«Explícito o escondido», todos tenemos «un deseo» común: conocer a Dios, dice el Papa
“¿Cuál es la realidad que atrae mi corazón como un imán?” planteó el Obispo de Roma en su reflexión previa a la oración del Ángelus dominical con los peregrinos de la Plaza del Santuario de San Pedro, en el caloroso mediodía del verano romano.
“El cristiano es uno que lleva dentro de sí un deseo muy grande y profundo: aquel de encontrarse con el Señor junto a sus hermanos, a sus compañeros de camino.
Y todo esto se resume en un famoso dicho de Jesús: ‘Donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón’ (Lc.12,34).” dijo el Sucesor de Pedro, inspirado en el Evangelio de la liturgia del domingo.
Por esto, aunque la realidad más importante sea llevar adelante la familia, el trabajo, “es el amor de Dios el que da sentido a los pequeños empeños cotidianos y el que también ayuda a afrontar las grandes pruebas”.
Éste es el verdadero tesoro del hombre -afirmó el Vicario de Cristo-, un amor que no es vago, sino que tiene un nombre: Jesucristo, que “nos permite ir más allá de las experiencias negativas; no quedar prisioneros del mal, nos abre a la esperanza, al horizonte final de nuestra peregrinación”.
El deseo del encuentro definitivo con Cristo “nos hace estar siempre preparados, con espíritu despierto, porque esperamos este encuentro con todo el corazón, con todo nuestro ser.”
Después de la oración mariana, Papa Francisco saludó en primer lugar a los musulmanes del mundo entero, "nuestros hermanos, que han concluido la celebración del mes de Ramadán".
Palabras del Papa antes del rezo del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!
El Evangelio de este domingo (Lc 12,32-48) nos habla del deseo del encuentro definitivo con Cristo, un deseo que nos hace estar siempre preparados, con el espíritu despierto, porque esperamos este encuentro con todo el corazón, con todo nuestro ser.
Este es un aspecto fundamental de la vida. Hay un deseo que todos nosotros, sea explícito, sea escondido, tenemos en el corazón, todos nosotros tenemos este deseo en el corazón.
También es importante ver esta enseñanza de Jesús en el contexto concreto, existencial en el que Él lo ha transmitido. En este caso, el evangelista Lucas nos muestra a Jesús que está caminando con sus discípulos hacia Jerusalén, hacia su Pascua de muerte y resurrección, y en este camino los educa confiándoles a ellos aquello que Él mismo lleva en el corazón, las actitudes profundas de su ánimo.
Entre estas actitudes se encuentran el desapego a los bienes terrenos, la confianza en la providencia del Padre y, precisamente, la vigilancia interior, la espera operosa del Reino de Dios. Para Jesús es la espera del retorno a la casa del Padre. Para nosotros es la espera de Cristo mismo, que vendrá a buscarnos para llevarnos a la fiesta sin fin, como ya ha hecho con su Madre María Santísima, que la ha llevado al cielo, con Él.
Este Evangelio quiere decirnos que el cristiano es uno que lleva dentro de sí un deseo grande, profundo: aquel de encontrarse con su Señor junto a sus hermanos, a los compañeros de camino. Y todo esto que Jesús nos dice se resume en un famoso dicho de Jesús: «Donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón» (Lc 12,34).
El corazón que desea. Todos nosotros tenemos un deseo. Pero, pobre gente aquella que no tiene deseo, el deseo de ir adelante, hacia el horizonte. Para nosotros cristianos este horizonte es el encuentro con Jesús, el encuentro propiamente con él, que es nuestra vida, nuestra alegría, Aquel que nos hace felices.
Yo les haría dos preguntas, la primera: ¿Todos ustedes tienen un corazón deseoso? Piensen y respondan en silencio en el corazón: ¿Tú tienes un corazón que desea o tienes un corazón cerrado, un corazón dormido, un corazón anestesiado por las cosas de la vida? El deseo, ir adelante al encuentro con Jesús.
