Jueves, 21 de noviembre de 2024

Religión en Libertad

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Claretiano, médico y mártir

por Victor in vínculis

El Siervo de Dios Juan Buxó fue martirizado junto con once claretianos, el 18 de octubre de 1936, en Cervera (Lérida). Sus nombres están incluidos en la Causa titulada de los Siervos de Dios Mateu Casals Mas, Teófilo Casajús Alduán, Ferran Saperas Aluja y 106 compañeros de los Misioneros del Corazón de María (Claretianos) de Barcelona, Lérida y Valencia. Originalmente está compuesta por siete procesos diferentes que se unificaron el 13 de septiembre de 2006.
Es mosén José Ricart Torrens, sacerdote que pertenecía a las archidiócesis de Barcelona, quien en su obra “Jornaleros de Cristo” (Barcelona 1960) páginas 293-296, nos ofrece esta reseña del Doctor Buxó que lo dejó todo por servir a Cristo
 
¡El señor médico es un santo!
España ha sido, a lo largo de todos los procesos históricos, pródiga en proporcionar a la Iglesia Católica fundaciones religiosas de toda índole. Y entre los fundadores de todas las épocas destacan Domingo de Guzmán, Ignacio de Loyola, José de Calasanz y Antonio María Claret.
San Antonio María Claret, obrero, sacerdote, obispo, fundador, gloria de la Iglesia Española. Él es el padre de dos familias religiosas, dos congregaciones extendidas hoy por el mundo entero: los Misioneros Hijos del Inmaculado Corazón de María y las religiosas de Enseñanza de María Inmaculada. Ambas fundaciones, si jóvenes en el tiempo porque solo cuentan con un siglo de existencia, no lo son en cuanto a los admirables frutos de santidad que producen. ¿Quién podrá ponderar el inmenso poema de sangre de los mártires claretianos? Barbastro con sus cincuenta y un mártires, con muertes preparadas y hermosísimas como en los mejores fastos de la historia eclesiástica. Cervera, Vich, Valencia, Solsona, Tarragona, Selva del Camp, Sallent, Lérida, Sabadell, Barcelona, conocen la serena grandeza de los apóstoles del Corazón de María muriendo en aras de la Iglesia y de las almas.
Y uno de estos admirables héroes es Juan Buxó y Font, Hijo del Corazón de María, nacido a orillas del Besós, en Moncada y Reixach (Barcelona), el 24 de octubre de 1879. Tras cursar estudios en la Facultad de Medicina de Barcelona, en el año 1908, el Dr. Buxó era nombrado sucesor de su padre como médico municipal de Moncada, comenzando desde entonces a ejercer su profesión.
Muy pronto la voz popular dice que el doctor Buxó no tiene ratos perdidos, no se le ve frecuentar cafés ni casinos. Estudia concienzudamente porque cree que no ha llegado a su total capacitación técnica. Y este estímulo es el que le hace alcanzar una excelente reputación como médico. Mas no era solo esto. Añade al ejercicio de su profesión una entrega total y absoluta a las necesidades del pueblo. En cualquier instante, aunque paseando por la calle, la gente le detiene para consultarle. Y él, solícito, atiende a todo el mundo.
Su caridad no se limitaba solo a los cuerpos, llegaba también a las almas. Su visita era siempre la de un médico cristiano consciente de su deber como tal. El mismo cuidaba de avisar al enfermo cuando su fin se acercaba. Le preparaba para la eternidad y le recomendaba la recepción de los últimos sacramentos. Llegada la hora de la muerte se esforzaba por consolar a la familia recordándoles lo consolador y hermoso de la muerte para el creyente.
Los pobres eran asistidos gratuitamente. Más aún. El mismo doctor Buxó les sufragaba las medicinas de la farmacia. Cuidaba de su bienestar material en cuanto le permitían las circunstancias. Regresaba tres y cuatro veces al día si era preciso. Ya por el pueblo la voz era unánime: ¡El Señor médico es un santo!
El año 1931 moría la madre del Dr. Buxó. Aquel que había consolado a tantos otros en el siempre doloroso trance de los seres queridos, cerró amorosamente sus ojos y, ciertamente, la lloró con piedad filial. Era su madre el último lazo que le retenía en medio del mundo y sus miserias. Anteriormente ya había fallecido su padre. Su hermana Francisca era hermana dominica de la Congregación de la Anunciata. En el monasterio de Nuestra Señora del Alguaire y San Juan de Jerusalén de Barcelona, profesaron sus hermanas Montserrat y Josefa. Restaba pues él solo en la casa paterna. Era el momento de abrazar la vida religiosa, ansia de toda su vida y a la que había atendido desde su infancia.
Vivía por aquella época en Barcelona, en la residencia de la calle Ripoll, el P. Francisco Casas, misionero del Corazón de María. Su porte sencillo, su modestia, edificó y cautivó tanto al doctor Buxó, que no dudó este en elegir su instituto para profesar en él. Los preparativos de su marcha los llevó en el mayor secreto. Lo que más le preocupaba era dejar en su lugar un digno sucesor. Resolver este problema era para él más importante que dejar dispuestos sus bienes.
La Congregación Mariana de la Inmaculada y San Luis Gonzaga de los jesuitas de Barcelona se distinguió siempre por ser semillero de varones de todas las clases que, dedicados cada uno a su labor profesional, desarrollaban un excelente y valioso apostolado en los diversos campos de la vida social. En sus filas, cuando estudiante, militó el Dr. Buxó y allí conoció a quien debía sustituirle. Don Ignacio Casamada estudiaba como él en la Facultad de Medicina y creyó que era el más apropiado para sucederle comenzando a hacer las necesarias gestiones para conseguirlo. Y así fue, porque en los primeros días de 1914, el doctor Buxó abandonó Moncada, dejando aposentado a su sucesor y dirigiéndose al noviciado que la Congregación de Misioneros del Inmaculado Corazón de María tenía instalado en la antigua universidad de Cervera (Lérida).
 
