La Iglesia es una -no «el propio grupo, la propia nación»-; chismorrear daña su unidad, dice el Papa
Dijo entre otras cosas, en italiano: “La Iglesia es una sola para todos. No hay una iglesia para los Europeos, una para los Africanos, una para los Americanos, una para los Asiáticos, una para quien vive en Oceanía, es la misma en todas partes. Es como en una familia: se puede estar lejos, esparcidos por el mundo, pero los lazos profundos que unen a todos los miembros permanecen firmes cualquiera sea la distancia".
El Papa propuso un ejemplo cercano. "Pienso en la experiencia de la Jornada Mundial de la Juventud en Río de Janeiro. En aquella inmensa multitud de jóvenes sobre las playas de Copacabana, se sentían hablar tantas lenguas, se veían rostros de rasgos muy diversos entre ellos, se encontraban culturas diversas. Y sin embargo había una profunda unidad, se formaba una única Iglesia, estábamos unidos y esto se sentía".
"Preguntémonos todos: ¿siento esta unidad? O ¿quizá no me interesa porque estoy encerrado en mi pequeño grupo o en mí mismo? ¿Soy de aquellos que privatizan la Iglesia para el propio grupo, la propia Nación, los propios amigos? Cuando siento que tantos cristianos en el mundo sufren ¿soy indiferente o es como si sufriese uno de mi familia? ¿Rezamos los unos por los otros? ¡Es importante mirar fuera del propio recinto, sentirse Iglesia, única familia de Dios!”
El Papa también pronunció un breve resumen de su predicación en español, que reproducimos:
Queridos hermanos y hermanas
En el Credo profesamos la fe en «la Iglesia, que es una». En efecto, la Iglesia es única y es en sí misma unidad, aunque esté esparcida por todo el mundo y haya muchas diversidades. Lo hemos visto en la reciente Jornada Mundial de la Juventud en Río de Janeiro: tantos rostros, tantas lenguas, tantos lugares de proveniencia, pero una sola Iglesia, como una gran familia, unidos como hermanos en una misma fe y esperanza, en la caridad y en los sacramentos, en el ministerio apostólico instituido por Cristo. ¿Vivimos así, o estamos encerrados en nosotros mismos o en nuestro propio grupo? ¿Nos preocupamos por los demás, aunque estén lejos? ¿Rezamos por ellos? ¿Especialmente por los cristianos que están perseguidos? A veces surgen tensiones y conflictos que hieren la unidad de la Iglesia, pero somos nosotros quienes las provocamos.
Y una de las cosas que más desunen a la Iglesia es el chismerío. Un cristiano no puedes ser ‘chusma’, no puede andar hablando mal de otro.
Le conviene primero morderse la lengua y después hablar mal de otro. Por eso hay que fomentar siempre la comunión en todos los ámbitos de la vida para crecer en la unidad que Dios nos da, y también para favorecer el camino ecuménico. Y, como esta unidad no es fruto de acuerdos humanos, sino obra del verdadero artífice, el Espíritu Santo, hemos de pedirla con perseverancia en la oración.
Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española, en particular a la comunidad del Colegio Mexicano de Roma, a las peregrinaciones diocesanas de Tarazona, con su Obispo Eusebio Hernández, y de Tortosa, con su Obispo, Enrique Benavent, así como a los demás grupos venidos de España, Argentina, Costa Rica, Ecuador, Guatemala, México y otros países latinoamericanos.
Muchas gracias.
TEXTO COMPLETO DE LA CATEQUESIS
(Fuente: Zenit)
Queridos hermanos y hermanas, buenos días:
En el «Credo» decimos «Creo en la Iglesia, una», profesamos por lo tanto que la Iglesia es única, y que esta Iglesia es en sí misma unidad. Pero si miramos a la Iglesia católica en el mundo descubrimos que abarca a cerca de tres mil diócesis repartidas en todos los continentes: ¡muchas lenguas, muchas culturas! Aquí están obispos de diferentes culturas, de muchos países. Está el obispo de Sri Lanka, el obispo de Sudáfrica, un obispo de la India, hay muchos aquí ... Obispos de América Latina. ¡La Iglesia está dispersa por todo el mundo! Y más aún, las miles de comunidades católicas constituyen una unidad. ¿Cómo puede suceder esto?
1 . Una respuesta concisa la encontramos en el (Compendio del) Catecismo de la Iglesia Católica, que afirma: la Iglesia católica extendida en todo el mundo "tiene una sola fe, una sola vida sacramental, una sucesión apostólica única, una esperanza común, la misma caridad" (n. 161). Es una hermosa definición, clara, nos orienta bien. Unidad en la fe, en la esperanza, en la caridad; unidad en los sacramentos, en el Ministerio: son como pilares que apoyan y mantienen unidos el único gran edificio de la Iglesia.
Dondequiera que vayamos, incluso en la parroquia más pequeña en el último rincón de la tierra, está la única Iglesia; nosotros estamos en casa, estamos en familia, estamos entre hermanos y hermanas. ¡Y esto es un gran regalo de Dios! La Iglesia es una sola para todos. No hay una iglesia para los europeos, una para los africanos, una para los americanos, una para los asiáticos, una para los que viven en Oceanía, no, es la misma en todas partes. Es como en una familia: se puede estar muy lejos, esparcidos por todo el mundo, pero los profundos lazos que unen a todos los miembros de la familia permanecen intactos sea la que sea la distancia. Pienso, por ejemplo, en la experiencia de la Jornada Mundial de la Juventud en Río de Janeiro: en esa inmensa multitud de jóvenes en la playa de Copacabana, se podía oír hablar muchos idiomas, se veían rasgos muy diferentes entre sí, se encontraron diferentes culturas, y sin embargo había una profunda unidad, se formaba una única Iglesia, se estaba unido y se sentía.