La segunda pregunta:¿Dónde está tu tesoro, aquello que tú deseas, porque Jesús nos ha dicho: “donde está tu tesoro, allí estará tu corazón”? yo pregunto: ¿Dónde está tu tesoro? ¿Cuál es para ti la realidad más importante, más preciosa, la realidad que atrae mi corazón como un imán?, ¿Qué atrae tu corazón? ¿Puedo decir que es el amor de Dios?, ¿Que es el deseo de hacer el bien a los otros, de vivir para el Señor y para nuestros hermanos?, ¿Puedo decir esto? Cada uno responde en su corazón.
Alguno me responderá: Padre, pero yo soy uno que trabaja, que tiene familia, para mí la realidad más importante es sacar adelante a mi familia, el trabajo… Cierto, es verdad, es importante. Pero ¿Cuál es la fuerza que tiene unida a la familia? Es justamente el amor. Y quien siembra el amor en nuestro corazón es Dios.
El amor de Dios es el que da sentido a los pequeños compromisos cotidianos y también ayuda a afrontar las grandes pruebas. Este es el verdadero tesoro del hombre. Ir adelante en la vida con amor, con aquel amor que el Señor ha sembrado en el corazón.
Pero el amor de Dios ¿Qué es? No es algo vago, un sentimiento genérico; el amor de Dios tiene un nombre y un rostro: Jesucristo. ¡Jesús! El amor de Dios se manifiesta en Jesús porque nosotros no podemos amar el aire, el todo. No se puede. Amamos personas. Y la persona a la que amamos es Jesús, el don del Padre entre nosotros. Es un amor que da valor y belleza a todo el resto.
Es un amor que da fuerza a la familia, al trabajo, al estudio, a la amistad, al arte, a toda actividad humana. Y también da sentido a las experiencias negativas, porque nos permite ir más allá de estas experiencias, más allá, de no quedar prisioneros del mal, sino que nos hace pasar más allá, nos abre siempre a la esperanza.
El amor de Dios, en Jesús, siempre nos abre a la esperanza, a aquel horizonte de esperanza, al horizonte final de nuestra peregrinación. De esta manera también las fatigas y las caídas encuentran un sentido, también nuestros pecados encuentran un sentido en el amor de Dios; porque este amor de Dios en Jesús nos perdona siempre. Nos ama tanto que nos perdona siempre.
Queridos hermanos, hoy en la Iglesia hacemos memoria de santa Clara de Asís, que tras las huellas de Francisco dejó todo para consagrarse a Cristo en la pobreza. Santa Clara nos da un testimonio muy bello de este Evangelio de hoy: que ella nos ayude, junto con la Virgen María, a vivirlo también nosotros, cada uno según la propia vocación.
***
Después del rezo a la Madre de Dios, el Papa Francisco recordó que el 15 de agosto se celebra la Asunción de María, alentando a recordar a nuestra Madre que está en el Cielo con Jesús.
Luego empezó sus saludos, dirigiéndose a los musulmanes de todo el mundo y reiterando su deseo de que cristianos y musulmanes se comprometan en el respeto mutuo:
«Quisiera dirigir un saludo a los musulmanes del mundo entero, nuestros hermanos, que desde hace poco han celebrado la conclusión del mes de Ramadán, dedicado en particular al ayuno, a la oración y a la limosna. Como escribí en mi Mensaje para esta ocasión, deseo que cristianos y musulmanes se comprometan en el respeto mutuo, en especial a través de la educación de las nuevas generaciones».
El Santo Padre saludó asimismo con afecto a todos los romanos y peregrinos presentes en la Plaza del San Pedro. También hoy – dijo – tengo la alegría de saludar a algunos grupos de jóvenes: empezando por los que llegaron de Chicago, en peregrinación a Lourdes y Roma; así como a los de otras localidades italianas y a un grupo de scouts. A todos repitió las palabras que fueron el lema del gran encuentro de Río: ¡Vayan y hagan discípulos de todas las naciones!