Misionero del Corazón de María
Todo noviciado ha de tener por fuerza la estrechez de un molde que dé al novicio los precisos contornos de “hombre nuevo”. Todo ello puede realizarse fácilmente entre jóvenes y adolescentes. Pero este no era el caso del Dr. Buxó. A sus años y tras ejercer cierto tiempo la medicina no podía considerársele como un jovencito. Sin embargo, su disposición es excelente, su madurez espiritual, poco común. Y ello le permite soportar las pruebas exigidas.
Tiene ya desde su entrada un exacto conocimiento de la virtud religiosa. Pero sobre todo su férrea voluntad se manifiesta en esta época admirable, ya que más que grandes sacrificios lo que exige el estado religioso es una pequeña mortificación, constante y periódica, día tras día, cumpliendo exactamente todos y cada uno de los puntos y reglas.
Desde el principio quiso acomodarse a lo que hacían los demás en todo. Al comenzar el noviciado, atendiendo a su edad y vida hasta entonces, le fue señalada una celda aparte. Él mismo, al enterarse que los demás novicios tenían un dormitorio común, rogó se le considerase como a uno más entre ellos.
Sacrificio tras sacrificio, prueba tras prueba, el 24 de enero de 1918 hace su profesión religiosa en el colegio de Alagón (Zaragoza). Y el 19 de septiembre de 1920 recibe el sagrado orden del presbiterado. Sacerdos in aeternum! Su profunda humildad se manifiesta en la elección del lugar de su Primera Misa. En día tan señalado prefiere la capilla de la enfermería de Cervera. Allí entre los enfermos, el médico-sacerdote ofrece, enmarcado en su total ambiente vocacional y profesional, emocionadísimo, su Misa.
La primera actividad que le encomiendan los superiores es la enseñanza. Explica primero matemáticas y luego anatomía y fisiología en el colegio de Cervera. Sus clases no resultaban aburridas en modo alguno. Antes al contrario. Las salpicaba con frases festivas. Y sus explicaciones eran claras y precisas, acudiendo a menudo a su experiencia de médico para trazar esquemas y explicar ejemplos.
Luego le trasladaron a Barcelona. Aquí su cátedra es el confesonario. Cada día a la misma hora con su exactitud característica acudía a la iglesia para confesar. Era esta su segunda cátedra. Aquí debía manifestarse su prudencia y sabiduría. Si decimos que el confesor es el médico del alma, nunca podemos aplicarlo con mayor razón.
En el año 1932 es destinado a Cervera para regentar la cátedra de Teología Moral. Este sería ya su último destino. Allí debía ejercer sus funciones sacerdotales por última vez. Bajo estas líneas una de las primeras biografías del P. Buxó.

 
18 de octubre de 1936
Tal vida de santidad se vio coronada por la gloria del martirio. Como múltiples sacerdotes de España, como sus hermanos en religión, acabó su vida sacrificado por odio a la religión.
A primeras horas del domingo 18 de octubre de 1936 caía asesinado por los enemigos de Dios. Su muerte heroica, como la de sus hermanos, tiñe de sangre los anales claretianos. La muerte del P. Buxó es un testimonio extraordinario del signo comunista de la revolución y persecución religiosa 1936-39. Cuando a algunos les parece se impone hoy la mano tendida y una reconciliación típicamente semejantes al movimiento de la unidad italiana y de la restauración isabelina, el martirio de hombres como el P. Buxó, indica que no caben pactos con el diablo que, amando a los enemigos con amor cristiano, el mayor bien que se les puede hacer es evitar aquellas circunstancias políticas que de nuevo les facilitaría el camino del crimen.
El P. Buxó, médico del pueblo y religioso intachable, fue una víctima del odio simplemente antirreligioso. Cuidó y trató con sumo cariño a su propio verdugo. Los exégetas pánfilos del borrón y cuenta nueva se hallan sin argumentos ni atenuantes.
La sola posible reconciliación verdadera es aceptar humildemente el programa de Fátima, magna epifanía del Inmaculado Corazón de María, cuyo profeta máximo es San Antonio María Claret, fundador y patriarca de un ejército pacífico y ardiente de mártires y apóstoles.
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