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Halloween
por Hablemos de Dios
Lo primero que llama la atención es el poder de la publicidad que, con fines comerciales naturalmente, ha logrado introducir recientemente esta tradición en países donde no existía como España, Italia y otros países de Europa y Latinoamérica. Es también muy probable que la fuerza con la que se ha extendido, esté también relacionada con el deseo de la ideología laicista de desplazar las tradiciones cristianas sustituyéndolas por otras paganas. Es de todos conocido el éxito enorme que han tenido con la Navidad que cada vez menos personas relacionan con Jesucristo.
La celebración de Halloween tiene su origen más remoto en los cultos celtas anteriores al cristianismo. Los sacerdotes paganos, llamados druidas, daban culto e invocaban a los muertos con motivo del inicio del solsticio de invierno, que se relacionaba con el frío, la oscuridad y la muerte. Estas tradiciones con sus derivados folklóricos se han transmitido sobre todo en la cultura anglosajona (Reino Unido y Estados Unidos).
Más allá del culto a los muertos, presente en alguna medida en todas las religiones antiguas, es muy importante resaltar lo que en el pasado reciente ha ocurrido con esta fecha. Efectivamente Halloween se celebra la noche de la víspera del primero de noviembre, en la que la Iglesia Católica celebra a todos los santos y acto seguido el recuerdo y oración por todos los difuntos al día siguiente, 2 de noviembre. Es curioso su casi coincidencia con una importante celebración católica, como ocurre con la “celebración pagana” de la Navidad y con el Carnaval y la Cuaresma. El hecho es que esta noche ha sido elegida por las sectas satánicas como su PRINCIPAL fiesta, para honrar a Satanás, celebrar misas negras, brujerías, orgías, etc. El festival a “Samhain” llamado hoy en día el “festival de la muerte” es hoy reconocido por todos los satanistas, ocultistas y adoradores del diablo como víspera del año nuevo para la brujería.
Siendo esto así, no nos puede extrañar que niños y adultos en esta noche del 31 de octubre se disfracen de demonios, brujas, monstruos, muertos vivientes, etc. La indiferencia con la que se acepta semejante culto a lo feo, violento, grotesco, demoniaco, mágico, etc. es un signo de los tiempos que vivimos, en los que una gran masa de población ha perdido el sentido de la estética, de lo moral, un mínimo sentido crítico para discernir lo que es bueno o malo, positivo o negativo, educativo o corrosivo, … Manifiesta también hasta qué punto los católicos, e incluso algunos sacerdotes, han perdido la visión cristiana de la vida, dejando que decaiga el culto a los héroes de la virtud que han conquistado la vida eterna, para subrayar lo “llamativo y vistoso” de diablos, adoradores de Satán, condenados y brujas.
Esto año de la fe es un tiempo muy propicio para recuperar el sabor popular de las celebraciones cristianas. Ciertamente la fe que no se convierte en cultura vivida por el pueblo de modo sincero y sentido, se ve avocada al olvido. Si la presencia de la fe deja de ser algo cotidiano y omnipresente, las generaciones venideras la percibirán como algo marginal y superfluo, si no raro y negativo. Mientras que los esqueletos, demonios y vampiros se pasearán por la pasarela del mundo con el aplauso de todos.