El aire de la calle (Un día con los muchachos de Tíscar)
Siguiendo paso a paso la vida de Manuel Lozano, ya en los años de su enfermedad, no falta el tiempo de sus estancias en verano en Tíscar. Sus obras hacen continua referencia a lo que significaba aquella sierra de Cazorla en su vida. Sus jugosos escritos nacidos en aquel lugar, sus recuerdos de sus paseos en el carrito de ruedas, sus entrevistas a Zabaleta bebiéndose los colores de la paleta del pintor en el colorido de la naturaleza.
Tíscar significó mucho en la vida de Lolo. Remanso de oración, de descanso, de charla amigable. Él habla de la Virgen de los ojos grandes, de los personajes de la aldea como si fueran las figuras de un belén; pero sobre todo sabe pasar al papel la honda filosofía de aquellas gentes. No sé si exagero que allí salieron las páginas más bellas de su pluma, más místicas, de más color.
Algunos años, la estancia de Lolo en Tíscar coincidía con el campamento de los jóvenes de Acción Católica de Linares. ¡Qué fotografías más ‘vivas’ las que se conservan de él entre ellos! Y a la vez qué entrañas más humanas y que corriente de amistad se establecía entre ellos y él! Recordar anécdotas quizá no sea este el lugar, pero son muchas, y hacen descubrir el lado humano y sensible de aquellos días de paz. Lucy las recuerda en el cofre de su memoria viva….
El aire de la calle
UN DÍA CON LOS MUCHACHOS DE TÍSCAR.
LOS JÓVENES DE LINARES TIENEN SU CAMPAMENTO:
EL “VIRGEN DE LINAREJOS”
Semanario Signo nº 814; 20 agosto 1955
Hace apenas unas horas que salimos de Linares bajo un sol implacable. Entonces el camino se nos encendía en un fuego de asfalto. Úbeda y Torreperogil los hemos pasado pronto, pero metidos ya en Peal, el recorrido se nos ha hecho de una monotonía desesperante. Kilómetros y kilómetros de naturaleza desolada, casi volcánica, nos van dejando como una sensación de caminata en desierto. Ha sido al salir de Quesada cuando de pronto nos ha llegado un vientecillo de aromas serranos; entretanto que la ruta serpenteaba hacia las cumbres por entre valles de pinos y choperas, «la tarde se va en un carro de nubes anaranjadas», y la sierra baraja ante nosotros una teoría de colores como en un cuadro de Zabaleta.
Hasta aquí todo ha sido una rápida sucesión de sensaciones. Sobre todo, un reborde del camino nos ha dado la mayor impresión del viaje: Tíscar ya, con su santuario, su castillo roqueño y un río de Nacimiento que canta al pie zigzagueando entre rocas. Toda la pétrea geografía nos ha parecido como suspendida. Puede que vaya contra la razón, pero la Naturaleza parece aquí ingrávida, aérea, casi en vilo: en suma, «estar entre tierra y cielo», con palabras de Santa Teresa, porque Tíscar, en efecto, es eso: un éxtasis del paisaje.
En la encrucijada alguien se apea y lee en alto el cartel, que es bien explícito: «Campamento de A. C. Nuestra Señora de Linarejos». Hemos llegado. Porque venimos a pasar unos días junto a un turno campamental de aspirantes.
PROTOCOLO
La bienvenida nos la dan los chavales con la salva de una canción:
— Brilla en la montaña / un rayo de sol; / así brilla el alma / radiante de amor.
Viven lo que dicen y sus caras certifican la verdad de lo que cantan. Galera inicia las presentaciones. El jefe ha ido a los cursillos y él ejerce un mandato provisional que toca a su fin.
— Este es «el Bonito». Le llaman así no precisamente porque sea un Adonis. Es un tipo desgalichado, pero gracioso y simpático. Una de las figuras estelares del «Fuego» que baila muy bien sevillanas y jotas.
— ¿Cómo te llamas? Porque yo no quiero decirte motes.
— «Bonito». Dígamelo usted. ¡Si a mí me gusta!
Con frecuencia nos «suenan» los nombres que da el «mandamás».
Su padre fue directivo. Ahora él, es aspirante. El chaval nos alarga una mano, en la que nos parece adivinar la antorcha que encendiera su mayor. El relevo se cumple.
A uno de ellos, que es el benjamín del campamento, le dice Galera:
— Vuélvete de espaldas.
Obedece, pero los dedos se le van urgentes hacía las asentaderas. No tan rápidos como para que podamos ver un «siete» descomunal.
— Es que cuando se bajan las cuestas hay que frenar con algo.
Un peque gordo, templado y con cara de socarrón, es el campeón diocesano de catecismo, y le gustan a rabiar los barquitos de corcho que él fabrica.
Esto de la artesanía corchera es una graciosa ocupación del campamento. Cuando van al círculo, a los pinares, hacen acopio de materias primas, y luego las tallan como recuerdo para los hermanitos. Abundan «stajanovistas» de familia.
El barquillero gordito viene al campamento como recompensa a su triunfo. Pero aún hay más.
— Este año traemos un buen grupo con las becas que concedió el presidente a los que mejor cumplían durante el curso.
Un auténtico Premio de la Montaña ganado pedaleando con alma. ¡Bahamontes, Bahamontes! ¿Cómo te dejas arrebatar esta gloria?...
