No entiendo a los abortistas
Quiéranlo o no, todo aborto provocado es un crimen, en el que se mata al ser más indefenso y débil de la cadena humana. ¿Cómo, pues, puede haber sectores políticos que se empecinen en la legalización del aborto? ¿Acaso no saben que en cada aborto violento se ejecuta a una personita de nuestra propia especie?
No entiendo, ni creo que lo voy a entender nunca, la saña, el furor de los abortistas en defender el “derecho” al aborto, por mor de no sé qué clase de libertad de la mujer para decidir sobre su propio cuerpo. Bueno, si se tratara únicamente del cuerpo propio, pues allá cada “cuala” con el destino que quiera dar a sus chichas, como si quiere convertirlas en hamburguesas para antropófagos, pero está claro desde todos los puntos de vista que se considere el tema, especialmente desde el punto de vista científico, que lo que la mujer anida en su seno, desde el momento de la concepción, no es cuerpo suyo, sino el cuerpo de otro ser humano, de una criatura nueva, sobre la cual la madre no tiene derecho absoluto alguno, y menos el derecho a matarlo.
Esto es tan obvio, tan elemental, que parece necio tener que recordarlo, pero tal como están las cosas, los defensores de la vida, a los que nos asiste la ciencia y la razón, estamos obligados a repetirlo una y otra vez, y tantas otras cuantas sea necesario para hacer frente a la ofensiva abortista, basada en la mentira y la iniquidad.
En todas partes, para conseguir la aprobación parlamentaria de las leyes abortistas –como se hizo en España con la ley de Ernesto Lluch de 1985-, se recurre a la falacia de los miles, de las decenas de miles de abortos clandestinos que según los abortistas se realizan en el país víctima de la ofensiva. Pero yo me digo, ya me dije entonces, si son clandestinos, ¿cómo saben que suman tantos y cuantos miles? Aquí, en Uruguay o en la Luna. Y si los abortistas conocen el número, es que no son tan clandestinos. O sea que se inventan trolas y cifras imposibles de verificar para justificar lo injustificable.
Quiéranlo o no, todo aborto provocado es un crimen, en el que se mata al ser más indefenso y débil de la cadena humana. ¿Cómo, pues, puede haber sectores políticos que se empecinen en la legalización del aborto? ¿Acaso no saben que en cada aborto violento se ejecuta a una personita de nuestra propia especie? Tienen que saberlo, necesariamente tienen que saberlo aunque miren a otro lado o se hagan cómplices del más perverso de los negocios médicos.
Mi mujer, que era fervorosa militante pro-vida, tuvo un tiempo un pequeño negocio de arbolario y floristería en la zona de la calle del General Yagüe de Madrid, cerca de la tristemente célebre clínica abortista Dátor. Al lado de la tienda suya existía una carnicería, a la que una vez por semana pasaba un furgón refrigerado a recoger los despojos cárnicos para dedicarlos a la elaboración de piensos. Lo mismo que hacía otro furgón en el abortorio Dátor, pero éste ya no era ni refrigerado ni para piensos, sino de una funeraria. ¿Por qué una funeraria?, preguntaba mi mujer a quien quisiera escucharla. ¿Por qué los retiraban para incinerarlos como se hace con los cadáveres?
Insisto, no entiendo a los abortistas. No entiendo su empeño, como nuevos Herodes, en matar a santos inocentes. ¿Para complacer a la ideología de género? Esa ideología sectaria y esterilizante remedo de la lucha de clases. Siempre la lucha de unos grupos humanos contra. Es el marxismo en su versión feminista. Lo ha repetido Rubalcaba en el debate del Estado de la Nación, alegando una vez más el estribillo que el PP quiere quitar el derecho de la mujer a decidir sobre su cuerpo a fin de complacer a la derecha más reaccionaria que, según el líder socialista, apoya electoralmente a los “peperos”. Para el señor Rubalcaba –y con él la izquierda en general y muchos tontos útiles- todo se reduce al juego maniqueo de derechas e izquierdas, como si no se tratara de una cuestión de vida o muerte, de exterminio de los débiles. ¿Tan duro tienen el corazón para no comprender algo tan evidente? No lo entiendo, no lo entenderé nunca. Pero si hay muchas manera de evitar los embarazos. En su mayoría bastante indecentes, todo hay que decirlo. Pero la indecencia todavía no es un crimen, el aborto, en cambio, sí.
