Domingo, 24 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

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Beato José María Peris (y 3)

por Victor in vínculis

Termina Juan de Andrés Hernansanz el capítulo “Don José María Peris Polo. Seducido por lo sacerdotal” de su libro “Testigos de su sacerdocio” narrando el martirio del Rector del Seminario de Barcelona. 
De Barcelona a Cinctorres
Testifica la sobrina del Beato, Conchita Peris Girona:
Vino de Barcelona a Cinctorres, acompañado de mi hermana María Lourdes, que tenía diez años y que estaba enferma en Barcelona. Yo estaba en Cinctorres cuando llegó mi tío con mi hermana; hacía unos días que había llegado de Tortosa, donde estaba en un colegio de religiosas. Entonces mi tío nos contó los incidentes de su viaje. Cuando le vi, iba de seglar y llevaba una gorra de color claroNos dijo que en Traiguera quisieron detenerle y que mi hermana lloraba. Por fin, le dejaron pasar, porque llevaba un salvoconducto”.

En la foto de la derecha, casa natal del Beato
Daniel Peris Polo nos dice que su hermano “vino a mi casa. Sería a primeros de agosto. En casa ocupaba el tiempo rezando. No dijo misa aquellos días, porque ya estaba cerrada la iglesia. Al día siguiente de su llegada nos llamaron del Comité, y fuimos él y yo. Allí me dijeron a mí que si mi hermano desaparecía, lo pagaría yoEstaba conforme con morir; no demostró ninguna cobardía. Yo quise buscar un refugio seguro para él, y no lo quiso. Tengo la impresión de que estaba seguro de que le matarían”.
¿Cómo iba a aceptar un refugio seguro? Eso equivalía a dictar sentencia de muerte para su hermano.
En los días previos al martirio se dedicó a lo suyo: orar y trabajar, pensando en la mejor formación de los futuros sacerdotes. Añoraba de corazón la santa misa, que no pudo celebrar. Pero se dedicó de lleno a la oración, más que de ordinario, y eso que siempre oraba mucho; y a preparar pláticas para sus alumnos.
Cuando llegó a casa de su hermano, primero quiso averiguar si podía celebrar la santa misa en casa, pues la iglesia ya estaba clausurada. Yo fui a casa del señor vicario y le traje dos libros de rezo. Misa no pudo celebrar. Con los libros que le traje rezó el oficio divino mientras estuvo en casa. También rezaba las tres partes del rosario y nos lo hacía rezar en familia...
También dedicaba mucho tiempo a leer las Sagradas Escrituras y tomar apuntes para pláticas.
 
El crimen de seguir a Jesucristo
Con el temor y temblor del trance, con la esperanza de que Dios se lo concediera, con la gracia de sufrirlo bien. Tenía miedo. Y mucha paz. Nos cuenta su sobrina religiosa:
“Hablaba del martirio y parecía como que estaba convencido de que le matarían. Yo alguna vez llegué a pensar que se había ofrecido como víctima a Dios. He oído decir a la que era superiora de la comunidad del Colegio de la Consolación de Barcelona que, en la última plática que les dio el beato, muy pocos días antes de la revolución, les habló del martirio, y que tenían que prepararse, porque podían ser ellos mismos los mártires”.
Su sobrina Conchita -entonces una niña- recuerda muy bien:
“En nuestra casa pasaba los días rezando y escribiendo, siempre retirado. Aparecía muy conformado. Cuando llegaban milicianos forasteros, yo misma, que jugaba con las niñas por la calle, se lo avisaba, y mi tío, siguiendo las indicaciones de mi padre, se subía a una escalera para llegar al tejado y esconderse, o escapar por los tejados”.
Como si fuera un malhechor. Había cometido el crimen de seguir a Jesucristo. Lo sabía. Lo había escrito:
Una cosa hay cierta, y es que nuestra semejanza con Cristo se realiza principalmente sufriendo con Él y por Él, y que a aquellos que da mayor participación de su cruz es que quiere hacerlos más semejantes a sí. Por lo tanto, al mal tiempo buena cara y, sobre todo, muy conformes y contentos en poder ofrecer a Jesús algunos pasos caminados por la calle de la amargura, que El caminó antes que nosotros hasta el Calvario”.

