Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Ácido úrico


¿Qué están haciendo estos pastores? ¿Qué los colegios religiosos? ¿Cómo es su pastoral vocacional? ¿Y su apostolado entre los jóvenes? ¿Están apoyando o entorpeciendo la labor de los movimientos más pujantes? ¿Se están dejando la piel en dar testimonio, en anunciar el Evangelio, en innovaciones pastorales, en la oración?

por José Antonio Méndez

Estos días estoy en un sinvivir. Hace unas semanas pasé por un proceso vírico que me dejó en cama un par de días. A pesar de mi pereza habitual para pisar la consulta del médico, en un esfuerzo heroico de disciplina familiar (mi madre y mi novia no paraban de decirme que fuera), por fin me puse en manos de la Ciencia. Aprovechando que el Pisuerga pasa por Valladolid, y después de recetarme algo para acabar con la tos que me acosaba (y que, por cierto, sigue conmigo), el doctor me mandó hacerme unos análisis. Algo rutinario, sin importancia, un simple chequeo. Pero con los resultados llegó el soponcio. A pesar de mi mocedad, y de que mi nómina no me da para excesos de mariscos y solomillos, tengo alto el ácido úrico. Esto es, que el riesgo de gota es inminente. Sudores, angustias, hipocondría, escalofríos. Enterarme y buscar por Internet el por qué de esta anomalía fue todo uno. Causas, consecuencias, remedios, tratamientos… en dos tardes me he hecho todo un experto en el ácido úrico. A pesar de que ya he empezado a controlar mi dieta y a beber más agua que los peces del villancico, en unos días vuelvo a ir al médico con el firme propósito de hacerle caso. Antes de que el lector se pregunte que a qué viene esta publicidad de mi estado de salud, le pregunto yo: ¿Cree normal que ante un diagnóstico preocupante, servidor haya tomado medidas y se haya puesto en manos competentes para solucionarlo? “Pues claro”, se dirá el lector sagaz. Ahora, lanzo la misma pregunta a los obispos de Vitoria, Barcelona, Calahorra, Bilbao, Salamanca, Sigüenza, Barbastro, Ciudad Rodrigo, Gerona, Guadix, Ibiza, Zamora, Lérida, Menorca y Sant-Feliú. Ellos, como pastores míos que son, seguro que asienten, y puede que incluso me recomienden a un buen médico. Por pura lógica, por humanidad, por sensibilidad hacia mi futuro, me recomendarían que pusiera las medidas oportunas para evitar que enferme de gravedad. Hoy, sin embargo, hay un diagnóstico mucho más preocupante para el futuro de España y de la Iglesia española que la subida de mi ácido úrico: la falta de vocaciones y la ausencia de jóvenes en la vida de la Iglesia. Aspectos ambos en los que, según los datos de la CEE, estas diócesis exhiben una anemia alarmante, muy superior a la del resto de España. Un par de ejemplos: Ninguna de estas diócesis ha tenido nuevos seminaristas en el curso que termina. Si exceptuamos a Barcelona, entre todas las citadas (14), suman los mismos seminaristas que Tenerife y Almería juntas. Desde la Deleju barcelonesa no se envía a ningún joven a la JMJ de Sidney. En La Rioja, las tres provincias vascas, Cataluña y Baleares sólo hay un seminarista por cada cien mil habitantes (la media española es de uno por cada 34.000); y basta un paseo por sus templos para comprobar que son pocos, muy pocos, los jóvenes comprometidos con Cristo y su Iglesia. ¿Qué están haciendo estos pastores? ¿Qué los colegios religiosos? ¿Cómo es su pastoral vocacional? ¿Y su apostolado entre los jóvenes? ¿Están apoyando o entorpeciendo la labor de los movimientos más pujantes? ¿Se están dejando la piel en dar testimonio, en anunciar el Evangelio, en innovaciones pastorales, en la oración? ¿O están volcados en cuestiones políticas, nacionalistas, filantrópicas y psicotrópicas? Si el diagnóstico es así de grave, ¿por qué no buscan remedio sin descanso? ¿Por qué no toman medidas de urgencia para renovar su pastoral social, vocacional y juvenil? Sus diócesis, queridos obispos –lo digo sin retintín–, están enfermas de gravedad. Si por mi ácido úrico me recomendarían medidas urgentes para evitar males mayores, ¿por qué no hacen lo mismo con su actividad pastoral? No lo demoren, no se crucen de brazos, no se resignen. Se lo pido como joven y como católico. Recuerden que cuando la Iglesia enferma, la sociedad agoniza.
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