Domingo, 24 de noviembre de 2024

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La herejía sin nombre (IX). Octavo rasgo: Guiarse por modas y no por progresos

por Los Tres Mosqueteros


También en la Iglesia dominan las modas; en unos siglos unas y en otros, otras.

¿Quién, siendo sincero católico, no se ha indignado ante el descaro de algunos sacerdotes que obligan al pobre (y, sobre todo, a la pobre) penitente, a confesarse sentándose a su lado en un banco de la iglesia?

Una persona me contó cómo un día fue a confesar a una iglesia y, viendo que no había ningún sacerdote en los confesionarios, fue a la sacristía a buscarlo. Preguntó al sacerdote si la podía confesar, a lo que amablemente contestó que por supuesto que sí, e indicándole una silla cercana le pidió que se sentara. Esta persona, un poco sorprendida, preguntó tímidamente: ¿Pero… aquí, en la sacristía?, a lo que el sacerdote contestó, “Pues claro”. La penitente insistió diciendo que le gustaría confesarse en el confesionario (como es lógico), a lo que el sacerdote, con tono desabrido e indignado, le espetó: ¿Dónde, en la cajita?...

Es que este sacerdote, por sus pseudo-razones (y desobedeciendo a los cánones) no quiere comprender la natural vergüenza del pobre penitente de confesarse cara a cara, y que la Iglesia, madre comprensiva, inventó el confesionario (la “cajita”) para hacerle más leve la confesión. Esto, sin contar que es derecho del fiel hacerlo de ese modo y no sujetarse a la arbitrariedad de un cura que obra, digamos, por moda o por falta de talento (y no somos ingenuos, y callamos otras cosas).

Pero no son estas las únicas modas que en la Iglesia han “florecido” (a costa de progresos que han costado siglos) a causa de estultos seglares y sacerdotes, y de las cuales siempre se muestra ávido el semicristiano.

En el Siglo VIII, en Bizancio, por ejemplo, se quejaba un contemporáneo de que no se podía entrar en una panadería sin que hasta el panadero le hablara del “Filioque”.

En el siglo XVII fue la moda del Jansenismo, que no quería que se comulgara, hasta el extremo de que un párroco de la época se ufanaba de que había conseguido en su parroquia que el último feligrés que lo hacía ¡ya no comulgaba! (suponemos que exceptuaba el Cumplimiento Pascual).

Y hoy está la moda de no arrodillarse al comulgar. (¡Hemos vivido aquí, en Madrid, como un Vicario de la Archidiócesis ordenó a unas pobres monjas que quitaran el comulgatorio de la iglesia del convento!). 

También está hoy la moda de combatir el celibato de los sacerdotes. Por cierto, que esto de luchar contra el celibato es una moda recurrente que ya, en plena Edad Media, originó que, por ejemplo en Lombardía, la gran mayoría de los curas vivieran amancebados, motivando que se inventara el horroroso epíteto de barragana para designar a las buenas mozas que les “acompañaban”. Menos mal que el Papa San Gregorio (y no fueron pocos los disgustos que tuvo que sufrir por ello) emprendió una verdadera reforma que a largo plazo acabó con este bochorno.

Otra moda de estos siglos XX y XXI, es la pauperomanía (que no el preocuparse de los pobres), y que llega al ridículo irreverente del sacerdote que cambia el cáliz de oro, por otro de barro, so pretexto de la pobreza. Según esto, Nuestro Señor alabando a la pobre mujer que echó en el gazofilacio del templo su óbolo (y no se lo dio a los pobres) ¡cometió un grave error! ¡Y no digamos cuando alabó a la Magdalena!


Resumiendo:

  1. En la Iglesia hay modas y el semicristiano se muestra ávido de seguirlas.
  2. Estas modas se imponen muchas veces a costa de destruir progresos que han costado siglos. Así:
    • El penitente, por ejemplo, tiene derecho a confesarse en el confesionario por razones de sentido humano. Y el confesor es el primero que tiene que obedecer los cánones y no cometer arbitrariedades.
    • El oro en la Iglesia no solo es bueno sino recomendable, como lo hizo (y esto es definitivo) Nuestro Señor en Mc 12, 42-44.
  3. Puede haber modas buenas, y pueden seguirse, pero sin esnobismo o tontería.


Y con esto termina la serie de artículos sobre esta herejía sin nombre, que para entendernos hemos denominado "semicristianismo".

Los Tres Mosqueteros

Artículos anteriores

“La herejía sin nombre”
“La herejía sin nombre (II). Primer rasgo: Selecciona dogmas”
“La herejía sin nombre (III). Segundo rasgo: Inventa dogmas”
“La herejía sin nombre (IV). Tercer rasgo: Su Primer mandamiento es el Sexto”
“La herejía sin nombre (V). Cuarto rasgo: Su Segundo mandamiento es la “pauperomanía”
“La herejía sin nombre (VI). Quinto rasgo: Cree que hay dos categorías de cristianos"
"La herejía sin nombre (VII). Sexto rasgo: Tiene coexistencia mental pagano-cristiana"

"La herejía sin nombre (VIII). Séptimo rasgo: Cree que Teología y Cristianismo son lo mismo"

 Web del Gardendal

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