Cuando la primera comunión es también la última.
Cuando la primera comunión es también la última.
Hay algo que falla y no terminamos de dar con la clave. Lo que es evidente que esta desaparición tiene mucho que ver con la necesidad de una Nueva Evangelización.
Desde mi humilde punto de vista existen algunos problemas sobre los que es necesario reflexionar para conseguir una mejor comprensión de este problema:
- Fragmentación de la pastoral familiar en múltiples pastorales que rompen la unidad que conforman la familia. Las pastorales de niños, jóvenes, adultos y vida ascendente están geniales, pero inciden en la máxima: divide y vencerás. Además, tenemos la total ausencia de una pastoral para adultos activos, hace que los padres de los niños/jóvenes sientan que sólo se les busca para que “presten” sus hijos un rato a la parroquia.
- La pastoral familiar a veces se delega en movimientos específicos, perdiendo la oportunidad de integrarla en la vida parroquial. Los movimientos son maravillosos y dan muchos frutos, pero la mayoría de las familias no entiende la razón de separarse de la parroquia para vivir su fe con algo de coherencia familiar.
- No existen cauces sencillos para la integración de la familia en la vida de la comunidad parroquial. No podemos quedarnos en promover únicamente la asistencia a la misa dominical, ya que los fieles terminamos por entender la fe como un hecho discontinuo que se esconde la tarde del domingo y reaparece en la mañana del domingo siguiente.
- La incongruencia entre un planteamiento estructuralista de las catequesis y un desarrollo real de tipo afectivo-social. Muchas veces se olvida incidir en las prácticas religiosas más básicas: oración, interiorización y reflexión. Esto hace que los niños no entiendan a la comunidad como un todo integrado y coherente.
- Falta de definición de la figura del catequista. Además es necesario darles una formación adecuada y no sólo desde el punto de vista religioso, sino desde el punto de vista pedagógico y social.
Josep Miró i Ardèvol, director del Instituto de Estudios del Capital Social (INCAS) de la Universidad Abat Oliba, apunta dos causas para que aparezca la desafección de los jóvenes y no tan jóvenes: la Iglesia no es capaz de ofrecer a unas estructuras y unos significantes adecuados para las personas actuales y tampoco realiza un apoyo eficaz a las familias.
Pero hay más elementos en el puzzle: la desaparición de referencias a la vida espiritual y de fe en la vida cotidiana. Muchos padres que traen a sus hijos a las catequesis de pre-comunión lo hacen por costumbre, ya que ellos no viven la fe de forma activa ni están dispuestos a hacerlo. Las catequesis se entienden como un “peaje” que hay que pagar para cumplir con el rito social.
Una de las soluciones se han planteado para disminuir el número de jóvenes que no llegan a confirmarse, es adelantar la edad de la confirmación. En principio no es mala idea, ya que haciendo esto se reduce el tiempo en blanco que existía entre la primera comunión y el inicio de las catequesis de confirmación. Aunque esta solución sólo actúa sobre los síntomas, conseguir que los niños permanezcan unos años más, dentro de la comunidad parroquial, es una oportunidad para abordar las causas. Es decir, el objetivo no es que prolonguen su estancia en la comunidad parroquial, sino que encuentren un camino de fe, estable, dentro de la comunidad.
Si somos sinceros con nosotros mismos, no deberíamos de olvidar que la permanencia de los niños y/o jóvenes en la comunidad pasa por la permanencia activa de toda la familia. Para que la familia encuentre un lugar en la comunidad parroquial, hay que ser consciente que todos somos parte de una familia y es imposible crear una comunidad a partir de individuos que prescinden de su dimensión familiar. La comunidad parroquial debería ser una comunidad de familias que se integran, colaboran y buscan su sentido dentro de la misión evangelizadora.