Y con un deseo de feliz domingo y buen almuerzo, el Papa terminó este acostumbrado encuentro dominical.
“El cristiano es uno que lleva dentro de sí un deseo muy grande y profundo: aquel de encontrarse con el Señor junto a sus hermanos, a sus compañeros de camino.
Y todo esto se resume en un famoso dicho de Jesús: ‘Donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón’ (Lc.12,34).” dijo el Sucesor de Pedro, inspirado en el Evangelio de la liturgia del domingo.
Por esto, aunque la realidad más importante sea llevar adelante la familia, el trabajo, “es el amor de Dios el que da sentido a los pequeños empeños cotidianos y el que también ayuda a afrontar las grandes pruebas”.
Éste es el verdadero tesoro del hombre -afirmó el Vicario de Cristo-, un amor que no es vago, sino que tiene un nombre: Jesucristo, que “nos permite ir más allá de las experiencias negativas; no quedar prisioneros del mal, nos abre a la esperanza, al horizonte final de nuestra peregrinación”.
El deseo del encuentro definitivo con Cristo “nos hace estar siempre preparados, con espíritu despierto, porque esperamos este encuentro con todo el corazón, con todo nuestro ser.”
Después de la oración mariana, Papa Francisco saludó en primer lugar a los musulmanes del mundo entero, "nuestros hermanos, que han concluido la celebración del mes de Ramadán".
Palabras del Papa antes del rezo del Ángelus
Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!
El Evangelio de este domingo (Lc 12,32-48) nos habla del deseo del encuentro definitivo con Cristo, un deseo que nos hace estar siempre preparados, con el espíritu despierto, porque esperamos este encuentro con todo el corazón, con todo nuestro ser.
Este es un aspecto fundamental de la vida. Hay un deseo que todos nosotros, sea explícito, sea escondido, tenemos en el corazón, todos nosotros tenemos este deseo en el corazón.
También es importante ver esta enseñanza de Jesús en el contexto concreto, existencial en el que Él lo ha transmitido. En este caso, el evangelista Lucas nos muestra a Jesús que está caminando con sus discípulos hacia Jerusalén, hacia su Pascua de muerte y resurrección, y en este camino los educa confiándoles a ellos aquello que Él mismo lleva en el corazón, las actitudes profundas de su ánimo.
Entre estas actitudes se encuentran el desapego a los bienes terrenos, la confianza en la providencia del Padre y, precisamente, la vigilancia interior, la espera operosa del Reino de Dios. Para Jesús es la espera del retorno a la casa del Padre. Para nosotros es la espera de Cristo mismo, que vendrá a buscarnos para llevarnos a la fiesta sin fin, como ya ha hecho con su Madre María Santísima, que la ha llevado al cielo, con Él.
Este Evangelio quiere decirnos que el cristiano es uno que lleva dentro de sí un deseo grande, profundo: aquel de encontrarse con su Señor junto a sus hermanos, a los compañeros de camino. Y todo esto que Jesús nos dice se resume en un famoso dicho de Jesús: «Donde está tu tesoro, allí estará también tu corazón» (Lc 12,34).
El corazón que desea. Todos nosotros tenemos un deseo. Pero, pobre gente aquella que no tiene deseo, el deseo de ir adelante, hacia el horizonte. Para nosotros cristianos este horizonte es el encuentro con Jesús, el encuentro propiamente con él, que es nuestra vida, nuestra alegría, Aquel que nos hace felices.
Yo les haría dos preguntas, la primera: ¿Todos ustedes tienen un corazón deseoso? Piensen y respondan en silencio en el corazón: ¿Tú tienes un corazón que desea o tienes un corazón cerrado, un corazón dormido, un corazón anestesiado por las cosas de la vida? El deseo, ir adelante al encuentro con Jesús.
