Del valor de la palabra de la mujer en tiempos de Jesús
por En cuerpo y alma
Me ha gustado mucho que el diario en el que este columnista escribe se hiciera eco ayer precisamente y las usara para el titular, de las siguientes palabras pronunciadas el miércoles por el Papa Francisco durante la audiencia general de la Plaza de San Pedro.
Noli me tangere. Tiziano (1512). |
“En las profesiones de fe del Nuevo Testamento, como testigos de la Resurrección vienen recordados sólo los hombres, los Apóstoles, pero no las mujeres. Esto se debe a que, de acuerdo con la Ley judaica de aquel tiempo, las mujeres y los niños no podían dar un testimonio fiable, creíble. En los Evangelios, sin embargo, las mujeres tienen un papel primordial, fundamental.
Aquí podemos ver un elemento a favor de la historicidad de la Resurrección: si se tratara de un hecho inventado, en el contexto de aquel tiempo no hubiera estado relacionado al testimonio de las mujeres. Los evangelistas, en cambio, simplemente se limitan a narrar lo que sucedió: las mujeres son los primeros testigos”.
Un testimonio, éste de las mujeres, -y particularmente de la Magdalena-, sobre la resurrección de Jesús, en el que se muestran de acuerdo los cuatro evangelistas (Mt. 28, 810; Mc. 16, 9; Jn. 20, 1117; Lc. 24, 1-6).
Pues bien, creo que las palabras del Papa Francisco constituyen un excelente oportunidad de traer de nuevo a esta columna lo que tuve ocasión de escribir el pasado 24 de abril del año 2011 en el artículo que titulé “De la mujer que tal día como hoy vio resucitar a Jesús” (pinche aquí si desea conocer el artículo en su integridad).
Trataba en él de argumentar a favor de la historicidad de la aparición de Jesús, dos días después de crucificado (al ocurrir el tercero, que es como debemos interpretar los evangelios), a María Magdalena, y después de aportar otros argumentos, entraba de lleno en el tema del valor inferior que tenía el testimonio de una mujer en la sociedad judía contemporánea de Jesús, y en la relación que ello tenía con uno de los criterios que muchos exégetas gustan de aplicar a los pasajes bíblicos para determinar su grado de autenticidad, en este caso, el “criterio de la dificultad” o “lectio difficilior”. Y decía:
“Segundo, el criterio de la dificultad o lectio difficilior: según él, no es razonable que un autor incluya en su texto datos que se muestran incómodos para el propósito de su trabajo, y si lo hace, es que son necesariamente reales. Veamos pues como ajusta este criterio al episodio del Descubrimiento de la Magdalena.
En el pensamiento, y no sólo en el pensamiento, sino también en la práctica judicial de los judíos, el testimonio de una mujer es menos valioso que el de un hombre, se acostumbra a decir que la mitad. Que ello es así cabe extraerlo de varios pasajes del Antiguo Testamento, como aquél en el que el Levítico realiza la valoración de un hombre y de una mujer a efectos de un voto:
“Si alguien quiere cumplir ante Yahvé un voto relativo a una persona, la estimación de su valor será la siguiente: si se trata de un varón entre veinte y sesenta años, se estimará su valor en cincuenta siclos de plata, en siclos del santuario. Mas si se trata de una mujer, el valor será de treinta siclos. Entre los cinco y los veinte años el valor será: si es chico, veinte siclos; si es chica, diez siclos” (Lv. 27, 2-5).
El judeo español Maimónides (n.1135-m.1204), uno de los grandes exégetas judíos del Antiguo Testamento, asegura que la palabra “testigo” citada en el Deuteronomio (Dt. 17, 6; Dt. 19, 15-21) está escrita en masculino, algo que, según él, no es así por casualidad.
El propio Corán, que aunque no es propiamente un texto judío sí refleja bien el acerbo semítico de pensamiento, acude en respaldo de la tesis cuando dice.
“Llamad para que sirvan de testigos a dos de vuestros hombres. Si no los hay, elegid a un hombre y dos mujeres” (C. 2, 282).
Pues bien, esta importante dificultad, la escasa validez del testimonio femenino, apunta con el criterio de la dificultad a la franqueza y sinceridad de la percepción que los narradores tuvieron de que efectivamente Jesús había resucitado, pues de haberse tratado de una pantomima cabal e intencionadamente pergeñada y de no haber creído sinceramente en ella los que la relataban, sus autores judíos jamás habrían convertido a una mujer, menos aún en solitario, en la primera y principal avalista de dicha resurrección.
Para que nos entendamos: es como si hoy día alguien pretendiera sostener la presencia de un OVNI en un determinado lugar sobre el testimonio de un niño de cuatro años: aunque él mismo tuviera por válido dicho testimonio, teniendo otros que considerara más presentables, se abstendría de utilizar el primero”.
©L.A.
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