Domingo, 24 de noviembre de 2024

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¡Que duro ser víctima del terrorismo en España!

por En cuerpo y alma

 
            El pasado sábado en la madrileña plaza de Colón, las víctimas españolas del terrorismo (aquéllas que pueden hacerlo, porque muchas de ellas ya no nos pueden convocar a nada), convocaban a los españoles una vez más… y van unas cuantas.

 
 
            Por desgracia, casi nunca lo hacen para que simplemente les demos testimonio de nuestro cariño y de nuestra cercanía, sino que bien al contrario, casi siempre lo tienen que hacer para quejarse de una nueva afrenta con la que desde la sociedad y desde el estado les hemos obsequiado.

            Probablemente, y sin probablemente, con toda seguridad, el peor momento por el que pasa una víctima es aquél por el que deja de no militar entre ellas para pasar a engrosar sus filas. Aquéllas a las que les toca la peor parte, perdiendo directamente la vida, a menudo tras una larga y penosa experiencia de cautiverio, de tortura física o psíquica, de amenazas, de aislamiento etc.. Las demás, perdiendo una parte del cuerpo, perdiendo a un hijo, a una hija, a un esposo, a una esposa, a un padre, a una madre, a un pariente, a un ser querido, o simplemente parte del patrimonio justamente ganado con el sudor de su frente.
 
            A partir de ahí, la sociedad, la sociedad española en este caso, podría optar por hacerles la vida más fácil y compensarles su sacrificio, cosa que, aunque de manera insuficiente porque no hay forma humana de compensar la pérdida de cuánto hemos enumerado arriba, se puede hacer mediante dos instrumentos y sólo dos: justicia y reconocimiento.
 
            Pues bien, entre las muchas cosas que junto a otras que hemos hecho bien, hemos hecho mal los españoles en el proceso que la historia da en llamar Transición, una destacará en la historia por encima de las demás: la cicatería, la miseria, la ruindad con la que hemos compensado el inmenso sacrificio de nuestras muchas víctimas del terrorismo mediante los dos instrumentos de los que hablo… Porque ni les hemos expresado nuestro reconocimiento, ni les hemos aplicado justicia.
 
            Las pobres víctimas españolas del terrorismo han sufrido mucho más castigo del que la sola pérdida producida en el atentado reporta… ¡si sólo hubiera sido eso! Primero han sufrido la sospecha del “algo habrán hecho”. Luego el silencio miserable de los que les rodeaban. Luego el enterramiento por la puerta de atrás, a veces hasta sin funeral. Luego el olvido. Luego la exaltación de los terroristas por sus partidarios en un ambiente de absoluta impunidad. Luego el ensalzamiento de esos mismos terroristas por los autoconsiderados "buenos".
 

            Luego el tropel de personas no afectadas por los atentados que pretendían usurparles el perdón que sólo a ellas correspondía otorgar (pinche aquí si desea ver lo que al respecto escribí en su día). Luego la liberación de sus agresores. Luego su exaltación a los puestos de gobierno. Y finalmente, la cesión casi absoluta por parte del estado a las exigencias de los terroristas arma en mano, unas exigencias de las que por cierto se han beneficiado muchos que no tiraban los tiros -¿se acuerdan Vds. del hermoso símil del árbol que unos movían y las nueces que otros recogían, tan representativo y certero de lo ocurrido en nuestro país?-, convirtiendo así el sacrificio de las víctimas en estéril, cuando no en ridículo. ¿Cómo explicarle a la familia Blanco, que vio asesinar a su hijo Miguel Angel por no ceder al chantaje terrorista que exigía el acercamiento de los presos al País Vasco, que hoy no es que se los acerque, es que chiquitean por los bares sin haber cumplido ni la décima parte de las condenas que les fueron impuestas, mientras sus cómplices se enseñorean de los ayuntamientos vascos y administran miles de millones de euros?
 
            Los españoles de mi generación, de manera individual muchos, de manera colectiva todos -como españoles que somos aún aquéllos que reniegan de serlo-, habremos de rendir cuentas ante la historia por la incomprensión que hemos ofrecido a las víctimas del terrorismo, por nuestra mezquindad para con ellas, por la soledad en que les hemos dejado, por la justicia que no les hemos aplicado, por el reconocimiento que no les hemos dado y finalmente, por la cobardía con la que hemos actuado ante los terroristas y los muchos, demasiados, que se han colocado de su lado: unos con su colaboración, otros con su complicidad, otros con su simpatía, otros con su comprensión y muchos, demasiados, con su silencio.
 
 
            ©L.A.
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