Bajo estas líneas, foto panorámica del pueblo de Cinctorres
A las doce de la noche
La noche que lo detuvieron rezamos juntos el rosario, como de costumbre. Al terminar, mi tío dijo: “-Hoy ya nos hemos librado; mañana, Dios dirá”.
Como era tan de noche, Conchita no estaba en la calle jugando con las niñas y no pudo avisar del peligro inminente a su padre y a su tío. Los milicianos iban a tiro fijo y a hora intempestiva, cuando nadie los esperara.
Sor Encarnación Peris asegura que llamaron muy fuerte, con imperio, con la estridencia del odio:
El 13 de agosto de 1936, entre diez y once de la noche, nos despertaron unos golpes fuertes en la puerta de casa. Yo me levanté y fui a buscar a mi tío Daniel, hermano del beato, y no le encontré en su habitación; fui a buscar al beato y tampoco le encontré, y es que seguramente salieron por el tejado. Miré a la calle y vi que había mucha gente armada alborotando. Cuando detuvieron al beato, todos se retiraron de delante de la casa”.
Sigue diciendo el hermano de don José María Peris:
Yo avisé en seguida a mi hermano, y los dos cogimos la ropa y nos subimos al tejado. Allí nos terminamos de vestir y de allí pasamos a la casa de al lado, desde donde salimos a la calle y pudimos ver que estaba ocupada por los milicianos”.
Empecé a correr y dije a mi hermano que me siguiera. Yo di un empujón a uno de los milicianos y salí corriendo al campo; mi hermano no pudo seguirme, porque acudieron tres milicianos y le prendieron. Al prenderle, él me llamó; pero yo, amenazado de muerte, no pude acudir a auxiliarle. Había unos veinte milicianos que eran del pueblo.

 
Es una gran dicha morir por la fe
Continúa narrando sor Encarnación Peris:
A la madrugada vino uno del Comité y me dijo que estaba mi tío en la cárcel y que fuéramos a llevarle ropa y comida… Según supe después, aquella noche pasó mucho frío, pues hasta a uno de los guardias que había allí le pidió por favor una manta para abrigarse. Además, el calabozo en que estaba era muy húmedo”.
El Comité de Cinctorres detuvo al beato, pero los del pueblo no se atrevían a matarle. Entonces comunicaron al Comité de Morella la detención, pidiendo instrucciones. Ya se sabe que las instrucciones se reducían a matar, cuando se trataba de sacerdotes. Contestaron que dieran muerte a ese cura. Pero los de Cinctorres todavía se resistieron. Circunstancialmente llegaron allí unos milicianos forasteros, que se encargarían de dar muerte al siervo de Dios.
Un día pasó en aquel calabozo húmedo, tétrico, sucio, donde no podía ni sentarse. Su sobrina sor Encarnación fue a verlo cuatro veces. Por la mañana para llevarle ropa y desayuno.
Volví al mediodía para llevarle comida, y entonces él, habiendo pedido antes permiso a los guardias, me entregó el poco dinero que llevaba y la pluma estilográfica. Me preguntó también por mi tío Daniel. Cuando yo le dije que se había podido escapar, se tranquilizó.
Por la tarde fui a llevarle una silla y un colchón, porque me daba pena de que estuviera todo el día de pie. Yo no me hubiera separado de allí, pensando en que no le iba a ver más.

         
Por la noche volví a llevarle la cena; entonces me dijo estas palabras: Voy a morir, voy a morir; por mí no sufras. Es una gran dicha morir por la fe. Aquí, en la tierra, he hecho por ti cuanto he podido; pero desde el cielo podré hacerte mucho más.
Después yo le pregunté:
-Tío, ¿se acordará de mí cuando esté en el cielo?
Y él me contestó:
-No faltaba más; serás la primera por quien rogaré.
Y luego me dijo:
-Adiós, hasta el cielo.
Esto me confortó mucho...
Esa misma noche, al muy poco rato de esto, se lo llevaron”.
El día 14 de agosto de 1936, víspera de la Asunción, entre diez y once, “llegó un auto de fuera y se lo llevó. Al salir, iba con las manos atadas. Es de notar que lo prendieron el jueves, como al Señor, día 13 de agosto, y estuvo en la cárcel todo el viernes. El día que estuvo en la cárcel, yo creo que debió estar en íntima unión con Dios, pues a veces quedaba largo rato con los ojos fijos en el cielo, como si orase. Estaba muy triste; pero conservó siempre la serenidad y la paz hasta el último instante”.
Se lo llevó la Virgen en su Asunción, cuando iba a romper el día 15 de agosto de 1936. En el cielo lo recibieron muchos sacerdotes mártires a quienes él había formado.
Cuando lo llevaban preso, un hombre, con valentía y entereza, salió en defensa del sacerdote:
“-Mirad lo que hacéis, porque os vais a arrepentir. Este hombre, prescindiendo de que sea sacerdote, honra a su pueblo en toda España”.
José María Polo Guardiola, jefe del Comité, le dijo:
“-Si no te callas, el primer tiro será para ti”.
Es curioso que los milicianos del pueblo recomendaran a los forasteros que no lo matasen cerca de Cinctorres, para que no se alborotase la gente. Y es más significativo aún que uno de los milicianos dijera: “-A sacerdotes como éste no se les debía matar”. Se lo llevaron fuera del pueblo. Exactamente al cementerio de Almazora (Castellón).

Medalla conmemorativa con los nueve mártires de la Hermandad de Operarios Diocesano beatificados en 1995.
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