La lección del Cónclave que votó a Ratzinger
El dicho "Quien entra Papa sale cardenal" ha sido casi siempre desmentido en los cónclaves del último siglo
por Sandro Magister
El dicho "Quien entra Papa sale cardenal" ha sido casi siempre desmentido en los cónclaves del último siglo.
Para quemar la segura elección como Papa del cardenal Mariano Rampolla del Tindaro, en 1903, fue necesario el veto del emperador de Austria-Hungría.
En 1939, fueron necesarias sólo tres votaciones para que Eugenio Pacelli fuera elegido Papa con el nombre de Pio XII.
Un poco más incierta fue la elección de su sucesor Juan XXIII, en 1958, con los votos; él mismo confió más tarde "que subían y bajaban como garbanzos hirviendo en una olla".
Pero Pablo VI no tuvo contendientes en 1963. Y tampoco Juan Pablo I en 1978, elegido en un cónclave fulminante.
Sobre Karol Wojtyla no hay certeza, pero hay quien sostiene que también él salió con fuerza desde el primer escrutinio.
Joseph Ratzinger fue elegido en menos de veinticuatro horas.
El funcionamiento del cónclave de 2005 es ejemplar para entender los mecanismos de voto. Los votantes eran 115, como hoy, con el umbral de los dos tercios en 77 votos.
Según las indiscreciones hasta ahora filtradas, en el primer escrutinio Ratzinger obtuvo 47 votos, 10 el argentino Bergoglio, 9 Carlo Maria Martini, 6 Ruini, 4 Sodano, 3 Maradiaga, 2 Tettamanzi.
Ratzinger apareció enseguida, por tanto, como el único candidato fuerte. En consecuencia, en la segunda votación, los cardenales que no lo habían votado fueron inducidos a decidir si apoyarle u oponerle resistencia. Los votos de Ruini y de otros confluyeron sobre Ratzinger, que subió hasta los 65 votos, mientras los votos de Martini y otros oponentes fueron a Bergoglio, que llegó a 35.
En el tercer escrutinio la polarización se acentuó. Ratzinger obtuvo 72 votos y Bergoglio 40. Al primero le faltaba poquísimo para alcanzar el quorum, pero los 40 votos de Bergoglio eran suficientes para bloquear su elección. Si hubieran sido confirmados en escrutinios sucesivos, la candidatura de Ratzinger no habría tenido más futuro.
Pero la cosa no fue así. Los 40 votos de Bergoglio eran tan heterogéneos que, con la misma rapidez con que habían confluido sobre él, se desmoronaron.
En la cuarta votación Ratzinger alcanzó los 84 votos, mientras Bergoglio había bajado a 26. Y fue fumata blanca.
Para quemar la segura elección como Papa del cardenal Mariano Rampolla del Tindaro, en 1903, fue necesario el veto del emperador de Austria-Hungría.
En 1939, fueron necesarias sólo tres votaciones para que Eugenio Pacelli fuera elegido Papa con el nombre de Pio XII.
Un poco más incierta fue la elección de su sucesor Juan XXIII, en 1958, con los votos; él mismo confió más tarde "que subían y bajaban como garbanzos hirviendo en una olla".
Pero Pablo VI no tuvo contendientes en 1963. Y tampoco Juan Pablo I en 1978, elegido en un cónclave fulminante.
Sobre Karol Wojtyla no hay certeza, pero hay quien sostiene que también él salió con fuerza desde el primer escrutinio.
Joseph Ratzinger fue elegido en menos de veinticuatro horas.
El funcionamiento del cónclave de 2005 es ejemplar para entender los mecanismos de voto. Los votantes eran 115, como hoy, con el umbral de los dos tercios en 77 votos.
Según las indiscreciones hasta ahora filtradas, en el primer escrutinio Ratzinger obtuvo 47 votos, 10 el argentino Bergoglio, 9 Carlo Maria Martini, 6 Ruini, 4 Sodano, 3 Maradiaga, 2 Tettamanzi.
Ratzinger apareció enseguida, por tanto, como el único candidato fuerte. En consecuencia, en la segunda votación, los cardenales que no lo habían votado fueron inducidos a decidir si apoyarle u oponerle resistencia. Los votos de Ruini y de otros confluyeron sobre Ratzinger, que subió hasta los 65 votos, mientras los votos de Martini y otros oponentes fueron a Bergoglio, que llegó a 35.
En el tercer escrutinio la polarización se acentuó. Ratzinger obtuvo 72 votos y Bergoglio 40. Al primero le faltaba poquísimo para alcanzar el quorum, pero los 40 votos de Bergoglio eran suficientes para bloquear su elección. Si hubieran sido confirmados en escrutinios sucesivos, la candidatura de Ratzinger no habría tenido más futuro.
Pero la cosa no fue así. Los 40 votos de Bergoglio eran tan heterogéneos que, con la misma rapidez con que habían confluido sobre él, se desmoronaron.
En la cuarta votación Ratzinger alcanzó los 84 votos, mientras Bergoglio había bajado a 26. Y fue fumata blanca.
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