JUEGOS
Será el «dominó» para los mayores y «la bandera» para los chicos, pero el deporte por antonomasia es el fútbol. Junto al valle y al río, los «chuts» tienen aquí una bonita resonancia. Se pone el alma en el pase y al fin surge el incidente.
En el rigor de la pelea, dos chavales se han abordado al alcanzar un remate. Parece ser que el juego había creado cierta tensión y en el salto uno rodó por el suelo: hubo que «echarle el agua milagrosa», entretanto que el atacante se metía en el Sagrario a contar a Alguien su arrepentimiento. Al verse de nuevo, los dos se dan un abrazo, y al día siguiente comenzaron en una misa que ayudaron juntos.
CORREO Y FUEGO
Dígase lo que se diga, la suprema emoción del campamento es la llegada del correo. Suele venir en un borriquillo, y mientras se descarga, el animal ha de sufrir la impaciencia de los pequeñines. De vez en cuando llega un giro, y se firma sobre las espaldas del «Platero», que no puede evitar una mirada de pánico.
Eso sí, después nadie arrebata la supremacía al «Fuego de Campamento». Hay «pandas» que durante el día se estrujan el cerebro, pero la risa de la noche les compensa. Hay prestidigitadores, “galeradas” (¡qué pitas!1), folklore («el Bonito», de «Niño de Fuego», y Olivares, de “Caracol”) y hasta los “zanganillos” escenifican sus gracias. Pero el “Pepe de barro” 2 había que dárselo a la ripiada devolución de poderes que se cruza con una parodia a la anarquía provisional del mandato de Galera.
YANTAR
Miguel, el cocinero, tiene unas manos primorosas que hacen hasta garrapiñadas. Huevos escalfados, natillas y macarrones a la italiana frecuentan su minuta. Por cierto que por culpa de estos últimos el bueno de Miguel estuvo a punto de crear un conflicto de familia. Fue un día en que llegaron los padres para ver a los “pibes” en su salsa. Les habían pedido que vinieran, pero no contaban con los macarrones y hubo quien se quedó renunciando a la tortilla paterna.
A Rascón, el administrador, se lo comen los demonios cada vez que mira a la despensa.
— ¡Llevan ya 550 panes y piden la leche por metros!, se queja con espanto.
Ahora vamos ya de la mano del jefe Pujalte. Seriote, formal, él goza de una autoridad indiscutible.
— Naturalmente, el campamento no lo daréis por menos de seiscientas pesetas.
— Trescientas veinticinco, incluidos uniformes y viaje; todo, en suma.
Es hora de pitar, y lo hace con energía.
— ¿A qué tocan?, se extraña un peque.
— A comer.
— ¿Otra vez? ¡Pero si aquí no se hace más que comer!
ORACIÓN
Bueno, también se reza, y con un fervor impresionante. Todo musita aquí una oración. Hasta el paisaje. Los chopos son rectos, como un dedo índice que dice: «Mirad, allí está Dios». Las cimas una invitación a la ascesis del alma. Y hasta el valle, con su sonora soledad, es como un dulce anticipo de la quietud de los eternos collados. Al alba, entre baño y comida o en el punto final del Fuego, el capellán pone también una semillita en el corazón de cada muchacho, que ellos rumian y les hace lanzarse cada día en un nuevo «sprint» hacia el gran «col» de la santidad…
Pero la voz clara que no admite metáforas, la que se escucha con un clamor real, es la del primer acampado: Cristo, el gran Jefe. Para oírle cada mañana acuden en bloque, mayores y pequeños. Nos lo cuenta el capellán, don Carlos -Galera también- una vocación nacida de este vivero de aspirantes.
— Casi todos son de comunión diaria, y muy fervorosos y dóciles. Todas las noches les doy unos puntos de meditación, que luego amplío antes de la misa. Hacen también su visita y rezan el Rosario. Los círculos son como un cursillo interno y ameno que siguen con interés. Yo les he dado un ciclo sobre apostolado. También le han hablado el director espiritual del seminario –nuestro querido don Miguel-, y sobre liturgia, el miembro de la Junta diocesana, señor Vilaplana.
A última hora han desfilado por los círculos el escritor Antonio Santamaría y el consiliario don Carmelo Serrano. Por nuestra parte, también les contamos la historia del Aspirantado, que un día relataremos para SIGNO.
El campamento es, en lo físico, un crisol de los músculos, pero en lo espiritual es una gran pugna del corazón. ¡Mirad cómo sale la fuerza por los labios!
APÓSTOLES
Pero no basta con entregarse. ¿De qué sirve el árbol si no da su fruto? Por eso, el campamento tiene también sus meditaciones misioneras. Como en los chicos hay «sal», de los pueblos suben las gentes al «Fuego». Al final se les insinúa una frase:
— El día de la Virgen tendremos procesión.
Es suficiente para el fluir de los humildes y para una plegaria que puede que algún día sea decisiva.
CLAUSURA
Y cerramos ya con un recuerdo inolvidable: la clausura.
¿No visteis qué íntimo se hace allí el mensaje de Cristo y cómo Él estaba en su centro entre aquella armonía del corazón, el río, el pájaro o la cumbre alabándole?