Jueves, 21 de noviembre de 2024

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De la historia de España contada en cinco batallas ocurridas tal día como hoy

por En cuerpo y alma

 
            Pocas fechas como la de hoy aúnan la celebración de un tipo de evento tan similar, aunque ese evento sea tan curioso como una batalla. Y es que la de hoy, 19 de julio, es una fecha propicia a las grandes batallas en suelo peninsular, grandes batallas que han conformado nuestra historia y con ella nuestra idiosincrasia, relacionadas muchas de ellas, curiosamente, con la defensa de la fe y la implantación del cristianismo en el suelo patrio, y otras con ese espíritu fratricida que se manifiesta cada tanto en nuestra patria, produciendo los peores episodios de odio y de dolor.
 
            La primera de dichas batallas tiene lugar en el año 711, en las inmediaciones del río Barbate: es la Batalla de Guadalete, que comienza un 19 de julio y se prolonga durante toda una semana, hasta el 26. Militarmente hablando, no debió de ser una gran batalla, probablemente apenas llegaran a enfrentarse unos pocos miles de soldados –a pesar de que las crónicas medievales hablan de hasta casi trescientos mil combatientes, el hispanista británico Roger Collins los reduce a menos de cinco mil-, pero sí es, probablemente, la batalla más importante librada en suelo patrio si a sus consecuencias hemos de atenernos, pues la victoria de Tarik Ibn Ziyad –quien por cierto da nombre a nuestro peñón de Gibraltar (Gib al Tarik)- representa el principio de una conquista, la de la Península Ibérica, que instalará y afianzará en ella el islam durante casi ocho enteros siglos.

            En el año 1068, en el seno de la guerra civil que les enfrentará durante cinco años, los hermanos Sancho II de Castilla y Alfonso VI de León se baten en Llantada en un “juicio de Dios”, una batalla en la que ambos hermanos pactan que el que resultase victorioso obtendría el reino del derrotado. Y aunque el vencedor será Sancho, Alfonso no cumplirá con el pacto, y la guerra continuará hasta terminar en la muerte de Sancho a manos del traidor Vellido Dolfos, un episodio que llevará al caballero por antonomasia de la historia de España, Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid, a reclamar a Alfonso en Santa Gadea que jurara no haber tenido nada que ver en la muerte de su hermano. El enfrentamiento, como decimos, fratricida, es una expresión más de un género bélico que cultivamos los españoles con asiduidad, y que dará sus mejores frutos en los siglos XIX y XX, alguno de ellos, por cierto, en fecha muy similar, como tendremos ocasión de ver.
 
            Cuatrocientos ochenta y cuatro años después del Guadalete, en idéntica fecha, dos ejércitos, ahora sí, enormes, -se habla de trescientos mil soldados por bando-, se enfrentan en Alarcos, donde la victoria sonríe al almohade Yusuf III frente al cristiano Alfonso VIII. Una victoria que debería haber representado la reconquista musulmana de la entera Península, probablemente irreversible, pero que no fue adecuadamente explotada, y cuyos efectos vendrán revertidos, apenas veintidós años después, -y por cierto, en fecha muy parecida, el 16 de julio-, por los de una nueva batalla, la ocurrida en las Navas de Tolosa, la cual representa, por el contrario, el principio del fin de la presencia musulmana en la Península y libra a España de constituir hoy día uno más de los países del Magreb, con una situación probablemente muy similar, pongo por caso, a la que vive Egipto, con una minoría cristiana, mozárabe en este caso, más o menos sojuzgada o castigada según el momento histórico, y contribuye a trasladar la frontera europea desde los Pirineos hasta el estrecho de Gibraltar. Algo de lo que los españoles del s. XXI, más o menos cristianizados, más o menos europeizados, no sé si somos tan conscientes, ahora que algunos idealizan una convivencia de la que aunque no debemos renegar porque forma parte de nuestra historia y marcó nuestra personalidad con hitos, obras y personajes muy reseñables y destacables, nunca fue lo buena ni ejemplar que algunos iluminados sin conocimiento cabal de la historia quieren hacernos creer.
 

            Un 19 de julio también, pero en 1808, es decir, más de seis siglos después de Alarcos aunque en escenario muy cercano, en el Bailén que se encuentra uno poco después de cruzar los Despeñaperros, el invasor es muy otro, y el ejército español al mando del General Castaños derrotaba al ejército francés del General Dupont en lo que constituye la primera derrota de los ejércitos napoleónicos en todo su devenir, demostrando a Europa que el insolente general corso no era invencible. Parece que la razón final de la derrota francesa estuvo muy relacionada con la falta de movilidad de su ejército a causa del gran expolio realizado en los palacios e iglesias andaluzas. Uno de los ilustres combatientes del día será José de San Martín, que sólo unos años después será el gran protagonista de un nuevo episodio de guerra fratricida entre españoles, esta vez en América y por la independencia de Chile, Argentina y Perú. Dícese que Bailén aparece entre las victorias inscritas en el Arco del Triunfo de París que inmortaliza las victorias napoleónicas. Yo la he buscado y no la he encontrado, por lo que mucho me temo que no se trate de otra cosa que de una divertida y galante leyenda urbana española.

 
            El 19 de julio de 1936, por último, con los combates y escaramuzas que se producen por toda la geografía patria y muy especialmente en Madrid (Cuartel de la Montaña) y Barcelona (levantamiento del General Goded), comienza en España una Guerra Civil que amén de enfrentar, como en el caso de Alfonso y Sancho, a hermano contra hermano, se ensañará cruelmente contra la Iglesia y contra los cristianos, reuniendo así en una sola guerra los mejores aditamentos de las guerras transcurridas en suelo patrio. Una contienda que durará algo menos de tres años, y de la que podemos asegurar que se hallaba mejor cicatrizada en 1978 que un tercio de siglo después, cuando un iluminado con ínfulas mesiánicas de extraña procedencia y nula formación académica y humana, todavía se afanaba con infantiles y falseados argumentos producto de sus ensoñaciones y de su absoluto desconocimiento de las cosas en resucitarla, para así obtener extraños réditos electorales que, para colmo de males, nunca se produjeron. Un hecho que no inmuniza a los españoles de volver a pasar por un proceso patológico similar en el cercano avenir, el cual será aún más ridículo la próxima vez, tanto más cuanto más serán los años que nos separen entonces de su finalización, hace ya camino del siglo.
 
            En fecha como la de hoy los ejércitos españoles todavía se batían en muchos otros escenarios españoles, europeos y mundiales y en otros años de la historia, pero los cinco casos citados constituyen hitos suficientemente relevantes que no requieren de mayor ampliación.
 
  
            ©L.A.
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