Sábado, 23 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

Sus zapatos rojos son obra de un sastre de Novara

«El Papa viste de Prada» y otras mentiras interesadas sobre el vestuario de Benedicto XVI

Joseph Ratzinger, antes y después de ser Papa, lleva su calzado a reparar a un zapatero peruano próximo al Vaticano.

Sara Martín / ReL

Adriano Stefanelli.
Adriano Stefanelli.

La gran mentira contra Benedicto XVI comenzó pocos meses después del inicio de su pontificado, de la mano del diario británico The Independent, cuya senda siguió en Italia el periódico La Repubblica: se aseguraba categóricamente que el Papa lleva «gafas de sol de diseño moderno y juvenil, con cristales amplios y envolventes, particularmente durante las audiencias soleadas, [...] y un par de mocasines rojos diseñados por Prada, una de las firmas de moda más exclusivas». Aunque, eso sí, después reconocen: «La casa de diseño no lo ha confirmado».

Así, gracias a una mentira que se repite mil veces y parece convertirse en verdad, centenares de personas alimentadas en la atmósfera más anticlerical fueron «creando» la leyenda a través de los años: el Papa viste de Prada, es decir, vive en el lujo, es servido y venerado en el mundo, mientras que la gente se muere de hambre en África. En 2008, el Osservatore Romano trató de negarlo, obteniendo escasos resultados por desgracia. El mismo parco resultado tuvo el nuevo intento de la Agencia Ansa dos años después.

La persona que está detrás de los zapatos
Recientemente se ha retornado al tema gracias a 

una página de Facebook dedicada al Pontífice. ¿Y cuál es la verdad que se esconde detrás de todas las mentiras? Es Adriano Stefanelli, de profesión sastre en la ciudad de Novara, quien confecciona los zapatos rojos del Papa. El color rojo, indica el sastre, es signo de la sangre del martirio, y son parte de la vestimenta del Papa desde la Edad Media. Las regala porque, explica él mismo: «A veces la pasión paga más que el dinero».

Sus relaciones con el Vaticano, comenzaron en 2003 cuando Stefanelli, viendo en la televisión el Via Crucis, vio a Juan Pablo II inestable y con sufrimiento, y decidió confeccionarle un par de zapatos más cómodos. Y posiblemente sí que lo sean, porque desde entonces ha continuado confeccionándolos también para Benedicto XVI.

¿Y qué pasa si los zapatos se estropean? ¿Se tiran y se hacen otros nuevos? Por supuesto que no. Se envían a Antonio Arellano, un peruano que tiene su taller de reparación a pocos pasos del Vaticano. Por supuesto, por un precio.
 
«Ratzinger venía personalmente cuando aún no había sido elegido Papa. Después, obviamente los zapatos los traen sus colaboradores. Son zapatos negros o rojos, a menudo con rasguños o consumidos por la punta», explica Arellano. «Aún así», —precisa el artesano sonriendo—, «al Papa se le trata como a todos los clientes. No acepta ningún favoritismo y paga como los demás». Está «orgulloso» de encargarse de los zapatos de un cliente tan ilustre, que siempre le hace llegar una carta con su agradecimiento por la óptima reparación: «Pero son cosas privadas y siempre lo serán», asegura para terminar con la curiosidad. «También las monjitas de Wotjyla me traían los zapatos del Papa polaco para repararlos», reconoce.

¿Y ese anillo de oro?
Otro de los temas más habituales en cuanto al vestuario del Papa se refiere es el del anillo de oro que lleva. Un anillo, dicen los anticlericales, que vale miles de millones de euros y que, si se vendiera, «se alimentaría a toda África». ¿Quién no ha escuchado esta frase alguna vez? Y sin embargo, es oro puro, tiene el tamaño y, por lo tanto, el valor comercial de las alianzas de boda y se utiliza para sellar todos los documentos oficiales expedidos por el Papa. Por no mencionar que, cuando muere el Papa, se rompe con un pequeño martillo de plata, se funde y se reutiliza para el próximo Papa. Así que, técnicamente, ha sido siempre el mismo anillo durante siglos.

La Iglesia no se querella
Las conclusiones obvias de toda la maquinaria de anti propaganda articulada contra la Iglesia utilizando la excusa de los zapatos son del propio artículo del grupo de Facebook: «Disparar contra la Iglesia es tan fácil como hacerlo contra la Cruz Roja. La Iglesia, cuando responde, lo hace simplemente con palabras. No va más allá, no trasciende, no se querella, no denuncia. Por tanto, no sólo no se arriesga nada atacando a la Iglesia, sino que además te conviertes en parte de los emancipados, de los librepensadores», asegura el autor del artículo, Giacomo Diana. «La gran mayoría de los católicos están mal informados, apáticos en su fe, casi más dispuestos a creer al primer anticlerical que pasa por la calle que a su Pontífice. Y de entre los católicos que conocen la verdad, la mayoría de las veces callan, o hablan con un hilillo de voz para no parecer intolerantes, para no contradecir el pensamiento dominante».

«Este engaño de los zapatos de Prada»—concluye el excelente artículo—, es una de las muchas demostraciones de cómo la mentalidad actual es dirigida por lugares comunes, tópicos falsos y dañinos, y cómo aquellos que se creen informados e independientes, de hecho, están impulsados por las mentiras del anticlericalismo o son esclavos de su misma ideología».

Benedicto XVI ha pasado toda su existencia en las bibliotecas, entre libros, escribiendo y leyendo. Es juzgado por un sinfín de intelectuales como una de las mentes más cultas y brillantes del mundo moderno, no sólo de la historia de la Iglesia. Sólo hay que pensar en la atea y anticlerical Oriana Fallaci que tanto le quería («ese hombre»,—decía—,«que me hace sentir menos sola con sus libros...») y que, al morir, quiso legarle toda su biblioteca personal. «Pensadlo», invita Giacomo Diana: «Una célebre escritora atea que deja en herencia al Papa lo que ella más quería en el mundo: los libros. ¿Qué quiere decir esto? Que es bastante triste y deprimente que a un Papa de tal estatura intelectual no se le pueda más que tocar las narices con los zapatos y, cotilleándole maliciosamente, inventar mentiras letales que se extienden como si fueran una verdad indiscutible, imponiendo la imagen grotesca de un fashionista entrado en años para un pontífice anciano enamorado de la cultura y de la fe católica, que se pasa el día entero en la oración, la lectura y la escritura, como lo demuestra la gran cantidad de libros que ha escrito».

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