Jueves, 26 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Caso Asunta: jurado popular condena segura


la muerte de Asunta tuvo que haber alguna causa subterránea, para que unos padres instruidos y en apariencia normales y acomodados, aunque profesionalmente no muy activos, matasen a la pobre niña de manera tan fría y premeditada

por Vicente Alejandro Guillamón

Opinión

La alevosa muerte de la niña compostelana de origen chino, Asunta Basterra Porto, a manos presuntamente de sus propios padres, ha conmocionado a la gente, no sólo de Santiago y de Galicia, sino de muchísimas personas del resto de España, entre las que me encuentro, razón por la que me ocupo del caso.

No alcanzo a entender los “motivos” que hayan podido tener estos padres, aunque fueran adoptivos, para matar a su hija única –matar a un ser humano, y muchísimo menos a un hijo, nunca tiene justificación- que además era muy lista y despierta, según suele ser bastante común en estas niñas traídas de China, como si pertenecieran a una raza superior o simplemente fueran bendecidas de modo especial por Dios para compensar su penoso origen de hijas repudiadas por sus progenitores biológicos o víctimas de un régimen despótico, que impide a las familias tener más de un descendiente preferentemente varón.

Me resulta por añadidura más extraño teniendo en cuenta lo que costaba en dinero, trámites y tiempo de espera, el adoptar, estos años atrás, una niña china. Ello requería una gran voluntad y considerable esfuerzo económico por parte de los padres para ver cumplido su ansiado deseo de tener por fin una hija propia. Ahora ni papeleo, ni meses de estresante espera ni dinero. China ha cerrado el grifo. Parece que prefiere el aborto antes que la dación en adopción de los niños “sobrantes”. De hecho como en España, donde se promueve oficialmente el aborto libre y se entorpece cuanto se puede la adopción plena. Un mundo enteramente al revés y moralmente repugnante, por mor del feminismo agresivo y otras zarandajas “proges” del mismo estilo.

Lo dicho no implica que la perversidad del caso tenga que ser visto por un jurado popular, un jurado de indocumentados jurídicos, como lo fue el caso de los dos niños de Córdoba, cuya sentencia final podía darse por sabida, como ocurrirá ahora, antes, incluso, de que empezara el juicio. ¿Cómo puede pedirse a un pequeño grupo de personas que se sustraigan a la emotividad general que han provocado los hechos para que juzguen con absoluta objetividad? Yo, desde luego, puesto en la tesitura de un jurado, sería incapaz de liberarme del impacto emocional que me producen estos casos, máxime cuando me considero iletrado en materias penales y renuente a juzgar conductas supuestamente criminales. Me atengo a la máxima evangélica: “no juzgues y no serás juzgado” (Lucas, 6-37), si bien comprendo que tenga que haber profesionales de la Justicia. Pero profesionales, no juzgadores improvisados y cazados tal vez por sorteo.

En todo caso resulta muy difícil formarse una opinión cabal de la conducta de nadie sin conocer los motivos reales que les inducen a cometer una atrocidad. Por consiguiente, es presumible en la muerte de Asunta tuvo que haber alguna causa subterránea, para que unos padres instruidos y en apariencia normales y acomodados, aunque profesionalmente no muy activos, matasen a la pobre niña de manera tan fría y premeditada, si se confirman la sospechas que han publicado los medios informativos. ¿Acaso Asunta llegó a deducir que la muerte súbita de los abuelo maternos, en tan poco espacio de tiempo uno del otro, de donde procedía la cuantiosas herencia de la madre, no fue por causas naturales? ¿Fueron realmente provocadas esas muertes?¿Tuvieron miedo los padres a que la mocita, cuando creciera, se fuera de la lengua? Es una hipótesis perfectamente verosímil. En último extremo es lógico que la gente se pregunte por qué pasó lo que pasó, y si el juicio, con jurado o sin él, no lo aclara, nos encontraremos de nuevo ante una sentencia fallida, sea la que sea la condena de los autores del crimen, como algunas muy sonadas que se han dado en los últimos tiempos. La gente, pese a todo, no ha perdido todavía el sentido de la Justicia ni el concepto de prójimo propio del espíritu cristiano.
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