Preguntémonos todos: yo como católico, ¿siento esta unidad? Yo como católico, ¿vivo esta unidad de la Iglesia? ¿O no me importa, porque estoy encerrado en mi grupo pequeño y en mí mismo? ¿Soy de aquellos que "privatizan" la Iglesia para su propio grupo, su nación, sus amigos? Es triste encontrar una Iglesia "privatizada" por este egoísmo y esta falta de fe. ¡Es triste! Cuando oigo que tantos cristianos en el mundo están sufriendo, ¿soy indiferente, o es como si sufriera uno de mi familia? Cuando pienso u oigo decir que muchos cristianos son perseguidos y hasta dan la vida por su fe, ¿esto toca mi corazón o no me llega? ¿Estoy abierto a aquel hermano o hermana de la familia que está dando su vida por Jesucristo? ¿Oramos los unos por los otros? Déjenme preguntarles, pero no respondan en voz alta, sino solo en el corazón: ¿cuántos de ustedes están orando por los cristianos que son perseguidos? ¿Cuántos? Cada uno responda en el corazón. ¿Rezo por aquel hermano, por aquella hermana que está en problemas, por confesar y defender su fe? ¡Lo importante es mirar más allá de su propio espacio, sentirse Iglesia, una sola familia de Dios!
2. Vayamos un poco más allá y preguntémonos: ¿hay heridas a esta unidad? ¿Podemos herir esta unidad? Lamentablemente, vemos que en el curso de la historia, incluso ahora, no siempre vivimos la unidad. A veces surgen malentendidos, conflictos, tensiones, divisiones, que la hieren, y entonces la Iglesia no tiene el rostro que nos gustaría, no manifiesta el amor, aquello que Dios quiere. ¡Somos nosotros los que creamos las heridas! Y si nos fijamos en las divisiones que aún existen entre los cristianos, católicos, ortodoxos, protestantes... sentimos el esfuerzo de mantener plenamente visible esta unidad. Dios nos da la unidad, pero a menudo tenemos dificultades para vivirla. Hay que buscar, construir comunión, educar a la comunión, a superar malentendidos y divisiones, comenzando por la familia, desde las realidades eclesiales, también en el diálogo ecuménico. Nuestro mundo necesita unidad, es un momento en el que todos necesitamos unidad, tenemos necesidad de reconciliación, de comunión y la Iglesia es la Casa de la comunión. San Pablo decía a los cristianos de Éfeso: "Los exhorto, pues, yo, prisionero por el Señor, a que vivan de una manera digna de la vocación con que han sido llamados, con toda humildad , mansedumbre y paciencia, soportándose unos a otros por amor, poniendo empeño en conservar la unidad del Espíritu con el vínculo de la paz" (4, 1-3 ).
¡Humildad, dulzura, nobleza, amor para mantener la unidad! Estos son los caminos, los verdaderos caminos de la Iglesia. Escuchémoslo una vez más. Humildad contra la vanidad, contra el orgullo; humildad, mansedumbre, paciencia, amor para mantener la unidad. Y Pablo continuaba: un solo cuerpo, el de Cristo que recibimos en la Eucaristía; un solo Espíritu, el Espíritu Santo que anima y continuamente recrea la Iglesia; una sola esperanza, la vida eterna; una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios, Padre de todos (cf. vv. 4-6). ¡La riqueza de lo que nos une! Y esta es la verdadera riqueza: lo que nos une, no lo que nos divide. ¡Esta es la riqueza de la Iglesia! Que cada uno se pregunte hoy: ¿hago crecer la unidad en la familia, en la parroquia, en la comunidad, o soy un hablador, una habladora. ¿Soy motivo de división, de malestar? ¡Ustedes no saben el mal que le hace a la Iglesia, a las parroquias, a las comunidades, el chisme! ¡Hacen daño! Los chismes hacen daño. ¡Un cristiano antes de chismear tiene que morderse la lengua! ¿Sí o no? Morderse la lengua: esto nos hará bien, porque la lengua se hincha y no pueden hablar y no pueden chismear. ¿Tengo la humildad de recomponer con paciencia, con sacrificio, las heridas a la comunión?
3. Finalmente, un último paso más en profundidad. Y, esta es una buena pregunta: ¿quién es el motor de esta unidad de la Iglesia? Lo es el Espíritu Santo que todos hemos recibido en el Bautismo y también en el sacramento de la Confirmación. Es el Espíritu Santo. Nuestra unidad no es principalmente el resultado de nuestro acuerdo, o de la democracia dentro de la Iglesia, o de nuestro esfuerzo para estar de acuerdo, sino que viene de Él que hace la unidad en la diversidad, porque el Espíritu Santo es armonía, siempre crea la armonía en la Iglesia. Es una unidad armoniosa en medio de tanta diversidad de culturas, lenguas y pensamiento. Y el Espíritu Santo es el motor. Por esta razón, es importante la oración, que es el alma de nuestro compromiso de hombres y mujeres de comunión, de unidad. La oración al Espíritu Santo, para que venga y realice la unidad en la Iglesia.
Pidamos al Señor: Señor, concédenos estar cada vez más unidos, de no ser nunca instrumentos de división; haz que nos comprometamos, como dice una bella oración franciscana, en llevar el amor donde haya odio, a llevar el perdón donde haya una ofensa, a llevar la unión donde hay discordia. Que así sea.