PS.- Para afirmar el derecho a vivir, hay que participar en las manifestaciones en defensa de la vida programadas para el domingo, 23 de marzo, en diversas ciudades españolas (en Madrid a las 12 del mediodía desde Cibeles a Sol). No podemos faltar nadie.
Esto es tan obvio, tan elemental, que parece necio tener que recordarlo, pero tal como están las cosas, los defensores de la vida, a los que nos asiste la ciencia y la razón, estamos obligados a repetirlo una y otra vez, y tantas otras cuantas sea necesario para hacer frente a la ofensiva abortista, basada en la mentira y la iniquidad.
En todas partes, para conseguir la aprobación parlamentaria de las leyes abortistas –como se hizo en España con la ley de Ernesto Lluch de 1985-, se recurre a la falacia de los miles, de las decenas de miles de abortos clandestinos que según los abortistas se realizan en el país víctima de la ofensiva. Pero yo me digo, ya me dije entonces, si son clandestinos, ¿cómo saben que suman tantos y cuantos miles? Aquí, en Uruguay o en la Luna. Y si los abortistas conocen el número, es que no son tan clandestinos. O sea que se inventan trolas y cifras imposibles de verificar para justificar lo injustificable.
Quiéranlo o no, todo aborto provocado es un crimen, en el que se mata al ser más indefenso y débil de la cadena humana. ¿Cómo, pues, puede haber sectores políticos que se empecinen en la legalización del aborto? ¿Acaso no saben que en cada aborto violento se ejecuta a una personita de nuestra propia especie? Tienen que saberlo, necesariamente tienen que saberlo aunque miren a otro lado o se hagan cómplices del más perverso de los negocios médicos.
Mi mujer, que era fervorosa militante pro-vida, tuvo un tiempo un pequeño negocio de arbolario y floristería en la zona de la calle del General Yagüe de Madrid, cerca de la tristemente célebre clínica abortista Dátor. Al lado de la tienda suya existía una carnicería, a la que una vez por semana pasaba un furgón refrigerado a recoger los despojos cárnicos para dedicarlos a la elaboración de piensos. Lo mismo que hacía otro furgón en el abortorio Dátor, pero éste ya no era ni refrigerado ni para piensos, sino de una funeraria. ¿Por qué una funeraria?, preguntaba mi mujer a quien quisiera escucharla. ¿Por qué los retiraban para incinerarlos como se hace con los cadáveres?
Insisto, no entiendo a los abortistas. No entiendo su empeño, como nuevos Herodes, en matar a santos inocentes. ¿Para complacer a la ideología de género? Esa ideología sectaria y esterilizante remedo de la lucha de clases. Siempre la lucha de unos grupos humanos contra. Es el marxismo en su versión feminista. Lo ha repetido Rubalcaba en el debate del Estado de la Nación, alegando una vez más el estribillo que el PP quiere quitar el derecho de la mujer a decidir sobre su cuerpo a fin de complacer a la derecha más reaccionaria que, según el líder socialista, apoya electoralmente a los “peperos”. Para el señor Rubalcaba –y con él la izquierda en general y muchos tontos útiles- todo se reduce al juego maniqueo de derechas e izquierdas, como si no se tratara de una cuestión de vida o muerte, de exterminio de los débiles. ¿Tan duro tienen el corazón para no comprender algo tan evidente? No lo entiendo, no lo entenderé nunca. Pero si hay muchas manera de evitar los embarazos. En su mayoría bastante indecentes, todo hay que decirlo. Pero la indecencia todavía no es un crimen, el aborto, en cambio, sí.
PS.- Para afirmar el derecho a vivir, hay que participar en las manifestaciones en defensa de la vida programadas para el domingo, 23 de marzo, en diversas ciudades españolas (en Madrid a las 12 del mediodía desde Cibeles a Sol). No podemos faltar nadie.
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