Miércoles, 04 de diciembre de 2024

Religión en Libertad

Arrepentimiento y perdón según el cardenal Bergoglio


Es necesario el arrepentimiento y el propósito de la enmienda para que nuestra confesión sacramental sea fructuosa, aunque sin acomplejarnos porque nuestros pecados sean siempre los mismos y es que son nuestros puntos débiles

por Pedro Trevijano

Opinión

Ya en el Catecismo Astete, el catecismo que estudié de niño, se nos decía que la confesión o sacramento de la penitencia consta de “examen de conciencia, contrición de corazón, propósito de la enmienda, confesión de boca y satisfacción de obra”. En el YouCat, el Catecismo para jóvenes de la Iglesia, en su número 232 se nos recuerda esto y se nos dice también: “Sin verdadero arrepentimiento, basado en una confesión de los labios, nadie puede ser absuelto de sus pecados. Igualmente es imprescindible el propósito de no cometer ese pecado nunca más en el futuro”. Pero como dice el Catecismo de la Iglesia Católica: “Sólo Dios perdona los pecados. Porque Jesús es el Hijo de Dios, dice de sí mismo: “El Hijo del hombre tiene poder de perdonar los pecados en la tierra” (Mc 2,5). Más aún, en virtud de su autoridad divina, Jesús confiere este poder a los hombres (Jn 20, 21-23), para que lo ejerzan en su nombre” (nº 1441).

El hoy Papa y entonces cardenal Bergoglio, en su libro “El Jesuita”, cuyo título en España es: “El Papa Francisco. Conversaciones con Jorge Bergoglio”, realizadas por Sergio Rubin y Francesca Ambrogetti, se plantea estas preguntas en el capítulo trece de ese libro, titulado “El arduo camino hacia una patria de hermanos”: “¿Cuál es el verdadero sentido y alcance del perdón cristiano? ¿Cómo se compagina con el castigo judicial? ¿Se debe perdonar al que no se arrepiente? ¿Implica, necesariamente, una reparación del perdonado?” “Yo perdono, pero no olvido”. He aquí algunas reflexiones del Cardenal en respuesta a estos interrogantes:
“En cuanto a la frase: “Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer, si tiene sed, dale de beber” (Rom12,20), apareció una traducción al castellano buenísima. Hasta ahora, leíamos: “Así, amontonarás ascuas o brasa de fuego sobre su cabeza”. Eso de meterle “un brasero en la cabeza “no me cerraba”. La traducción nueva la convierte, en cambio, en “así, su cara arderá de vergüenza”. Esto, de alguna manera, está indicando una estrategia: el que se llegue a una actitud tan humana, y que tanto nos honra, que es la de tener vergüenza de algo malo que hemos hecho”. El que no tiene vergüenza perdió la última salvaguarda que lo puede contener en su tropelía; es un sinvergüenza. Jesús en esto no negocia. ¡Ojo!: no dice “olvídate””.

“Esa es una actitud que Dios nos pide: el perdón de corazón. El perdón significa que lo que me hiciste no me lo cobro, que está pasado al balance de las ganancias y de las pérdidas. Quizá no me voy a olvidar, pero no me lo voy a cobrar. O sea, no alimento el rencor”. “Borrón, no. De nuevo, olvidar no se puede. En todo caso, voy aquietando mi corazón y pidiéndole a Dios que perdone a quien me ofendió. Ahora bien, es muy difícil perdonar sin una referencia a Dios, porque la capacidad de perdonar solamente se tiene cuando uno cuenta con la experiencia de haber sido perdonado. Y, generalmente, esa experiencia la tenemos con Dios. Es cierto que, a veces, se da humanamente”.

“En la homilía de una celebración del Corpus afirmé que hay que bendecir el pasado con el arrepentimiento, el perdón y la reparación. El perdón tiene que ir unido a las otras dos actitudes. Si alguien me hizo algo tengo que perdonarlo, pero el perdón le llega al otro cuando se arrepiente y repara. Uno no puede decir: “te perdono y aquí no pasó nada”. ¿Qué hubiera pasado en el juicio de Nüremberg si se hubiera adoptado esa actitud con los jerarcas nazis? La reparación fue la horca para muchos de ellos; para otros, la cárcel. Entendámonos: no estoy a favor de la pena de muerte, pero era la ley de ese momento y fue la reparación que la sociedad exigió siguiendo la jurisprudencia vigente”.

“Tengo que estar dispuesto a otorgar el perdón y sólo se hace efectivo cuando el destinatario lo puede recibir. Y lo puede recibir, cuando está arrepentido y quiere reparar lo que hizo. De lo contrario, el perdonado queda, dicho en términos futbolísticos, fuera de juego. Una cosa es dar el perdón y otra es tener la capacidad de recibirlo”. “En otras palabras, para recibir el perdón hay que estar preparado”.

Estas frases nos pueden iluminar ante dos problemas: el uno, el por qué es necesario el arrepentimiento y el propósito de la enmienda para que nuestra confesión sacramental sea fructuosa, aunque sin acomplejarnos porque nuestros pecados sean siempre los mismos y es que son nuestros puntos débiles y el otro, cuál ha de ser nuestra actitud ante los pecados gravísimos, como pueden ser los crímenes de ETA y demás terroristas.

Pedro Trevijano
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