La segunda pregunta:¿Dónde está tu tesoro, aquello que tú deseas, porque Jesús nos ha dicho: “donde está tu tesoro, allí estará tu corazón”? yo pregunto: ¿Dónde está tu tesoro? ¿Cuál es para ti la realidad más importante, más preciosa, la realidad que atrae mi corazón como un imán?, ¿Qué atrae tu corazón? ¿Puedo decir que es el amor de Dios?, ¿Que es el deseo de hacer el bien a los otros, de vivir para el Señor y para nuestros hermanos?, ¿Puedo decir esto? Cada uno responde en su corazón.
Alguno me responderá: Padre, pero yo soy uno que trabaja, que tiene familia, para mí la realidad más importante es sacar adelante a mi familia, el trabajo… Cierto, es verdad, es importante. Pero ¿Cuál es la fuerza que tiene unida a la familia? Es justamente el amor. Y quien siembra el amor en nuestro corazón es Dios.
El amor de Dios es el que da sentido a los pequeños compromisos cotidianos y también ayuda a afrontar las grandes pruebas. Este es el verdadero tesoro del hombre. Ir adelante en la vida con amor, con aquel amor que el Señor ha sembrado en el corazón.
Pero el amor de Dios ¿Qué es? No es algo vago, un sentimiento genérico; el amor de Dios tiene un nombre y un rostro: Jesucristo. ¡Jesús! El amor de Dios se manifiesta en Jesús porque nosotros no podemos amar el aire, el todo. No se puede. Amamos personas. Y la persona a la que amamos es Jesús, el don del Padre entre nosotros. Es un amor que da valor y belleza a todo el resto.
Es un amor que da fuerza a la familia, al trabajo, al estudio, a la amistad, al arte, a toda actividad humana. Y también da sentido a las experiencias negativas, porque nos permite ir más allá de estas experiencias, más allá, de no quedar prisioneros del mal, sino que nos hace pasar más allá, nos abre siempre a la esperanza.
El amor de Dios, en Jesús, siempre nos abre a la esperanza, a aquel horizonte de esperanza, al horizonte final de nuestra peregrinación. De esta manera también las fatigas y las caídas encuentran un sentido, también nuestros pecados encuentran un sentido en el amor de Dios; porque este amor de Dios en Jesús nos perdona siempre. Nos ama tanto que nos perdona siempre.
Queridos hermanos, hoy en la Iglesia hacemos memoria de santa Clara de Asís, que tras las huellas de Francisco dejó todo para consagrarse a Cristo en la pobreza. Santa Clara nos da un testimonio muy bello de este Evangelio de hoy: que ella nos ayude, junto con la Virgen María, a vivirlo también nosotros, cada uno según la propia vocación.
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Después del rezo a la Madre de Dios, el Papa Francisco recordó que el 15 de agosto se celebra la Asunción de María, alentando a recordar a nuestra Madre que está en el Cielo con Jesús.
Luego empezó sus saludos, dirigiéndose a los musulmanes de todo el mundo y reiterando su deseo de que cristianos y musulmanes se comprometan en el respeto mutuo:
«Quisiera dirigir un saludo a los musulmanes del mundo entero, nuestros hermanos, que desde hace poco han celebrado la conclusión del mes de Ramadán, dedicado en particular al ayuno, a la oración y a la limosna. Como escribí en mi Mensaje para esta ocasión, deseo que cristianos y musulmanes se comprometan en el respeto mutuo, en especial a través de la educación de las nuevas generaciones».
El Santo Padre saludó asimismo con afecto a todos los romanos y peregrinos presentes en la Plaza del San Pedro. También hoy – dijo – tengo la alegría de saludar a algunos grupos de jóvenes: empezando por los que llegaron de Chicago, en peregrinación a Lourdes y Roma; así como a los de otras localidades italianas y a un grupo de scouts. A todos repitió las palabras que fueron el lema del gran encuentro de Río: ¡Vayan y hagan discípulos de todas las naciones!
Y con un deseo de feliz domingo y buen almuerzo, el Papa terminó este acostumbrado encuentro dominical.
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