendido completamente y por lo tanto, necesitaba de una representación simbólica para poder ser transmitido. Los sacramentos se llamaban misterios, ya que no podemos llegar a comprender todo lo que hay en ellos, aunque la mística pueda llegar a cierta profundidad. La resurrección es un Misterio y por ello necesitamos aproximarnos de forma cauta y humilde: 

Pero resurrección, ¿qué es? No entra en el ámbito de nuestra experiencia y, así, el mensaje muchas veces nos parece en cierto modo incomprensible, como una cosa del pasado. La Iglesia trata de hacérnoslo comprender traduciendo este acontecimiento misterioso al lenguaje de los símbolos, en los que podemos contemplar de alguna manera este acontecimiento sobrecogedor. En la Vigilia Pascual nos indica el sentido de este día especialmente mediante tres símbolos: la luz, el agua y el canto nuevo, el Aleluya. 

Primero la luz. La creación de Dios —lo acabamos de escuchar en el relato bíblico— comienza con la expresión: “Que exista la luz” (Gn 1,3). Donde hay luz, nace la vida, el caos puede transformarse en cosmos. En el mensaje bíblico, la luz es la imagen más inmediata de Dios: Él es todo Luminosidad, Vida, Verdad, Luz. En la Vigilia Pascual, la Iglesia lee la narración de la creación como profecía. En la resurrección se realiza del  modo más sublime lo que este texto describe como el principio de todas las cosas. Dios dice de nuevo: “Que exista la luz”. La resurrección de Jesús es un estallido de luz. Se supera la muerte, el sepulcro se abre de par en par. El Resucitado mismo es Luz, la luz del mundo. Con la resurrección, el día de Dios entra en la noche de la historia. A partir de la resurrección, la luz de Dios se difunde en el mundo y en la historia. Se hace de día. Sólo esta Luz, Jesucristo, es la luz verdadera, más que el fenómeno físico de luz. Él es la pura Luz: Dios mismo, que hace surgir una nueva creación en aquella antigua, y transforma el caos en cosmos. (Benedicto XVI. Homilía de la vigilia pascual, 11/04/2009) 

¿Qué es para nosotros la resurrección de Cristo? Ya no se trata de decir lo que dicen otros de Cristo, sino que Cristo nos lo pregunta a nosotros. ¿Podremos dar testimonio vivo de este maravilloso acontecimiento? ¿Quién puede hacerlo por sí sólo? Nadie. 

Igual que cuando Cristo preguntó a los Apóstoles, quién decian que era El. La resurrección no lleva a confesar hasta dónde llega nuestra Fe. Sólo Pedro fue capaz de decir que Cristo era el Hijo de Dios vivo, pero estas palabras no fueron obra directa de Pedro, sino de Dios. 

Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque esto no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos. (Mt 16, 17) 

Sólo Dios nos puede iluminar para acceder a la Verdad y dar testimonio de lo que hemos vivido. El encuentro personal con Cristo es lo que nos permite dar testimonio de su resurrección. Sólo este encuentro real permite entrever por el desgarrado Velo del Templo y hacernos una idea de lo que significa para nosotros que Cristo esté vivo. 

Mientras no recibamos este don del Padre, quizás deberíamos acercarnos a los Misterios más cercanos a nosotros: los sacramentos y esperar que, a través de ellos, nos sea posible encontrarnos con el Señor.

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